—No lo entiendo. ¿No querías un chico malo? —preguntó Lau genuinamente confundida mientras observaba la bolsa negra en sus manos.
Antes de responderle, suspiré y miré el cielo parcialmente nublado. Parecía que iba a llover pronto. Bueno, era normal que lo hiciera en esas fechas.
—Pues sí, pero tampoco me gusta que me traten mal.
Sin poder reprimirse, soltó una carcajada que resonó por toda la calle, haciendo incluso que un perro nada amistoso nos ladrara e intentara mordernos. Por suerte, una reja nos separaba de aquella bestia que no paró hasta que nos perdió de vista.
—No entiendo para qué quieres un chico malo si no vas a aguantar cómo te tratan. Por algo se les llama chicos malos.
—Ya sé, ya sé —rezongué—. Es que pensé que sería más paciente, pero ya vi que no.
Lau asintió satisfecha con mi respuesta.
—Al menos todavía conservas un poco de cordura.
Suspiré y no intenté decir más. Mientras tanto, me fijé en la unidad deportiva que ya estaba a un par de calles de distancia. Aquel domingo debíamos entregarle un mandado a Octavio, quien estaba a punto de entrar a su juego. En lo personal, no me gustaba el fútbol, y tener que caminar hasta la cancha y quedarnos a mirar me parecía un fastidio. Lo único que iba a hacer sería aburrirme. Aunque, tal vez yo podría ir al área donde estaban todas esas cosas para hacer ejercicio y quizás, por obra del destino, me encontraba con Isaac.
Sacudí la cabeza, eliminando ese pensamiento. ¿Es que no entendía? Si pude mantenerme firme durante el resto de la semana para no buscarlo con la mirada, y aguanté las clases de Geometría sin hablarle, no tenía porqué fracasar ahora.
Es más, debía esperar a que él me pidiera disculpas por ser tan grosero.
Sí, lo mejor sería pasearme por allí y si es que me lo encontraba por accidente, entonces sería benevolente y le perdonaría.
Era el plan perfecto.
Saboreando aquel escenario en mi cabeza, me reí.
—¿Ahora qué tienes? —preguntó Lau, quien no parecía tan infeliz con la idea de caminar hasta la unidad, y eso que ella no era amante del deporte.
—No, nada. —Me quedé pensando un momento—. ¿Habrá mucha gente por allá?
—Lo dudo —respondió de inmediato—. No creas que el equipo del pulpo es muy conocido. Seguro que sólo van los amigos o familiares de los jugadores.
Un minuto después, entramos a la unidad, la única en la ciudad en realidad. Era muy espaciosa, estéticamente hermosa y bien cuidada. Contaba con cinco canchas: una de baloncesto, otra de vóleibol, una para frontón y dos para fútbol. En general, era uno de los espacios públicos más limpios en los que había estado. Aunque, como tengo que quejarme de algo, puedo decir que el techo de las gradas no protegía en nada; ni del sol ni de la lluvia. La techumbre de lámina ya tenía una goteras más grandes que un balón y estaba muy oxidado.
—¡Octopus! —gritó Lau en cuanto vio al rubio, quien rodó los ojos sin perder su sonrisa.
—¿Por qué le dices así? —pregunté. Aquel apodo era de los más recientes entre ambos.
—Porque lo odia. —Corrió hacia el aludido y le entregó una bolsa—. Aquí tienes tus calcetas y las rodilleras. Como sé que no traes dinero, me lo das después.
—Muchas gracias —sonrió mientras examinaba el interior—. Y perdón. No iba a pedírtelo, pero Fabi está ocupada.
Todo rastro de diversión en la cara de Lau desapareció. Ahora, permanecía firme y molesta.
—No te apures, está bien.
Un pequeño silencio incómodo nos invadió, hasta que nuestro amigo carraspeó, mirando hacia donde se encontraba el resto de su equipo.
—¿Se van a quedar a ver el partido, marciana?
—Tenemos otras cosas que hacer —contestó la castaña en mi lugar, dejándome con las palabras en la boca. Aunque, siendo honesta, quería rechazarlo.
—¿En serio? ¿Qué van a hacer? —Se notaba lo ingenuo que era.
Esta vez, Lau me miró para que yo hablara. Su paciencia se había terminado.
—Iremos... al departamento de Lau —respondí insegura.
—Oh, ¿de verdad? —El tono desanimado del rubio hizo que Laura flaqueara un poco—. Está bien, será para la otra.
—Ya que insistes —le cortó Lau, cogiéndome de los hombros—. Iremos a sentarnos por allá, pero en cuanto termine tu partido, nos vamos.
La triste mirada de Octavio cambió a una sonrisa entusiasta que hacía a sus ojos brillar.
—¡Gracias! Verán que ganaremos, y todos los goles serán en honor a ustedes chicas.
A pesar de que mi amiga intentaba hacerse la dura, se veía lo feliz que estaba al escuchar eso. Entonces, comencé a sospechar algo muy interesante.
—Lau —la llamé en un susurro—, ¿será que tú…?
—Vamos para allá, Mars. —No supe si me había interrumpido a propósito o no, pero me empujó tan fuerte que terminamos chocando contra alguien más.
Bueno, yo me llevé la peor parte al ir delante de Laura, quien, al sentir el impacto, dio dos pasos atrás, arrastrándome.