1
El sábado amaneció con cielo azul ofensivamente perfecto—el tipo de día que parecía diseñado específicamente para aumentar las apuestas de cualquier evento importante.
Addy se despertó a las 7:30 AM, cuatro horas y media antes de su cita con Agustín, con estómago haciendo cosas que no tenían nada que ver con hambre y todo que ver con nervios puros.
No era su primera cita con él—técnicamente era la tercera. Pero las anteriores habían sido encuentros semi-espontáneos, conversaciones que se habían extendido naturalmente. Esto era diferente. Esto era planeado. Oficial. Una cita de verdad en lugar de "dos personas que disfrutan pasar tiempo juntas."
La diferencia semántica no debería importar.
Pero importaba.
Addy se quedó en cama, mirando el techo, intentando convencer a su sistema nervioso de que se calmara.
Es solo arcade. Videojuegos. Diversión casual. No es propuesta de matrimonio.
Su teléfono vibró en la mesita de noche. Mensaje de Agustín:
"Buenos días. ¿Lista para ser destruida en juegos que no he jugado en 15 años?"
Addy sonrió a pesar de sus nervios.
"Excesivamente confiada para alguien que admitió ser terrible en arcades."
"La confianza y la competencia son completamente independientes. ¿Nos vemos a las 2?"
"Ahí estaré."
Puso el teléfono abajo, exhaló lentamente, y se obligó a levantarse.
Tenía cuatro horas y media. Podía hacer esto. Era solo cita.
Simple.
Excepto que nada se sentía simple cuando estabas intentando construir algo real con alguien mientras cargabas peso de haber destruido diecisiete relaciones anteriores mediante manipulación mágica.
Detalles menores.
2
A las 10 AM, Addy había intentado seis outfits diferentes y odiaba todos.
Demasiado formal. Demasiado casual. Demasiado "estoy tratando demasiado duro." Demasiado "no me importa en absoluto."
Su cama estaba cubierta de ropa rechazada—montículo de indecisión materializada.
En el pasado—en su vida anterior con magia—habría simplemente lanzado hechizo menor de "outfit perfecto." La magia habría guiado su mano hacia exactamente la combinación correcta, ajustado colores para complementar su tono de piel, asegurado que todo cayera de forma más favorecedora.
Ahora tenía que confiar en su propio juicio.
Que, al parecer, era terrible.
Finalmente se decidió por jeans oscuros y suéter color vino que Carla le había regalado el año pasado. Simple. Cómodo. No tratando demasiado duro pero tampoco como si no le importara.
Bien.
A las 11 AM, atacó su cabello.
A las 11:45, admitió derrota y lo puso en cola de caballo simple.
A las 12:15, su teléfono sonó. Número desconocido.
Por un momento consideró no contestar. Pero podría ser sobre trabajo, y necesitaba trabajo desesperadamente.
—¿Hola?
—Adelaida.
La voz de su madre. Fría. Controlada. Furiosa.
Addy cerró los ojos.
—Mamá.
—Has estado ignorando mis llamadas.
—He estado ocupada.
—Demasiado ocupada para tu propia madre. Demasiado ocupada para tu familia. Demasiado ocupada para el legado que te fue confiado. —Pausa cargada—. Pero no demasiado ocupada para destruir todo por lo que cinco generaciones trabajaron.
—No destruí nada. Solo decidí no continuar algo que estaba mal.
—Mal. —La palabra salió como veneno—. ¿Quién te enseñó ese lenguaje? ¿Qué terapeuta mediocre o libro de autoayuda barato te llenó la cabeza con estas ideas?
—Nadie tuvo que enseñarme. Vi el resultado de lo que hacemos. Vi lo que le hice a Rodrigo. Y a los otros.
—Los hombres son resilientes. Se recuperan. Siguen adelante. Siempre lo han hecho.
—Mamá, ¿papá se recuperó?
Silencio.
Largo, pesado, lleno de cosas no dichas.
—Tu padre era débil —dijo finalmente su madre—. Y cobarde. Y no tiene lugar en esta conversación.
—¿Se recuperó? —insistió Addy—. ¿O huyó porque lo hechizaste y cuando el hechizo se rompió accidentalmente, se dio cuenta de lo que habías hecho?
—No sabes de qué hablas.
—Entonces dime. Dime la verdad sobre por qué se fue.
—La verdad es que no pudo manejar una mujer fuerte. La verdad es que prefirió abandonar a su hija antes que enfrentar sus propias inadecuaciones. La verdad es que mereces mejor que sus genes débiles.
Addy sintió algo rompiéndose en su pecho—no de dolor nuevo sino de vieja herida finalmente reconocida.
—Voy a colgar ahora.
—Si cuelgas, Adelaida, no vuelvas a llamar. No vengas buscando ayuda cuando te des cuenta de que no puedes sobrevivir en este mundo sin poder. No—
Addy colgó.
Sus manos temblaban. Todo su cuerpo temblaba.
Miró el reloj: 12:37 PM.
Una hora y veintitrés minutos antes de su cita.
Y acababa de tener conversación con su madre que había desenterrado cada inseguridad, cada miedo, cada duda que había estado reprimiendo.
Su teléfono vibró. Mensaje de su madre:
"Elegiste mediocridad sobre grandeza. Espero que valga la pena."
Addy lo borró sin responder.
Pero las palabras permanecían, eco en su cabeza: mediocridad, débil, no puedes sobrevivir sin poder.
Se sentó en su cama, rodeada de ropa rechazada, tratando de respirar a través del pánico ascendente.
¿Y si su madre tenía razón? ¿Y si sin magia era solo... ordinaria? ¿Olvidable? ¿Nada especial?
¿Por qué alguien como Agustín—amable, talentoso, apasionado por su trabajo—querría estar con alguien que no tenía nada que ofrecer excepto pasado complicado y futuro incierto?
La duda se enroscó alrededor de su pecho como serpiente, apretando.
3
A la 1:30 PM, Addy se obligó a salir de su apartamento.
Llegó al arcade a la 1:50—diez minutos temprano porque el autobús había sido más rápido de lo esperado y ahora estaba parada afuera del edificio con neón brillante proclamando "RETRO ARCADE" y sonidos de máquinas filtrándose a través de puertas de vidrio.