Hecho a tu medida

CAPÍTULO 27. ✺Punto de quiebre✺

MARA

Si el mes pasado habíamos estado de malhumor, este debía de ser el límite para Laura y para mí.

—Pero me va a escuchar —dijo Lau. Casi podía ver el humo saliendo de su nariz y oídos de lo molesta que se encontraba.

—Ya déjalo. Ya lo hicimos, no podemos…

—¡Claro que podemos! —me interrumpió ella.

Uno de nuestros profesores nos había hecho un examen oral sorpresa. ¿Saben lo que significa? Que todos íbamos a reprobar porque aquello tenía un gran valor en nuestra escala. Y como Laura era una gran defensora de la justicia, ahora mismo nos encaminábamos a la dirección. Yo estaba convencida de que sólo sería una pérdida de tiempo, pues sin importar cuán injusto fuese, no nos escucharían.

Por suerte, un ángel de cabello rubio y cicatrices de acné en las mejillas nos salvó.

—¿A dónde van? —nos preguntó cuando Laura casi chocaba con él.

—Ayúdame a hacerla reaccionar —pedí, tomándolo del brazo—. Quiere quejarse porque nos hicieron un examen sorpresa.

—Que vale el cincuenta por ciento —terció ella—. Ya ni el examen parcial vale esa madre.

Volví a mirar a Octavio con súplica. Lo entendió de inmediato, así que tomó el hombro de Laura.

—¿Has pensado que si se quejan, les irá peor? —preguntó, sorprendiendo a la castaña—. Algunos profesores son vengativos.

Lau bajó la mirada y se mordió el labio. Estaba claro que no lo había pensado. Después de un rato, suspiró y asintió.

—Está bien, no diré nada. Pero más le vale tenernos compasión.

—Eso es —sonrió Octavio, dándole un par de palmaditas en la espalda. Hasta ese momento me di cuenta que se veía mucho más relajado que antes—. Ahora que ya no tienen clases, ¿no quieren ir por unas tortas para calmarnos?

Laura asintió de mala gana y yo me negué. Sí, sé que era un pecado negarse a algo tan delicioso, no obstante, estaba determinada en encontrarme con Isaac y devolverle su chamarra para cortar cualquier vínculo. Cuando dije aquello, Laura me había llamado exagerada, aun así, no me había cuestionado nada.

Me despedí de ambos y, cuando estuve en la salida me encontré con un tipo bajando de una moto que, al verme, agitó su mano enérgicamente. Primero me fijé si no estaba saludando a alguien más, pero cuando me percaté que era a mí, estuve tentada a echarme a correr.

—Mara —me llamó al mismo tiempo que se quitaba el casco, dejándome ver el rostro sonriente de Ángel Saavedra.

Apreté los labios para que no saliera ninguna maldición. Verlo me recordaba lo inestable que me puse la última vez que coincidimos. De tan sólo recordarlo, me avergonzaba de mí misma.

—¿Qué haces aquí? —pregunté cuando encontré mi voz.

—Vine a invitarte unas gorditas, ¿qué dices? —propuso con una radiante sonrisa de comercial.

—No, gracias. Tengo cosas que hacer.

Mi mirada cayó hacia la mochila, en donde todavía guardaba la prenda.

—Anda, aprovechemos que hoy no está lloviendo. Conozco un lugar donde venden comida muy rica, cerca de la iglesia que…

—No —tajé—. No puedo. Ya será para la próxima.

—Por favor, no vine hasta aquí para recibir un no por respuesta.

—Un momento... —dije—. ¿Cómo sabes que estudio aquí?

—Estuve investigando porque sabía que no ibas a decírmelo.

Entrecerré los ojos. Bien, me conocía al menos un poco.

—¿Y cómo supiste que salgo a esta hora?

—Ah —se rio—, eso no lo sabía. Estuve esperando.

—¿Cuánto tiempo?

Ángel dudó en responder, desviando la mirada hacia los árboles que se encontraban a unos metros de nosotros, plantados en la banqueta. Cuando notó que no iba a desistir, suspiró.

—Alrededor de dos horas y media.

—¡¿Qué?! —grité—. Es… Estás loco.

—Gracias —respondió sarcástico—. ¿Ahora sí aceptarás venir?

Me crucé de brazos y me puse a pensar. Sería muy malo de mi parte hacerle eso después de haber esperado tanto; no obstante, tampoco quería que pensara que podía convencerme fácilmente.

—Iré, con una condición.

—¿Cuál?

—Me comprarás un helado.

Cuando creí que la alegría en su rostro no podía incrementar, lo hizo.

—Es un hecho.

—Ah, pero, ¿tengo que subirme a eso?

Con desagrado señalé la motocicleta.

—Ah, cierto, que le tienes miedo a las motos —habló más para sí mismo—. Si quieres podemos ir caminando, aunque está un poco lejos.

Observé la motocicleta con las cejas hundidas, como si me hubiese soltado un montón de groserías o me hubiese pateado. Sí, no me gustaba en nada. Siempre me enteraba sobre accidentes de motociclistas que terminaban de la forma más trágica que te podrías imaginar.



#29961 en Novela romántica
#18911 en Otros
#2928 en Humor

En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.