Hecho a tu medida

CAPÍTULO 19. ✺Irrazonable✺

ISAAC

No sabía si era el incómodo sillón y el estrés que sentía, pero no pude dormir. Quizás era la segunda, pues desde que me «independicé» no pude dormir como antes. A pesar de que el peso de estar en una carrera que no deseaba estudiar se había desvanecido, las noches siguientes comencé a inquietarme por el futuro.

¿Realmente había tomado una buena decisión? ¿Podría sobrevivir sin el apoyo de mis padres? Nunca antes había trabajado, así que las cosas podrían resultar peor de lo que imaginaba.

«Ya no importa», me dije cuando estaba en mi límite. Lo hecho, hecho estaba.

Pero, ni con eso en mente pude dormir, y para cuando me di cuenta ya había amanecido. Me levanté y observé la puerta de mi habitación, donde Mara dormía. Ya me imaginaba lo que Mauricio diría: «¿Y me decías que no estabas interesado? ¡Durmió en tu cama, joder!».

No, no estaba interesado. Solo… era una buena chica. Estaba claro que no la dejaría desprotegida luego de ayudarnos en el local. Eso era todo.

De repente escuché un sonido seco, como si algo o alguien muy pesado se hubiera caído en el cuarto. No sabía si debía ir o no, y para cuando me decidí a investigar, Mara salió de la habitación hecha un desastre. Jamás la había visto así, con el cabello despeinado de tal forma que parecía que una bomba le había explotado. Sus ojos estaban un poco rojos y se movían muy rápido, escrutando el lugar. Era imposible que no recordara nada, ¿no?

—Buenos días —dije, irrumpiendo lo que sea que estuviera pensando.

Cuando se fijó en mí, sonrió apenada e intentó calmarse. Bajé la mirada cuando acomodó la playera que le había dado el día anterior. Al verla de pies a cabeza me sorprendí. Aún no se quitaba el pijama y estaba descalza.

—Hola —respondió finalmente. Su voz se había convertido en un murmullo.

Infló ambas mejillas y observó sus pies. ¿Por qué se había despertado de esa forma? ¿Tuvo una pesadilla?

—¿Quieres desayunar algo? —pregunté cuando ninguno de los dos se había atrevido a continuar la conversación.

Ella negó con fervor.

—No te preocupes, desayunaré en casa —anunció mientras observaba su celular y hacía un mueca. Hice lo mismo, dándome cuenta que pasaban de las diez.

Apreté un poco los labios.

—¿Llamaste a un cerrajero?

—B-Bueno, no —tartamudeó—, pero puedo llamar ahora y esperar a que llegue…

—Entonces puedes esperarlo aquí y desayunar mientras tanto —atajé.

Antes de que intentara huir, me dirigí a la cocina.

—De acuerdo, tú ganas —suspiró cuando saqué la harina para los hotcakes. Sólo los preparaba cuando tenía invitados—. Comeré… con una condición.

Parpadeé varias veces al escucharla. Me giré hacia ella, impresionado.

—¿Condición? —cuestioné sin darme cuenta.

—Sí, ya sé que suena estúpido cuando vas a alimentarme, pero sí.

Regresé a la estufa y, tras encender la hornilla y colocar el sartén, respondí:

—De acuerdo. Te escucho.

—Yo prepararé el desayuno.

Justo cuando iba a hacer la mezcla, me detuve y devolví la mirada hacia ella.

—¿Es todo?

—Es todo.

No pude evitar sonreír un poco. Me había asustado y resultó ser algo tan simple.

—Entonces creo que tenemos un trato —dije y me aparté para dejarle el puesto—. Mientras tanto, yo pondré agua para el café. ¿Te gusta?

—S-Sí —titubeó.

—¿Prefieres un té?

—Por favor —suspiró aliviada y yo asentí.

A decir verdad, me impresionó un poco la seguridad con la que se acercó, doblando sus mangas y observando la mezcla como si fuera un enemigo al cual derrotar. Mientras yo dejaba la olla, de reojo observé cómo ella no paraba de observar el sartén al mismo tiempo que se mordía el labio. ¿Entonces ella no…? Confirmé mis sospechas cuando, al colocar la mezcla en el sartén, y éste hizo ruido, Mara se sobresaltó.

—¿Estás segura que…?

—N-No te preocupes —interrumpió, alzando la mano pero sin ser capaz de regresarme la mirada.

No intervine más y esperé el resultado. El apartamento entero terminó con un olor a quemado insoportable. Al asomarme, me encontré con un hotcake negro y muy alargado.

—Lo lamento —murmuró a mi lado, con la cabeza gacha y un gesto que daba a entender que estaba a punto de llorar.

Pese a que me habría gustado no hacerla sentir más culpable, no pude evitar formar un gesto de horror.

—No te preocupes —dije finalmente. Ella suspiró—. Ahora me toca a mí intentarlo.

Ahora sí ladeó la cabeza a mi dirección. Sus ojos, que solían verse alegres, ahora reflejaban arrepentimiento. No lo podía negar, lucía como un pequeño pug.

—Me comeré mi creación entonces —indicó mientras los colocaba sobre un plato. La detuve cuando tomé su muñeca.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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