Justo como la última vez en que nos vimos Muñoz llevaba el cabello corto y una ropa digna de un rockero. Incluso las perforaciones que antes no eran tan simples de ver, sobresalían.
Me miraba a los ojos de la misma forma en que hablamos por última vez, como si estuviera herido y no supiera de qué manera reaccionar. Bueno, ya éramos dos.
—Se veían muy elegantes —continuó Mauricio con aire crítico—. Pero bueno, aquí gana el que más plata tiene. O, en este caso, el consentido de la directora.
—Al menos debieron darles el segundo lugar —se quejó Jazmín, apoyando el codo sobre el hombro de Mauricio—. Osea, sí, muy lindo el traje de los otros, pero ustedes fueron los mejores. ¿No es así, Isaac?
No sabía si sus amigos entendían la situación en la que estábamos actualmente, sin embargo, estaba claro que todos esperaban que él dijera algo. Y, por algún motivo, esas esperanzas se pegaron a mí y también me encontraba a la espera de una respuesta. Sin embargo, Muñoz frunció las cejas, apartó la mirada y dio un leve asentimiento.
—Esperen —terció el chico de cabello rizado, dando un paso al frente—. ¿Es amiga tuya, Isaac? Perdóname, no me he presentado como es debido. Soy Cristian.
Me extendió la mano y yo la recibí, recelosa. A pesar del tiempo que había pasado, aún sentía cierto coraje con esa persona que, pese a no haber hecho nada malo, de alguna forma contribuyó a que yo llorara varios días. De tan sólo pensar que Isaac había vuelto con él, quería que no se me acercara más. Saludó al resto con una sonrisa deslumbrante y su novio lo seguía con la mirada sin una emoción en particular.
—¿Estudias aquí? —cuestionó Cristian cuando saludó a Ángel. Ahora todos lo miraban con curiosidad.
—No, vine porque soy el esposo de Mara.
Lo dijo de forma tan natural que, por un momento, todo quedó en completo silencio, así que tuve que intervenir.
—¡Eso es mentira! Es un amigo mío.
Me reí con nerviosismo mientras mi mirada buscaba a Isaac sin querer. Él no parecía sentir nada al respecto y eso me decepcionó un poco.
Ángel exhaló con fuerza. Mi cuello escocía al sentir su intensa mirada.
—¿Y cuál es su nombre? —inquirió Jazmín, repentinamente interesada en él.
—Soy Ángel.
Como siempre, les sonrió a todos.
—Bueno, Ángel y el resto, ¿qué dicen de ir a tomar? La directora ya dio su consentimiento para que nos vayamos —propuso Mauricio mientras levantaba las cejas.
—¡Sí, sí, sí! —gritó Lau, emocionada.
—Yo paso, voy a ir con mi amor —dijo Sonia, acercándose a mí para susurrarme—. Esta noche saldremos para que tú puedas dormir tranquila.
De tan sólo oírla, me estremecí y en un intento de disimular le di una pequeña sonrisita. Después, las miradas se pasearon de Ángel a mí, mientras que él no dejaba de verme como si me pidiera permiso.
—Vamos, mañana es sábado. Nadie tiene clases —insistió Perla, hablando por primera vez.
Antes de que pudiera responder, Octavio apareció, Ángel lo llamó y le propuso ir a tomar. Él, por supuesto, se negó en un principio.
—Claro, tiene que ir con su novia —se me escapó decir. El rubio me miró tan cargado de resentimiento que los cabellos de mi nuca se erizaron.
—Los alcanzaré más tarde. Llevaré a mi novia a su casa.
Apreté los labios, apenada de que el resto notara la tensión. Como que no era el mejor momento para que yo abriera la boca.
—¡Ah! —exclamó Sonia—, pero antes de irnos, tomémonos fotos con los catrines.
Todos estuvieron de acuerdo.
Octavio y yo nos vimos en la terrible necesidad de posar juntos muchas veces, junto con nuestros amigos o solo nosotros. Ángel se colocó en medio de ambos y alzó los pulgares. Luego, pidió una foto conmigo.
—¿Recuerdas que dije que en las citas comparten comida, se toman fotos y beben de la misma bebida? —preguntó cuándo Mauricio comenzaba a ajustar la cámara del celular.
Asentí un poco, confundida.
—Bueno, creo que hoy es el día de cumplir los últimos requisitos. ¡Tomémonos una foto y luego bebamos de la misma cerveza!
Como todo chico listo, me rodeó la espalda con un brazo y me pegó a él. Mientras Saavedra sonreía como un ganador, yo hice un mohín. Cuando Ángel me mostró el resultado, quise reírme por mi expresión.
—Te las compartiré luego —me dijo. Las comisuras de sus labios estaban bien levantadas y el brillo de sus ojos incrementó al mirar la pantalla.
—¿Por qué te ríes? —pregunté.
—Bueno, es nuestra primera foto como marido y mujer —respondió en un susurro—. Es emocionante.
—No te ilusiones tanto —protesté—. En cualquier momento podría quitarte ese papel y quemarlo.
—Mientras tanto, sigues siendo mi esposa.
Puse los ojos en blanco. No entendía por qué me molestaba tanto que se creyera algo tan tonto e infantil. Tal vez su actitud de niño era el problema.