Entonces, la canción feliz en mi cabeza se detuvo.
Parecía que todo se había congelado en ese momento, y sólo quedaba mi mano temblando y mi corazón perdiendo el ritmo cardiaco.
¡¿Qué es lo que acabas de hacer, idiota?! —gritaba una vocecilla en mi cabeza—. ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué hiciste eso?
Mientras tanto, mi cuerpo se movía por sí solo, buscando el nombre de Isaac. En cuanto lo encontré, me crucé de brazos. ¿Ahora qué? ¿Debía mandarle solicitud? Pero, ¿eso no sería raro? Entonces él descubriría que eliminé la suya, y tal vez concluiría en que lo hice por accidente ya que yo estaba mandándosela de regreso.
No, no. No podía permitir que algo así sucediera. Pensaría que soy una tonta si hago eso.
Si no fuera por la sangre que estaba saliendo de mi dedo, no me habría dado cuenta de que me había estado comiendo las uñas. Froté mis manos, intentando calmarme.
No era para tanto, eso lo sabía, pero, por alguna razón, aquello parecía ser peor que el examen de admisión a la universidad.
—Sólo mándala y ya —exclamé en un murmullo, alzando la mano, apuntando al botón izquierdo. Me detuve en cuanto la punta de mi dedo lo rozó y sollocé—: ¡No puedo hacerlo!
Derrotada, me dejé caer en la cama y pataleé.
—¿Ahora por qué estás haciendo berrinche? —La voz de mi hermano resonó por toda la habitación, haciéndome erguirme para mirarle. Estaba parado en la puerta, mirándome con incomodidad.
—¿Por qué no tocas antes de entrar? —exigí saber, sintiendo unas pequeñas lágrimas instalarse en el rabillo de mis ojos.
—Estaba abierta… Y técnicamente, todavía no estoy dentro.
Lo comprobé al mirar sus pies y darme cuenta que todavía estaba fuera.
—¿Qué quieres? No estoy de humor ahora mismo —refunfuñé, volviendo a recostarme y hundirme en mi propio martirio.
—¿Ni siquiera para una pizza?
En menos de tres segundos, ya estaba de pie y alisándome el cabello.
—¿La invitarás tú? —pregunté, deteniéndome.
—Supongo.
—¡Perfecto!
—Por cierto —dijo cuando salimos al pasillo—, mamá me llamó y estaba bien enojada.
—¿Y eso?
Antes de que pudiera contestarme, Isaac apareció frente a nosotros. En su mano tenía una bolsa de plástico repleta de comida y agua embotellada. Al mirarnos, asintió un poco con la cabeza, como si nos estuviera saludando. Inconscientemente hice lo mismo a la vez que sonreía. Entonces, desapareció.
—¿Es nuestro vecino? —preguntó Aarón a mi lado.
—Sí, pero tú no lo conoces porque pasas la mayor parte del tiempo con tus ligues.
—Estudiando —corrigió—. En frente de mamá y papá, estudiando.
—Ah, sí. ¿Por qué mamá estaba enojada?
—Me dijo que no contestas las llamadas.
—Ah, sí… —Mi voz se apagó de un momento a otro.
—¿Qué?
Apreté los labios, dándome cuenta de que si le contaba la verdad, era un adiós para que me invitara una pizza.
—Primero vayamos por esa pizza y luego te cuento.
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Ver a Aarón fruncir los labios, con salsa negra en la comisura de sus labios, no parecía tan intimidante. Aun así, mantuve la mirada en mi pizza, escuchando como mi hermano me tachaba de tonta.
A pesar de estar en una pizzería de ambiente familiar, él no parecía contemplar a los pequeñines y decidió soltar improperios. Una vez se calmó, dejando ya impresionada a una pequeña de unos nueve años y molesta a su joven madre, se aclaró la garganta.
—¿Cómo fue que te lo robaron? —cuestionó, pasando una mano por su cara, realmente frustrado. Era la primera vez que lo veía tan preocupado.
—Bueno… —vacilé—. Es una larga historia.
—Tenemos todo el tiempo del mundo.
—Ay, por favor Aarón. Estamos cenando, están pasando una buena película. —Señalé la pantalla que estaba en la esquina superior del local—. ¿Podríamos, por favor, comer en paz?
—Es que… Santo Dios. Mamá va a matarte si se entera de esto.
—Y por eso no debemos contarle —puntualicé, mostrándole mi mejor sonrisa de negociante. Claro que él no era ingenuo y no se dejó envolver así de fácil.
—Eres tan… ¡Agh! ¿Por qué me lo dices hasta ahora? Eso es lo que más me emputa, que estuviste bien campante todo este tiempo sin hablar.
—Ay, ya. No exageres —refuté para después zamparle una buena mordida a mi porción de pizza—. Sólo han pasado como cuatro días. Además, ¿cómo iba a decírtelo? ¿Con señales de humo? Te recuerdo que el fin de semana no llegaste ni a dormir por andar de puerco.
Aunque intentó replicar, al final se dejó caer en el espaldar de la silla, alzó la cabeza y exhaló.