Hecho a tu medida

CAPÍTULO 02. ✺Un ladrón insolente✺

No hay nada más frustrante que ver a unos cuantos pasos la puerta de tu salón abierta, pero que, en el momento en el que llegas, es cerrada por tu profesor. Y no hay nada más humillante que tocar la puerta, poner carita de cachorro mojado y casi suplicar porque te deje entrar.

Eso fue justo lo que me pasó.

Fue fácil soportar las risas burlonas de mis compañeros y la fría mirada del anciano. Lo difícil fue, sin lugar a dudas, la parte cuando casi tropecé con una silla, logrando que el resto se riera con más fuerza.

Cerré los ojos brevemente, en un vano intento para que mi rostro, orejas y cuello no se enrojecieran.

Se sintió como que habían pasado un millón de años cuando finalmente llegué al primer asiento vacío que encontré: hasta el final del salón. Preferí no maldecir por la mala suerte que tenía, pues odiaba con todas mis fuerzas estar ahí. Quizás en preparatoria fuera divertido sentarse hasta el fondo para bromear con tus amigos, pero resulta que en la universidad es terriblemente desventajoso.

Probablemente derramar la sal había sido el factor que provocaría esto.

—Me asustaste. —De soslayo, vi a Octavio, quien también me dio una mirada furtiva y ambos sonreímos—. Por un momento pensé que sería la primera vez en que la gran Mara se quedaría fuera.

Con cuidado, alcé mi cabello de forma presuntuosa y levanté la barbilla.

—Ya ves —musité lo más bajo posible—, parece que tengo encanto.

—Aprendiste bien de mí.

Resoplé para evitar reír. Luego, en un papelito escribí lo siguiente:

«Necesito contarte sobre cómo comenzó mi mala suerte.»

Cuando mi amigo lo leyó, sopló para no reírse y, al regresarlo, decía:

«Seguro que caminaste bajo una escalera, ¿o no?»

A diferencia de mí, él no creía en la buena o mala suerte, y de vez en cuando le gustaba reírse de mi superstición. Si tan solo supiera que no estaba muy alejado de la realidad.

«Peor que eso… Mucho peor :(»

—Bueno… —La gruesa voz del profesor Eduardo llenó todo el salón—. Parece que Muñoz no asiste, de nuevo. Cualquier persona que mantenga contacto con él, dígale que, si vuelve a faltar, nos veremos en el extraordinario la próxima vez.

Todo se quedó en silencio. Aquel hombre era tan temible que nadie se arriesgó a mentir para salvar el pellejo de Isaac. La verdad era que yo quería hacerlo. Sin importar que me había llamado chismosa unos instantes atrás, sentía que era mi deber defenderlo, como si aquello me sumara puntos. Pero el miedo me ganó y no me atreví a abrir la boca.

«¿Y por qué tendrías que hacerlo? —me preguntó la parte racional de mi cabeza—. Se lo merece por maleducado.»

Con ese pensamiento en mente, intenté que la culpabilidad que poco a poco iba creciendo, disminuyera.

«Yo se lo advertí, él no quiso venir. Yo se lo advertí, él no quiso venir», me repetía como un mantra a la vez que la añeja voz del profesor resonaba por todo el salón.

Para cuando me di cuenta, la clase había concluído, y lo único que fui capaz de anotar fue aquella frase.

En cuanto Octavio se asomó, me miró confundido.

—¿Te encuentras bien? —preguntó con precaución, atento a cómo yo borraba los rayones.

—En verdad que tengo mala suerte —dije sin filtros—, y todo por intentar ayudar a Isaac.

—¿A Isaac Muñoz? —preguntó con una ceja enarcada, sonriendo.

Cerré los ojos, arrepentida. Él conocía mi embelesamiento por el Kyle real gracias a mis miradas nada discretas, y desde entonces no paró de sugerirme mil y un formas para que me acercara. La cosa era que yo no estaba interesada en pasar al siguiente nivel, como mis amigos lo hacían llamar.

—¿Le vas a avisar sobre las clases? —inquirí para desviar lentamente la conversación.

—Lo haré —aseguró, manteniendo esa sonrisa descarada, cruzándose de brazos—. Parece que cada día te preocupas más por él, ¿no?

—Para nada —sentencié con firmeza—. Es sólo que… ¡Ah, dejé un capítulo a medias!

Escarbé dentro de mi mochila en busca del celular que me salvaría de este mar lleno de burlas y miradas sugerentes. Como antes había arrojado todo sin mirar atrás, asumí que mi fiel compañero estaría en lo más hondo. Sin embargo, luego de una exhaustiva búsqueda de treinta segundos, noté que no estaba.

Entonces conocí el verdadero terror. No pensé en lo que hacía, saqué las cosas con violencia, arrojándolas al suelo y cayendo estrepitosamente junto a mis esperanzas.

—¿Qué tienes? —preguntó Octavio mientras se colocaba su mochila.

En lugar de responder, me puse de cuclillas y revolví todos mis libros y cuadernos, esperando que el teléfono se hubiese colado en medio de las páginas. Luego de un rato, cuando me di cuenta que no era así, me dejé caer al suelo. Estaba frustrada. Toda la adrenalina de hacía un momento desapareció y ahora me sentía débil.

—Lo perdí —balbuceé finalmente, sin ser capaz de mirarlo a los ojos.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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