¿Quién lo diría? A mis plenos veinte años recibí la lección de la vida: fingir que Ángel Saavedra me caía bien, si quería llevar la fiesta en paz. No, mejor dicho, si quería conseguir el permiso para ir al cumpleaños de Isaac.
Estaba segura que si tan sólo aquel intruso no hubiera interrumpido mi paz, mis padres me dejarían ir sin chistar. No obstante, ahora que había armado todo un espectáculo, me cuestionaron hasta de lo que no, exigieron que les mostrara fotos de los invitados y que también les mandara la dirección de Mauricio. Ok, entiendo que lo hacían para protegerme, pero esto ya era demasiado. Ni siquiera en la preparatoria, donde hice más locuras, me acorralaban de esa manera.
Al menos me salí con la mía y ya estaba de camino a la casa de Mauricio. Sin embargo, era como si la mala suerte hubiera escuchado a Sonia, pues mandó una no tan agradable llovizna justo cuando atravesé los límites del pueblo. Incluso el taxista comentó lo raro que había sido que lloviera así de repente.
Quería verme linda para que Isaac lo notara. Me puse mi vestido marrón que me llegaba por debajo de las rodillas, trencé parte de mi cabello y me maquillé lo mejor que pude. Pero con esta lluvia todo mi estilo se echaría a perder. Y eso que no estaba contemplando el frío de muerte que hacía.
En cuanto llegamos, pagué al señor y salí corriendo hasta llegar al porche de la casa. Antes de eso, tuve que pasar por el patio lleno de césped que llenó mis zapatos de lodo. A un lado, estaban dos autos aparcados.
Golpeé la puerta un poco más fuerte de lo normal ya que las gotas comenzaron a golpear el techo con fuerza. Tuve que esperar al menos un minuto antes de que la no-novia de Isaac me abriera, mirándome sorprendida ya que no paraba de temblar de frío.
—Tú eres… ¿la chica de la fiesta de Mau?
Asentí mientras los dientes me castañeaban.
—Sí, sí me acuerdo de ti —señaló alegremente—. Es un gusto verte por aquí, María.
—¿Quién es María, Jazmín? —preguntó Perla, parándose al lado de su hermana. Al verme, sonrió con dulzura—. ¡Hola! Ella es Mara, no María —indicó a la otra.
—¿Sí? Perdona, olvido los nombres muy fácilmente. —La morena bajó la mirada a mis pies y abrió los ojos de par en par—. Uy, espera. Te traeré una jerga para que te limpies.
Corrió dentro, dejándonos a Perla y a mí solas.
—Discúlpala, suele ser un poco distraída y un tanto exagerada —sonrió—. Isaac y los chicos salieron por más bebida. Algunos ya estaban algo pasados de copas, así que me preocupa un poco que hagan algo que no... Perdón, hablé de más. Es que realmente estoy preocupada.
Me limité a sonreír y asentir. Jazmín llegó corriendo, y cuando pensé que me entregaría el trapo para secarme yo misma, se agachó y lo hizo. Yo me la quedé viendo, atónita.
—N-No tienes por qué… Y-Yo puedo hacerlo —tartamudeé cuando me recuperé un poco.
—Está bien, yo lo hago —aseguró, mirándome con una sonrisa—. Después de todo, fui yo la que te hizo esperar.
Dios, ¿esto era real? Es decir, esta chica era demasiado agradable.
Luego de asegurarse de que no tenía ni una sola mancha, me dejó pasar. Cuando ingresé, todo estaba desacomodado. Los sillones y algunas sillas de plástico formaban un círculo alrededor de una mesa, donde había un montón de botellas vacías, una caja de cigarrillos arrugada y tres bolsas de papas abiertas.
Perla se puso a recoger la basura del suelo y la aventó en la enorme bolsa negra de la esquina.
—Como puedes ver, esto es un desastre —declaró cuando terminó, limpiándose las manos—. Es increíble cómo siendo sólo las cinco la mayoría están borrachos.
—Por suerte nosotras somos más resistentes —secundó Jazmín con orgullo. Se lanzó en el sillón de tres personas y me invitó a hacer lo mismo—. Deja que Perla se encargue del desmadre de su viejo, tú ven conmigo.
Perla se giró hacia ella y le mostró el dedo corazón, mientras que la mayor se echaba a reír.
—Entonces… ¿Eres una buena amiga de Isaac? ¿Así como que muy cercana y todo eso?
Como no supe qué responder, asentí un poco con la cabeza. No sabía si Isaac me consideraba como alguien cercana a él, pero quería creer que sí.
—Siendo así, me agradas —sonrió.
No pude aguantarme y pregunté:
—¿Por qué?
—Bueno… —Jazmín se removió, como si el sillón le incomodara de repente—. Tal vez porque estoy enamorada de él.
Me quedé perpleja. Ella respondió tan tranquilamente que me parecía una mentira, pero me sostuvo la mirada tanto tiempo que no pude evitar sentir ese escalofrío en la espalda.
—¡Estoy jugando! —exclamó casi de inmediato. Tomó una de las botellas que seguía llena y tomó un sorbo—. La verdad es que me pone muy feliz que esté empezando a confiar en las personas. Siempre ha tenido problemas al hacer nuevos amigos, ¿sabes? Todo porque es un amargado.
—¿Han sido amigos por mucho tiempo? —inquirí. A decir verdad, conocer un poco más de Isaac era mucho más atractivo que cualquier otra cosa.
—Creo que… durante diez años, o algo así. No me acuerdo cuando, pero podría decir que somos amigos de la infancia. Después conocimos a Mauricio en preparatoria, era todo un fanfarrón. Bueno, sigue siéndolo un poco.