Hecho a tu medida

CAPÍTULO 33. ✺No es una cita✺

Era la primera vez que no me apetecía asistir a la universidad. No quería encontrarme con Octavio después de nuestra discusión porque ya sabía que ninguno de los dos se dignaría a hacer las paces. Sí, parecía increíble, pero él era casi tan orgulloso como yo.

Así que, cuando las clases terminaron, me fui de inmediato con la mirada en el suelo, casi ignorando que el rubio y yo habíamos chocado cuando cruzamos la puerta del salón.

Me sentía tan incómoda que mis pasos eran largos y apresurados. Y si no fuera porque Ángel Saavedra me tomó de los hombros, habría chocado con él por tercera vez. Levanté la mirada, confundida al ver los lentes circulares y la cicatriz en forma de rayo en la camiseta de alguien más. Y cuando lo vi, no supe cómo reaccionar.

—Hola —dijo con una sonrisa que mostraba los dientes—. No me digas que intentabas huir.

—¿Qué? —pregunté, aún mareada.

—¡Ay, no! —exclamó lleno de dramatismo—. No puedo creer que hayas olvidado nuestra primera cita.

Casi me reí ante sus gestos dignos de un actor de teatro e incluso me recompuse.

—No es una cita.

Abrió uno de los ojos que había cerrado y me dio una media sonrisa.

—¿Estás lista?

—Olvidé mi cartera. ¿Podemos pasar por…?

—No —atajó. Me tomó de la muñeca y me arrastró hasta su motocicleta—. Yo pagaré.

Embobada, me quedé viendo al lunar rojo que tenía al principio del cuello.

—Pero...

—No tienes por qué quejarte. Después de todo yo te invité a salir, ¿que no?

—Tus shorts —atiné a decir cuando él tomó el casco que me otorgó.

—Puedo ir por ellos cuando te lleve a tu casa —respondió con una tranquilidad exasperante.

—¿A dónde iremos, entonces? —pregunté al resignarme.

—¿No querías ir al cine? —inquirió con una ceja enarcada.

Vaya, ¿cómo lo recordaba? Ni siquiera yo me acordaba de lo que había desayunado esa mañana.

—Podemos ir a donde quieras, menos a la Unidad o a jugar fútbol —declaré con firmeza. Debía dejar que él decidiera porque iba a pagar, pero sin arriesgarme a morir humillada.

—Entonces la heladería no será, estoy seguro.

Fruncí los labios sin saber qué decir.

—Estoy de broma —dijo riendo mientras se ponía su casco—. Iremos al cine y luego pasaremos por un helado, ¿qué dices?

Siempre he sido sincera, así que no pude evitar sonreír con ganas ante su propuesta.

—Supongo que eso es un sí, entonces —concluyó.

—Espera —le tomé el brazo cuando él se disponía a subirse a la moto. La aparté cuando Ángel se me quedó mirando, casi como si el toque me resultara peligroso—. ¿Cómo te fue con tu mamá?

No pude detectar los sentimientos ante la pregunta, pues inclinó la cabeza en un ángulo en que sólo podía ver el costado de su protector.

—Bien, supongo. Parecía más tranquila que de costumbre. —Hizo una breve pausa, apretando su agarre en los puños del vehículo—. Como sea, vamos o no llegaremos a tiempo al cine.

Titubeando, me senté en la parte de atrás y me aferré a los costados metálicos. Aquella vez me fiaría de Saavedra para no ahogarlo con mi abrazo.

 

 

 

══════ ══════

El cine de la ciudad no era ni el más grande que se haya visto, ni el más pequeño en el que haya entrado. Desde mi punto de vista, era perfecto. Tenía un hermoso jardín con bancas y mesas donde podrías comer o pasar el rato; los boletos eran baratos y las salas extraordinariamente cómodas.

En cuanto llegamos, me apresuré hacia los carteles donde se reflejaban las funciones. Lo único disponible dentro de los próximos diez minutos eran dos funciones: una película juvenil recién salida del horno o una comedia que a primera vista se veía pésima. Imaginaba que sería de esas que utilizan los gases como base cómica.

—¿Qué quieres ver? —preguntó Ángel a mi lado.

—Yo veré lo que quieras.

Me dio una mirada de ojos achicados y acusatorios, y después se fijó en el cartel. No parecía satisfecho con ninguna de las dos opciones.

—Podemos ver la comedia para que no te aburras con la otra —sugerí. La verdad es que desconocía los gustos del chico, pero a juzgar por su tonto sentido del humor, suponía que aquella le vendría como anillos al dedo.

Sin embargo, yo quería ver «Un chico para el baile» antes que la otra.

—No, mejor veamos la juvenil —dijo. Ahora fue cuando noté que estaba viendo mi expresión que declaraba con descaro qué era lo que yo quería ver.

Aunque deseaba seguir con el juego de la cordialidad, Ángel se adelantó a conseguir los boletos y se formó para comprar las palomitas. Cuando volvió llevaba consigo una gran charola con palomitas gigantes, dos vasos de refresco, nachos y un hotdog.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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