Hechizos de amor.

CAPÍTULO 8: CINE NEGRO

1

El encuentro con Roberto había sido exactamente tan brutal como Addy había anticipado.

Dos horas de él explicando—con voz cuidadosamente controlada que amenazaba con quebrarse en cualquier momento—cómo después de su relación, no podía sentir nada. Literalmente. Alegría, tristeza, emoción—todo estaba amortiguado, como si estuviera experimentando vida a través de pared de vidrio grueso.

"Mi terapeuta dice que es mecanismo de defensa," había dicho. "Que mi cerebro aprendió a no sentir nada porque cuando sentía algo contigo, era tan intenso que dolía cuando terminaba. Así que ahora simplemente... no siento. Nada."

Addy le había contado todo. Sobre el hechizo de atracción pura que había usado—diseñado para crear lujuria sin conexión emocional porque ella había querido algo "sin complicaciones." Sobre cómo ese tipo de magia creaba vacío después porque condicionaba la mente a asociar intimidad con ausencia de sentimiento real.

Roberto había llorado. Ella había llorado. Habían intercambiado información de Lourdes. Él había dicho que lo pensaría.

No había dicho que la perdonaba. Pero tampoco la había maldecido.

Era lo mejor que Addy podía esperar.

Eso había sido hace tres días.

Desde entonces, había escrito cuatro cartas más. Había enviado tres. Había recibido una respuesta—breve, fría, pero sin odio explícito: "Recibí tu carta. No estoy listo para hablar pero aprecio la explicación."

Y ahora, después de toda esa intensidad emocional, después de confrontar directamente el daño que había causado, Addy tenía cita con Agustín.

Su tercera cita. La primera desde que él había "procesado" la verdad parcial sobre su familia.

Y ella estaba absolutamente aterrada.

2

Addy se paró frente a su espejo, repitiendo el mantra que había estado usando durante semanas:

—Sin magia. Sin magia. Sin magia.

Su reflejo la miraba de vuelta—ojos con ligeras ojeras porque seguía sin dormir bien, cabello que había intentado peinar tres veces antes de rendirse y dejarlo en onda natural, ropa que había elegido sin consultar absolutamente nada sobrenatural.

Jeans oscuros. Suéter negro simple. Chaqueta de mezclilla que había tenido desde universidad.

Normal. Completamente, absolutamente normal.

—Sin magia —repitió una vez más, como si las palabras fueran escudo contra su propia debilidad.

Revisó su bolso por quinta vez: cartera, llaves, teléfono, bálsamo labial, paquete de chicles.

Nada mágico. Ni frascos escondidos. Ni amuletos "solo por si acaso." Ni siquiera el pequeño cristal de cuarzo que solía llevar porque "se veía bonito."

Todo lo que tenía era ella misma.

Vulnerable. Sin protección. Real.

Su teléfono vibró. Agustín:

"Llegando al cine en 10. ¿Ya estás en camino?"

"Sí. Nos vemos allá."

Addy agarró su bolso, salió de su apartamento, y se obligó a no mirar hacia el patio donde había enterrado su caldero.

La tentación estaba ahí—siempre estaba ahí, susurrando que solo necesitaba desenterrar un frasco pequeño, algo insignificante, solo para sentirse más segura.

Pero había prometido. A Lourdes. A sí misma. A los diecisiete nombres en esa lista.

No más magia.

Podía hacer esto.

3

El cine estaba moderadamente lleno para tarde de jueves—suficientes personas para que no se sintiera vacío, pero no tan lleno que tuvieran que pelear por asientos.

Agustín ya estaba esperando en el lobby, dos entradas en mano, sonrisa que se amplió cuando la vio.

—Hey. —Se acercó, la besó en la mejilla—gesto que todavía la hacía sentir mariposas—. Lista para thriller psicológico pretencioso?

—Nací lista.

Habían elegido la película juntos—algo sobre director famoso que Addy reconocía vagamente pero sobre el cual no sabía nada. Agustín había estado emocionado: "Es sobre percepción versus realidad. Va a ser increíble."

Compraron palomitas (grandes, para compartir) y sodas, encontraron sus asientos cerca del centro de la sala.

Las luces se atenuaron. Los previews comenzaron.

Agustín susurró comentarios durante los trailers—"Esa se ve terrible," "Oh, esa quiero verla," "¿Cuántos remakes más de esa película van a hacer?"—y Addy se encontró relajándose.

Esto estaba bien. Esto era normal. Solo dos personas en cita, viendo película, compartiendo palomitas.

Sin magia. Sin manipulación. Solo... esto.

La película comenzó.

4

La película era, efectivamente, pretenciosa.

Pero también fascinante. Hermosamente filmada, actuaciones intensas, guión que te hacía cuestionar cada escena.

Agustín estaba completamente absorto. Addy podía verlo de reojo—inclinado hacia adelante, concentración completa, ocasionalmente murmurando "Brillante" o "Mira ese encuadre" tan bajo que solo ella podía escuchar.

Era adorable.

Cuando terminó la película y las luces se encendieron, Agustín se giró hacia ella con ojos brillantes.

—¿Y bien? ¿Qué pensaste?

—Fue... intensa. Me gustó. Creo. Necesito procesarla.

—Exacto. Es de esas películas que necesitas pensar después. Hay café cerca. ¿Vamos a diseccionarla?

—Por favor.

5

El café era pequeño, del tipo hipster que servía bebidas con nombres complicados y tenía arte local en las paredes.

Se sentaron en mesa junto a ventana. Ordenaron—café para él, té chai para ella porque el café tarde en el día la mantenía despierta hasta amanecer.

Y Agustín comenzó a hablar.

Sobre cinematografía. Sobre teoría de color. Sobre cómo el director había usado espejos y reflejos para crear sensación de dualidad. Sobre la actuación sutil de protagonista, microexpresiones que contaban historia completa en silencio.

Hablaba con pasión que Addy encontraba magnética.

Pero también estaba usando terminología que ella no entendía completamente. Referencias a otras películas—clásicos aparentemente—que ella no había visto. Comparaciones con directores cuyos nombres reconocía vagamente pero cuyo trabajo no conocía.




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