Hecho a tu medida

CAPÍTULO 17. ✺El listillo que se convirtió en una lacra✺

Lo único en lo que pensaba últimamente era en lo grandiosa que era la vida. Ni siquiera el examen del lunes logró quitarme esa sonrisa boba del rostro ni el optimismo que desbordaba al hablar.

—¿Por qué sonríes así de confiada? —preguntó Octavio mientras salíamos del salón—. ¿Fue tan fácil el examen para ti?

Noté en su rostro la preocupación.

—Un poco —admití.

—No, debe ser otra cosa —intercedió Lau, analizándome de pies a cabeza de forma detectivesca—. ¿Es algo relacionado con Isaac?

Sus miradas intranquilas pasaron a unas de chismosos profesionales cuando mi risilla me delató.

—¡Cuenta el chisme! —exclamaron al mismo tiempo.

—Bueno… —Tomé las tiras de mi mochila y comencé a caminar entre pequeños saltos—, digamos que ahora comenzamos a ser buenos amigos.

—¡¿Amigos?! —chilló Octavio con dramatismo—. ¿Cuándo pasó? Necesitamos detalles.

A comparación de él, Laura parecía bastante decepcionada.

—¿Qué? —pregunté con la sonrisa caída.

—¿Estás segura que quieres ser solamente su amiga?

Enarqué una ceja.

—Bueno, sí. No hay nada de malo con ello.

—Pero, ¿no querías conquistarlo?

—A decir verdad, Lau, no sé desde qué punto eso dejó de importarme.

—Exacto, Lauris, no la agobies —terció Octavio, tomándome de los hombros—. Apoyemos a nuestra pequeña en su felicidad.

—Hablas como un anciano —se limitó a decir ella, ganándose una sonrisa de satisfacción de parte de nuestro amigo.

—Como sea, ahora que tenemos tiempo libre, ¿qué dicen de ir a por pizza?

—¿Pizza? —preguntó Lau—. ¿Desde cuándo te gusta?

—Desde que alguien del equipo nos llevó al local de su hermano. Es demasiado rica como para que se la pierdan.

—¿Hoy no irás con Fabiola? —me atreví a preguntar.

La sonrisa de Octavio no titubeó, sin embargo, su mirada se oscureció de un momento a otro.

—Bueno, digamos que... nos peleamos. Pero no es nada grave.

—¿Qué fue lo que hizo? —Lau quiso saber, ahora con la guardia alta.

—Ah, no, nada. De hecho, ella fue la que se enojó conmigo. Sabes que este muñeco nunca podría enojarse con su chica —alegó el otro—. Fueron unos ataques de celos tontos. Cuando se le pase el enojo, se lo compensaré.

—Adivinaré —Laura observó sus uñas—, seguro que se enojó porque no le dijiste lo perfecta que era por más de cinco largos minutos.

—Casi —concedió él sin una pizca de irritación. Puso su mano en el hombro de la chica molesta y lo apretó un poco—. No tienes porqué preocuparte, Lauriña, las cosas se arreglarán.

¿Qué? Eso no tuvo sentido. ¿Es que el muy tonto no se daba cuenta? O tal vez era tan listo que su plan era despistarnos.

—No estoy preocupada —afirmó y se alejó bruscamente—. Vayamos a por la pizza antes de que se quiten las ganas.

—Muy bien, tú ganas.

Quería pensar que el rubio era tan listo que esa sonrisa idiota era para evitar cualquier pelea.

—¿Y si invitamos a Isaac? —inquirió Octavio cuando salimos de la universidad.

—¿Eh? Pero…

—Sí —concedió Laura—, ya que ahora son buenos amigos, deberían pasar tiempo juntos. Que, por cierto, necesitamos detalles.

—Por hoy, seamos nosotros tres —repliqué, sintiendo la presión sobre mis hombros.

—O quizá cuatro. ¿No ves que el hermano del dueño es amigo de Octavio?

—No creo que pueda estar con nosotros —intervino él—. Trabaja ahí cuando tiene tiempo libre.

 

 

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¿Has escuchado la frase de «el mundo es un pañuelo»? Bueno, lo es.

Sorprendentemente la pizzería donde Octavio nos llevó era la misma en donde Sonia, la amiga de Aarón, trabajaba. Y, siendo honesta, si tuviera que elegir entre Palacio Blanco y la Pizzería Martínez, me quedaría en la segunda.

No estaba mal el restaurante cinco estrellas con empleados elegantes y platillos más caros que mi casa, pero la pizzería tenía un ambiente más familiar y sentía que encajaba en ella. No era un local enorme con jardines deslumbrantes, sino uno mediano con una banqueta pequeña y dos macetas. Eso sí, el interior era más colorido, las mesas rojas estaban muy cerca y había un televisor enorme que transmitía la repetición del partido del fin de semana.

No había mucha gente dentro y estaban dos encargadas en la barra de pedidos. Una de ellas poseía un rostro aburrido y cansado, mientras que la otra, al verme, estiró los labios y me dio una gran sonrisa con los ojos brillantes.

—Mara, ¿qué estás haciendo aquí? —inquirió cuando llegué hasta ella. Sonia casi quería arrojarse del otro lado.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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