La semana había comenzado terriblemente mal.
Como los exámenes estaban a la vuelta de la esquina, los profesores decidieron que lo mejor era juntar los trabajos finales, dándonos un tiempo límite casi imposible.
—¡¿Por qué no lo piden con dos semanas de anticipación, al menos?! —se había quejado Octavio a mi lado, escondiendo su rostro en la mesa y agarrándose la cabeza con ambas manos. Él, como muchos, no era bueno bajo presión, así que ya sabía que desde ese día, hasta que los exámenes terminaran, se la pasaría de quejón y malhumorado.
—No sé por qué te extraña, es así siempre —dije sin mucho ánimo. La verdad era que debía cuidarme de no sonar tan fastidiada para que mi amigo no explotara de furia.
—Pues sí, pero no deberían de hacernos eso. ¿Y sabes qué es lo peor? Que luego ellos nos dan las calificaciones cuando se les da la regalada gana.
Asentí. Siendo honesta, si no fuera porque Octavio estaba así, yo habría ocupado su lugar. Regularmente me gustaba hacer los trabajos desde que los encargaban, para tener tiempo libre después; no obstante, ahora los tenía que hacer, quisiera o no, para que me alcanzara el tiempo de terminar todo en la fecha estipulada.
Eso, más la presión de obtener más de 8.5 para que la universidad no me quitara la beca que recibía cada semestre y que era una ayudita para mis padres. Y, para rematar, había una materia que intentaba arruinar mis planes y en la que estaba en riesgo de ir a final si no sacaba más de nueve.
Masajeé la parte trasera de mi cuello y suspiré al ver que el profe Eduardo entraba, evidentemente con un humor de perros.
—Muy bien, jóvenes, necesito que presten mucha atención a lo que les voy a decir —habló con dureza a la vez que dejaba caer su carpeta sobre el escritorio—. Ya estamos a finales del semestre, y como saben, deben de hacer su trabajo final. Lo harán en equipos de cuatro. Investigarán sobre…
Bla, bla, bla y más bla. Ya sabes, investigaciones, caratulas bonitas, introducción, desarrollo y conclusión, sin olvidar las referencias en formato APA. La verdad es que con ese tono irritante no me daban ganas de prestarle la más mínima atención y sólo deseaba regresar a casa de mis padres lo más pronto posible y olvidarme de la escuela.
—De esa investigación también harán una presentación que van a exponer el viernes de la próxima semana. Entonces, ¿escogen los equipos o lo hago yo?
—¡Nosotros, nosotros! —gritó la mayoría en unísono.
Eso hizo que las energías de mi amigo regresaran y se enderezara. De inmediato sentí que me tocó el brazo, y como su rostro me lo dijo todo, asentí decidida.
—¿A quién quieres en nuestro equipo? —susurró.
Me giré a todos lados, notando que la mayoría ya tenía equipo. Luego, sin querer, me fijé en que un grupito ya le estaba preguntando a Isaac.
—Escoge tú, ya me da igual —refunfuñé con decepción.
—¿Segura? —Esperó hasta que moví la cabeza—. ¡Isaac! —gritó tan fuerte que su voz resonó por todo el salón, callando a algunos. Muñoz se volvió hacia nosotros y yo miré al rubio con horror—. ¿Quieres estar en nuestro equipo?
Mientras que el otro trío que se había acercado a él primero nos miraba enfadados, Isaac Muñoz se lo pensó un momento para terminar asintiendo. Ya no me importó cuán molestos se veían los otros, en ese momento me había quedado de piedra.
—No me lo agradezcas —musitó Octavio en mi oído, portando una sonrisa triunfal en el rostro. Cuando se apartó, escudriñó el resto del lugar—. Ahora sí, ¿a quién quieres en nuestro equipo?
—Eres… —Meneé la cabeza—. Da igual. Esperemos a que alguien se quede sin equipo.
«De todas formas, seguro que lo terminamos haciendo Octavio y yo», pensé resignada. Si Isaac no quería ni entrar a este clase, cuantimenos iba a cooperar en el proyecto. Y, siendo realistas, nuestro cuarto integrante sería dejado de lado por perezoso.
Pero, con lo que no contaba, fue que la pequeña chica rubia, de ojos saltones como una salamandra, se acercara a nosotros tímidamente.
—Mara —me llamó en un susurro apenas audible. Extrañada, fui hacia ella, no sin antes darle una mirada a mi amigo, quien tampoco pareció comprender.
—¿Qué sucede? —inquirí.
—Bueno… —Bajó la mirada y tragó saliva—. ¿Puedo estar en tu equipo?
—¿Eh?
—¿Puedo estar en tu equipo? —repitió.
No era que no la hubiera escuchado, al contrario, había oído muy bien. La cosa era que estaba muy sorprendida. Es decir, Pilar, la jefa de grupo, era la chica más inteligente del salón, la que siempre sacaba las mejores calificaciones, la responsable. ¿Captas? Me parecía increíble que quisiera estar en nuestro equipo, sobre todo por Isaac, quien estaba a un paso de reprobar y no parecía muy interesado en… nada en absoluto.
—¿Entonces...?
—Ah, sí… —Hasta ese momento me di cuenta de que había permanecido con la boca abierta, y que no había pestañeado—. Este… claro, sí, puedes estar con nosotros.
Por poco se me salía decir: «Será un honor, en realidad.»