Hecho a tu medida

CAPÍTULO 34. ✺Viviendo una telenovela mexicana✺

Cuando alguien a quien admiras te dedica algo que ha construido con esfuerzo y cariño, es como una bendición traída por los dioses. Te sentirás feliz porque has sido elegido entre los cientos de millones de personas, porque has llamado su atención.

Mi caso fue distinto. En lugar de emocionarme, gritar, saltar y besar al mini Kyle que reposaba en mi almohada, un escalofrío me recorrió la columna y sentí la necesidad de asomar la cabeza por la ventana.

Pocas veces me había atrevido a mandarle un mensaje a LinAngel. Todos ellos habían sido sobre mi opinión de los capítulos o buenos deseos. Nunca le mencionaría de mi reunión con Ángel ni por asomo. Pero, de alguna manera, el autor lo sabía.

Después de tranquilizarme, traté de escribir un mensaje educado, preguntándole cómo se había enterado de aquello. Pasaron los días y no me respondió. No me gustaban mis pensamientos intranquilos, sin embargo, éstos siempre terminaban con una conclusión más lógica y menos aterradora: Ángel era el autor.

Por supuesto, tuve momentos de duelo con respecto a esa idea. Era demasiada coincidencia que él fuera el escritor. Quiero decir, había miles de millones de usuarios en la plataforma, todos correspondientes a Latinoamérica.

Pensarás que lo más sencillo habría sido ir directo hacia Saavedra y preguntarle, pero habían dos inconvenientes: la primera, sería muy raro hacerlo, sobre todo si no era él; dos, no lo había visto desde nuestra reunión amistosa, y de eso habían pasado diez días.

El día de la kermés sentía que las manos me sudaban, pues estaba convencida de que Ángel llegaría para verme desfilar.

Ya me había preparado para lo que vería ese día: cientos de personas caminando de un lado a otro, apretujadas y sudorosas. Las voces se perdían entre el bullicio, mientras que mis compañeros, aquellos que debían montar la ofrenda y maquillarnos a Octavio y a mí, corrían de un lado a otro. Por otro lado, yo debía de permanecer quieta. Ni siquiera podía sentarme ya que eso arruinaría el vestido lleno de flores.

A decir verdad, el atuendo me gustaba mucho. Era negro con toques rojos, y unas flores carmesíes y esponjosas reposaban en mis hombros. Mi cabello trenzado y adornado con flores también era muy bonito. Pero, honestamente, deseaba poder moverme un poco, cambiar de lugar por un rato con aquellos que lucían agotados y estresados. Al menos así sentiría que seguía siendo yo y no un maniquí.

La que más corría era Pilar. Daba órdenes y supervisaba de vez en cuando el avance de mi maquillaje. Como las chicas eran muy buenas en lo que hacían, casi nunca pasaba por ahí.

En cambio los chicos encargados del arreglo de Octavio eran un desastre. Le picaron los ojos por accidente varias veces, se equivocaban con la pintura y lo arruinaban. Lo más gracioso era ver el rostro cansado del rubio. Reprimí una sonrisa cuando se quejó.

A pesar de haber pasado dos semanas, todavía estábamos aplicando la Ley de Hielo. Me habría gustado que eso cambiara, pero él no se había dignado a mirarme ni por un segundo, y yo no iba a rogarle porque me perdonara por decir la verdad.

Así era: estaba equivocado, no yo. Él era el infantil, así que tendría que jugar su juego si quería mantener mi dignidad intacta.

Tan sumergida estaba en el rencor y el orgullo que para cuando me di cuenta las chicas habían terminado. Me miré al espejo que me dieron y sonreí. El maquillaje era impresionante: mis labios eran de un rojo intenso que resaltaba ante la palidez de mi rostro, dibujaron una pequeña rosa sobre mi pómulo y pegaron brillos alrededor de mis ojos. Como toque final, me puse unos pendientes en forma de rosa. Ahora sí, todo perfecto.

—Ahora tendremos que ayudar a esos tontos —gruñó Stephanie, mirando con hastío a quienes no paraban de maltratar al pobre de Octavio.

Al final, su disfraz terminó como algo elegante e impresionante. No hacía falta ponerle brillitos en los ojos o dibujarle rosas. Las chicas lo hicieron tan bien que el rubio se veía como un hombre distinguido y serio, opuesto a quien era en realidad.

En cuanto nos vio, la tensión en los hombros de Pilar disminuyó un poco. Su cabello que siempre estaba liso se había enredado y tenía unas ojeras enormes, aun así pudo darnos una sonrisa satisfecha.

—Crucen los dedos para que todo salga bien —pidió e hizo el gesto.

El primer concurso fue el de la ofrenda en conjunto con la comida. Mientras los jueces probaban cada platillo, una chica y un chico cantaban canciones correspondientes a la fecha sobre la tarima que estaba puesta detrás.

Pilar no pudo evitar tomar la mano de Stephanie mientras los jueces discutían sobre el ganador. La pobre hizo mohines cuando la jefa de grupo apretó su agarre.

Según los que hacían de jueces, era una decisión muy difícil ya que todos se habían esforzado al máximo. ¿Quieres un adelanto? No ganamos.

No me atrevo a describir el rostro de Pilar. Estaba tan conmocionada que incluso su amiga comenzó a preocuparse. No obstante, la jefa del grupo intentó calmarse cuando el concurso de catrines comenzó. En cambio, yo quería vomitar.

Éramos diez parejas, y de esas diez, tres estaban mejor arregladas que nosotros. Fue una tortura verlos pasar por el patio y que los jueces sacudieran la cabeza a modo de aprobación.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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