«Nada de qué preocuparse», pensé la noche anterior como una ingenua, sin embargo, cuando me levanté la mañana siguiente, noté el tono verdoso y morado en mi sien y tabique de mi nariz. Entonces supe que estaba en un aprieto.
Puede que sea ridículo, pero mi salud era lo que menos me preocupaba. Ya había enfrentado situaciones similares en el pasado y entendía muy bien que eso no era nada grave. Lo que me tenía angustiada era que, por más maquillaje que me pusiera, el golpe no se borraba.
A pesar de que logré que se viera mucho menos doloroso de lo que ya era, las expresiones de Lau y Octavio no tuvieron precio. No me había acercado lo suficiente a ambos cuando ya estaban gritando y exigiendo que les dijera qué me había pasado. Juntos eran unos dramáticos de primera.
Después de contarles la historia, no me sorprendió que Lau estallara en risotadas e indicara cada acción estúpida de mi parte. Por eso era mi mejor amiga.
Por otra parte, Octavio se mostró preocupado y desconfiado sobre Gustavo.
Y si pensé que las heridas y burlas habían sido la peor parte, pues no. El mundo estaba obstinado en demostrar que aquello no era más que el principio de mi pesadilla. Durante toda la semana Gustavo insistió en mandarme mensajes y preguntarme si podíamos citarnos en algún lugar para hablar con más calma. Incluso llegó a insinuar que mi «ataque» del otro día se debía a que tenía los nervios alterados. ¡Por supuesto que los tuve alterados! ¿Gracias a quién? Él no se lo preguntó en ningún momento.
Pero como yo era muy educada, contestaba cada mensaje, aunque lo hacía muy cortante ya que estaba hasta el copete de su insistencia. Aun así, se entusiasmó y me pidió vernos de nuevo, cosa que estaba segura no haría.
—¿No será que le gustas? —sugirió Lau a mi lado, observando con detención mi laptop.
—No lo digas ni de broma —sentencié, cerrando la conversación.
—¿Por qué sigues rechazándolo así? —Su desconcierto era sincero; sobre todo porque aún no le contaba con lujo de detalle el infierno que fue para mí la primaria. Aun así, la miré mal—. Ya sé, le odias, pero ¡vamos!, ya pasaron nueve años. Tan sólo lee sus mensajes, es demasiado tierno.
—Mira, no necesito revivir malos ratos y cuando estoy con él lo hago todo el tiempo. Además, si es como dices (que no lo creo) y está tratando de conquistarme, más motivos para huir.
Laura bufó con fuerza y revolvió su cabello con frustración.
—Si sigues de esta forma, nunca podrás conseguir novio.
—No quiero ser su novia.
—Oh, cierto. Había olvidado tu amor eterno por I…
—¡Shhh! Cállate, tonta. —Cubrí su boca abruptamente, con tal fuerza que logré que se hiciera un poco hacia atrás—. Ay, perdona.
Temía que en cualquier momento Octavio e Isaac llegaran a la alameda donde nos habíamos citado para estudiar. Sería malo que Muñoz nos escuchara.
—No tiene nada de malo tener un novio antes del verdadero amor —bufoneó Lau con un tono infantil—. Así que, si quieres lograr algo, al menos deja de ser tan fría con él. ¿No te bastó con decirle tantas cosas malvadas?
No respondí a ello. Preferí fingir que estaba muy centrada en mi computador, cuando en mi mente las palabras de mi amiga martilleaban sin cesar.
Quizá tenía razón y estaba siendo muy mala con él, pero yo seguía justificándome con mis muy buenos motivos para ser así. Era doloroso rememorar las tardes en las que llegaba a casa con la ropa sucia de pintura o lodo, mi cabello hecho un desastre y los ojos llorosos.
—Si me lo preguntas —prosiguió—, creo que es mejor dejar el pasado atrás, Mara. ¿Y si Gustavo cambió para bien?
Yo me reí y la miré como diciendo: «Buena esa, amiga».
—¡No! Lo digo en serio, Mars. Dale sólo una oportunidad para hablar, y si es el mismo idiota, entonces no te vuelves a acercar a él. Pero si cambió, ¿por qué no empezar como amigos?
—No creo que sea posible.
—¿Por qué no?
—Niños como él no cambian —expliqué exasperada—, está comprobado científicamente. Si de niños son unos demonios, de grandes se convierten en Satanás. No hay arreglo.
—Exagerada —dijo entre toses.
Permanecí mirándola como si estuviera hablando en otro idioma a la vez que negaba con la cabeza. Había perdido a mi Lauris.
—De cualquier forma, ¿por qué importa tanto? No le haré daño a nadie si lo evito.
—A él sí —musitó con la mirada al suelo.
Fue entonces cuando lo recordé. Antes de hablar con Lau, incluso antes de conocerla, era una niña problemática que golpeaba a los chicos débiles por diversión. No sé cuántas cosas habrá hecho, pero cada vez que hablábamos de casos por el estilo, su mirada se tornaba sombría y sus ojos se anegaban de lágrimas.
Lo que sí me contó con lujo de detalle fue la vez que intentó solucionar las cosas con uno de esos chicos, sin embargo, él no quiso estar ni un minuto a su lado y le soltó un montón de palabras crueles, cosa que la desanimó por tres semanas.
—Lamentamos la demora, bellas damas —saludó Octavio en medio del silencio que se había producido—, pero una belleza como yo no es fácil de solicitar.