Hecho a tu medida

CAPÍTULO 10. ✺El secuestrador no es mi amigo✺

—Entonces, ¿me puedes explicar por qué Isaac Muñoz está sentado en nuestra mesa y por qué tú estás… así? —preguntó Lau, enjugándose las manos en el lavabo del baño y mirándome con la nariz fruncida.

Sí, sí. Lo admito. En cuanto vi a Isaac Muñoz sin compañía no pude resistirme a invitarlo a comer con nosotros. ¿De dónde conseguí esas fuerzas? No estoy segura, pero me alegra que él no me haya rechazado con su vieja táctica llamada: «¿Quién eres?».

Sabía que esto no pasaría por desapercibido para mis amigos, aun así jamás creí que tendría que hacer una huida de emergencia con Laura, quien no paró de mirarme impresionada, como si fuera capaz de interrogarme en frente del susodicho.

—¿Qué hay de malo? —respondí mientras me cruzaba de brazos.

—En realidad, nada… Es sólo que siento que algo pasó aquí. —Con su dedo índice empezó a picarme las costillas para que yo riera, pero la rechacé, malhumorada ante su euforia—. Además, tú nunca te peinas.

La miré ofendida y pasé la mano por mi cabello recogido en media coleta. También llevaba un pasador pequeño y muy lindo en forma de flor, regalo de mi mamá en mi graduación. Nunca antes lo había usado hasta que, curiosamente, me dieron ganas de hacerlo aquella mañana.

—No pasó nada. Sólo… quise hacerlo —me sinceré.

—Cielos... ¿Cómo pasamos de no querer acercarte a él hasta invitarlo a comer?

—¡No lo sé! —exclamé cansada—. Y tampoco sé cómo fue que aceptó. Quizás estaba aburrido y yo… no sé.

—Pues lo que haya sido que te impulsó, hay que agradecérselo. ¿Sabes qué significa esto? Boda.

—No exageres.

—¡Ya sé, ya sé! —exclamó entusiasta—. Fue la noche en la terraza. Seguro que se dio cuenta del encanto que tienes y ahora está perdidamente enamorado de ti.

Reprimí mis ganas de echarme a reír sin mucho éxito.

—Lau, hasta yo sé que eso es imposible. No inventes.

—De acuerdo, de acuerdo —accedió, colocando su mano en la barbilla—. Tal vez no fue así de mágico, pero te aseguro que le caes bien, de lo contrario jamás habría aceptado, ¿no crees?

Siendo honesta, quería creer eso.

—Es mejor que nos vayamos —dije después de un rato—, se nos acaba el recreo.

Tal como lo esperaba, en la mesa, Octavio le hablaba alegremente a Isaac, quien se limitaba a responder con monosílabas. Y en cuanto el rubio nos vio, frunció el ceño.

—Hasta que llegaron —se quejó.

Le respondí con una sonrisa y me senté al lado de Isaac, quien, con timidez, me acercó su paquete de galletas.

—¿Quieres una?

Sonreí un poco.

—Muchas gracias.

—Bueno —terció Laura, dando un aplauso—, ahora que estamos todos reunidos, y que dentro de poco comienzan los exámenes, hay que organizarnos, ¿no creen?

—Ay, cierto —exhaló Octavio con irritación—. Isaac, ¿también te nos unes?

Quedamos en silencio por un rato, hasta que él se decidió a responder:

—Sí.

—Muy bien —sonrió Lau—. Entonces, ¿qué día tomamos para estudiar Geometría?

—¿Qué tal este jueves? —propuso el rubio—. ¿Alguien tiene algún compromiso?

Todos negamos. Isaac estaba incluido ya que compartíamos dicha materia.

—Entonces que sea jueves y viernes para Geometría, el miércoles Expresión Arquitectónica…

Mientras hacían su pequeño calendario, yo bebí mi jugo de manzana y observé el cielo parcialmente nublado como si fuera de lo más interesante, todo con tal de huir de la organización. Minutos después, cuando todo estaba arreglado, Octavio recibió una llamada que no tardó en atender. Se levantó y se alejó un poco de nuestra mesa. Lau resopló.

—Apuesto a que es la manipuladora de su novia —murmuró descontenta, aunque la pude escuchar con claridad—. Se ahorraría muchos problemas si terminara con ella.

No quise responder nada porque se supone que estaba hablando consigo misma.

En el momento en que nuestro amigo volvió, Laura se levantó de inmediato, colocándose la mochila. Su cara estaba muy arrugada por la mueca que estaba haciendo, como si la simple presencia del chico le molestara.

—Mi clase comienza en diez minutos —nos informó muy bruscamente, y cuando sus ojos se encontraron con los míos sentí un ligero escalofrío recorrer mi espalda—. Te veo en la salida.

Aunque estaba rígida por el temor, logré asentir de vuelta. Sin despedirse de nadie más, huyó. Cada día me recordaba que debía de esperarla cuando sus clases terminaran para que me acompañara a casa, queriendo protegerme de un secuestrador imaginario. Ya había pasado alrededor de un mes desde que perdí mi celular y nunca vi a alguien sospechoso ni sentí una mirada tras de mí al caminar en la calle, así que sólo se trataba de una simple suposición suya. Aun así, nunca la rechacé.

—¿Qué le sucedió a Lau? —preguntó Octavio, confundido. Al parecer no era muy bueno leyendo a las personas, por más obvias que fueran—. Parecía molesta de repente.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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