Hecho a tu medida

CAPÍTULO 04. ✺¿El platónico es un chico malo?✺

En ese momento, odiaba a Octavio. Mientras que él y Lau sonreían tontamente, yo no le daba tregua al mirarlo así de molesta mientras comía mis tortitas de papa.

—Vamos, no seas así —me dijo cuando notó que yo no iba a sonreír—. Lau también tiene derecho de enterarse de las buenas noticias.

Mis labios seguían en esa línea recta.

—Sí, no seas injusta, Mars —apoyó Laura, inclinándose sobre la mesa circular para picar mi mejilla—. Ahora resulta que no estás emocionada porque finalmente Isaac y tú han cruzado palabra… aunque eso signifique perder tu celular.

—Ese no es el problema —hablé por fin—, sino que ustedes están haciendo esas caras.

—¿Qué caras? —preguntaron al unísono, mostrando sus bobas sonrisas.

—Parece que ya quieren que me case con él, y eso que me trató como una drogadicta harapienta y ladrona.

—Nuestro propósito, Mars, es que te cases y tengas como veinte chamacos con él —dijo Lau, ganándose mi mueca de sorpresa—. Pero vamos paso a paso.

—¡Oye, no! —protestó Octavio en mi lugar—. No casemos a nuestra pequeña tan rápido.

—¿Ahora son mis padres?

—Adoptivos.

No pude aguantarlo más y me reí.

—Y eso de que te trató un poco rudo es, hasta cierto punto, comprensible —aseguró Lau—. Te desconocía, y puede que con los extraños sea algo arisco. Ya se le quitará lo idiota con el tiempo.

—Bueno… No sé si haya mejorado el sábado.

De acuerdo, lo admito, por más que me quejara que no me gustaba verlos así de eufóricos, la realidad era que me encantaba que fangirlearan. También me encantaba dejarlos a la espera del nuevo chisme y que me miraran con esos ojos que reflejaban lo hambrientos que estaban de las nuevas noticias.

—¡¿Qué?! —gritó Lau cuando no me atreví a seguir.

Me mordí el labio antes de relatar lo que había pasado. Claro que omití algunas partes incómodas. De esa forma, parecía que nuestra conversación había sido de lo más interesante.

—No cabe duda —sollozó Laura—, él te ama.

—¡No exageres! —exclamé entre risas.

La emoción de mis amigos era tan contagiosa que inevitablemente terminé igual o más entusiasmada que ellos.

—Sea como sea, ahora que estás tan incomunicada, lo mejor será que te acompañemos todos los días a casa —dictó, cambiando esos ánimos por una seriedad aplastante. No la culpaba, luego de que una de sus amigas desapareciera cuando un extraño la llamó desde su teléfono extraviado, se sentía arrepentida por no haber hecho algo más para ayudarla. Y, después de resignarse, se mantenía más alerta con el tema.

—De eso se encargará mamá Lau —declaró Octavio, apoyando las manos sobre los hombros de mi amiga, quien lo miró mal—. Lo siento, pero Fabiola siempre viene por mí a la salida…

—Claro —gruñó ella, rodando los ojos. Odiaba a Fabiola más que yo, y eso se le notaba a leguas pese a que, lo ideal para mí siempre había sido ocultarle nuestro desagrado—, ya vas a empezar de mandilón.

—No veo qué tiene de malo el querer pasar tiempo de calidad con mi novia.

La nariz de Laura fue arrugándose conforme el tipo de una sonrisa indestructible hablaba.

—Que debes de poner límites. ¿Cuándo hay tiempo para los amigos?

—Pues… ahora.

Ella torció el gesto y rodó los ojos.

Intenté huir de tal incomodidad al mirar hacia otro lado. Justo en ese momento, Isaac Muñoz y otras dos o tres personas pasaron a unos metros frente a mí.

—¿Ya son las diez y veinte? —pregunté al aire, siguiendo la mirada a aquel chico que iba hasta atrás.

—Eh… Sí —me respondió Octavio, mirando su celular—. ¿Por?

—No, nada. —Devolví la mirada a ellos antes de que notaran a Isaac.

No es como que supiera a qué hora se dirigía a la cafetería todos los lunes. Eso es de acosadores.

Me levanté de golpe.

—Tenemos clases, Oc —dije sin más, evitando las miradas sorprendidas de mis amigos.

—Ah, cierto. Nos vamos ya, Lauris.

—Ajá, déjenme solita. —Al parecer, Laura había recuperado su humor.

—Entra a nuestra clase —sugirió el chico, cayendo directito a la manipulación de mi amiga. Yo sólo sonreí y negué con la cabeza.

—Nah, prefiero morir de aburrimiento acá afuera que en su salón. —Recargó el mentón sobre la mesa de concreto y agitó su mano para despedirse—. Suerte con la urraca.

—Pero...

—Déjala —interrumpí al chico, quien parecía realmente afectado—. Seguro que Lina viene a hacerle compañía.

Laura nos dio una sonrisita maliciosa para comprobar que estaba en lo cierto.

 

 

 

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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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