MARA
Sabía que mi encuentro con Gustavo iba a salir mal cuando el sábado por la mañana recibí un paquete.
Pese a que al principio estaba muy nerviosa, al ver su interior reprimí un grito: mis papás me habían comprado un celular nuevo, y junto a él descansaba una nota que decía: «Por favor, no lo pierdas esta vez».
—¡Gracias! —grité a la nada cuando tuve el móvil en mis manos.
Las primeras tres horas me adapté al nuevo dispositivo y lo primero que hice fue descargar la aplicación en donde leía "Besos Prohibidos". Y cuando mi euforia disminuyó, caí en cuenta que la tarde sería un asco. Según la lógica de una amiga de la secundaria, cuando algo bueno sucede, debes de prepararte para enfrentar lo malo. Si lo pienso bien, era una pesimista de primera, no obstante, sospechaba que tenía un poco de razón.
Fue así como mi cabeza comenzó a pensar en varios escenarios mientras me peinaba para ir a la reunión con Gustavo. Probé muchos estilos, pero nada me convencía. O eran muy simples o demasiado exagerados.
Sin embargo, lo que más me preocupaba era la razón por la cual él me había citado en el restaurante “Palacio Blanco”, uno de los mejores de la zona, semi-elegante y costoso. Insisto, si no intentaba confesar sus sentimientos por mí, ¿entonces para qué ir ahí?
—Puedes hacerlo —me dije cuando me sentí lista, arreglando la falda del vestido más elegante que tenía.
En un principio, Lau había querido prestarme uno de los suyos, pero como yo era dos tallas mayor a ella, iba a ser imposible que entrara. Y no me quejaba del que llevaba puesto. Sí, tal vez lo conseguí en una rebaja del cuarenta por ciento, aun así era muy mono y daba un toque fresco.
—¡Vaya!, ¿a dónde vas? Te ves como un payaso. —Me sobresalté cuando escuché la repentina voz de Aarón, quien se recargó en el marco de la puerta del baño.
—Muy gracioso —reí sin gracia y lo empujé fuera.
—Nunca pensé ver este día —suspiró mientras negaba con la cabeza—. La pequeña cara de ardilla va a casarse.
—Deja de… ¿Qué? —Aarón rio con mi reacción—. Olvídalo. Regreso a las ocho..., tal vez.
—¡No, no, no! —Se interpuso entre la salida y yo—. Debes decirme algo claro, Mara.
—Tú sales y llegas cuando quieres. ¿Por qué debe de ser diferente conmigo?
—Porque… ah, corres más peligro. No me fío de ese tal Gustavo.
Le di una sonrisa rígida, lo aparté de nuevo y hui. Le había comentado un poco sobre mi reunión y quién era Gustavo, pero como él era muy protector quería que le diera la biografía completa del chico. No podía quejarme, pues eso demostraba cuán preocupado estaba por mí.
Al llegar a la entrada, casi choqué con el dueño. Por suerte, reaccioné y di dos pasos atrás. El señor Joel sonrió al verme.
—Buenas tardes, Mara. Te ves muy bien hoy.
—Muchas gracias, señor —le sonreí de vuelta.
—¿Vas a salir con Isaac o algo así? —Su pregunta me tomó tan desprevenida que casi me quedé sin aire. Al ver mi reacción sonrió con ganas—. Perdona, es que pensé…
—No importa —respondí, sintiendo mi rostro muy caliente—, y disculpe, debo irme.
—De acuerdo. Te veo luego.
Bajé la mirada y salí casi corriendo. Si tan sólo supiera que seguramente Isaac estaba haciendo de las cosas más valientes en su vida, no bromearía así. O quizá yo estaba muy seria al respecto. No podía evitarlo, deseaba con todas mis fuerzas que él pudiera confesarle a sus padres que no quería ser arquitecto.
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Nunca antes había entrado a Palacio Blanco. Lo había visto desde fuera y ya parecía un hermoso castillo, con ventanales altos y un jardín precioso. Los meseros iban de un lado a otro, pues también había mesas en la intemperie, las cuales eran acompañadas con una fuente de mármol.
Tragué duro y casi se atoró mi saliva. En definitiva, esta sería una gran molestia para la billetera de Gustavo, quien, desde hace días atrás insistió en que debía de pagar.
Sería toda una pérdida inútil en realidad, pues en mis planes estaba estrictamente rechazarlo si es que me pedía ser su novia.
—Su nombre, por favor —me dijo una mujer alta y de piel tersa, con un cabello envidiable.
No sabía cómo responder. En las películas siempre decían el nombre de la persona que había reservado el lugar, así que me guíe por eso, no sin antes hacer un gran ridículo debido a los nervios.
—Bueno, me llamo Mara, pero el que reservó el lugar se llama Gustavo Salinas… Así que él… —respondí entre tartamudeos.
La mujer bonita se limitó a sonreír con dulzura, mostrando esos dientes perfectos. Me guió dentro, hasta el fondo.
Nuestra mesa estaba más alejada del resto, y lo agradecí, ya que estaba a un lado de las ventanas. Así, si las cosas se tornaban incómodas, podría mirar a través de ella y escapar brevemente, tanto de la conversación como del ambiente tan refinado que lograba asfixiarme.