MARA
A veces me impresiona lo buena consejera que soy. Después de recomendarle a Laura desahogarse con Octavio y decirle sus sentimientos, me quedé reflexionando si debía hacer lo mismo. Es decir, aún dolía cada vez que miraba el local del señor Joel. Tal vez si lograba sacar las emociones reprimidas, esa inquietante sensación desaparecería.
Estaba tan ensimismada que Lau tuvo que contarme, en medio de una energía desbordante, que milagrosamente habíamos pasado el examen oral que tanto la tenía angustiada. No tuvimos la mejor nota, de hecho, fuimos las peores, aun así conservamos un decente 7.8. Ahora el reto era recuperarme para exentar en los siguientes parciales.
Mi obsesión por toda la carga emotiva y escolar que tenía sobre los hombros fue tal que, en la última clase del lunes, Octavio parecía preocupado.
—¿En qué tanto piensas, marciana? La clase terminó hace cinco minutos.
—En tonterías.
Me apresuré a guardar mis cosas bajo su atenta mirada.
—Bueno, eso no es nuevo.
Lo miré mal. El rasguño en su nariz había desaparecido, pero, en su lugar, las ojeras bajo sus ojos eran enormes y verdosas, como si alguien le hubiera golpeado.
Preocupada, toqué las bolsas bajo sus ojos.
—¿Estás bien?
Octavio cerró los ojos despacio y mordió su labio antes de mirarme otra vez. El brillo de su iris café se había opacado, hasta ahora me daba cuenta. Con delicadeza, apartó mis manos.
—¿Tienes tiempo para hablar?
Asentí. Él nos condujo al jardín quemado, apoyó su espalda en el tronco de un pino y suspiró. Cuando creí que sería el primero en hablar, permaneció mirando sus manos y cortando el césped amarillento a nuestro alrededor.
Yo no sabía cómo iniciar la conversación. Sabía cuán mala era para tratar temas delicados, ya que acostumbraba a ser directa.
—¿Estás triste por Fabiola? —solté por fin, pensando que los formalismos podían esperar—. ¿O por tu pelea con Lau?
Octavio no se sorprendió, sólo inspiró con fuerza y exhaló con suavidad.
—Cierto, Lauraña —susurró para sí. Luego levantó la mirada y su fragilidad oprimió mi pecho—. ¿Qué harías si ya no quieres a la persona que está contigo, pero tampoco puedes terminar su relación?
—¿Por qué no podrías?
—No quiero lastimarla, Mara. Tal vez Fabiola ya no me guste ni nada, pero tampoco quiero que sufra por mi culpa.
Negué con la cabeza, incrédula.
—No sería para tanto —tanteé a decir—. Fabiola es… Ella es…
—Comprendo que Laura y tú no la quieren —me detuvo, formando una sonrisa triste. Era la primera vez que lo veía haciendo ese tipo de expresión. Era… incómodo—, pero sólo han visto la faceta desagradable que incluso a mí me fastidia. Tiene su lado dulce también.
—Y ya no te gusta —le regresé sus propias palabras—. Si no te sientes cómodo, déjala. Podrá superarlo, lo sé.
—Ni siquiera la conoces, Mars. —Noté el esfuerzo con el que habló para que su tono fuera suave—. No puedes estar completamente segura.
—Nadie ha muerto de amor… Excepto los amantes trágicos, aunque eso fue por suicidio, amor no… —Paré de golpe al comprender que había hablado de más—. Perdón, pero no sé qué decir cuando tú ya conoces la respuesta.
—No estoy seguro de eso. Fabiola es la única que ha visto cosas buenas en mí, ¿sabes? Nunca me ha juzgado y mucho menos cuestiona mis decisiones.
—Tus amigos tampoco —dije con firmeza—. Y ella sí que te ha obligado a que te alejes de nosotros. No creas que no sé que has mentido cuando estás con nosotras. Y, aun así, lo respetamos.
Octavio apretó los labios e intentó peinarse su cabello en punta.
—Hay personas que te aprecian por quién eres, ¿de acuerdo? —continué. Intenté darle una breve caricia en el brazo para reconfortarlo, pero se apartó como por instinto.
Ambos nos quedamos muy quietos por un par de segundos.
—Ah, lo siento, no quería...
—Tranquilo —susurré, intentando infundirle un poco de calma.
—Sé que ustedes me aprecian —dijo. Ahora su mirada la clavó en sus manos—. Pero Fabiola me ha aceptado con todo y mis defectos. Sería muy egoísta de mi parte dejarla sólo porque a veces no me gusta su comportamiento.
En serio lo intenté, sin embargo, las palabras abandonaron mi boca como si estuviera programadas para ese momento.
—Estás hablando como un tonto justo ahora.
—O tal vez es la primera vez que me sincero contigo. Sí, este soy yo, Mara. No siempre sonrío como un tonto, y no siempre tengo que portarme como un payaso —dijo con sus ojos puestos en mí con tanta intensidad que pude sentir el escalofrío recorrer mi espina dorsal.
—Lo entiendo, como también comprendo que sólo piensas en ti como un mártir y buscas cualquier excusa para no dejar a Fabiola.
Puse el dedo justo en la llaga. Mira, soy la mejor para animar a mis amigos. Si me necesitas, llámame.