Hecho a tu medida

CAPÍTULO 36. ✺Las duras batallas de un caballero✺

ÁNGEL

Cuando me detuve para mirar, mis pies me lo agradecieron.

Nunca he sido alguien que disfrutara de bailar durante horas, pero aquel día fui incapaz de ignorar las buenas cumbias que habían puesto. Además, Jazmín resultó ser una bailarina excelente.

Sin embargo, cuando noté que Mara no había dejado de beber por un buen rato y comenzaba a llamar la atención de un chico sospechoso, tuve que dejar a la chica alta con alguien más. Mientras me encaminaba hacia ella, me avergoncé al recordar cuál era mi propósito y cuánto me había alejado de él. El yo del pasado planeó beber de la misma botella y sacarse más fotos con Honguito para terminar la cita clásica. Sí, me tomaba eso muy en serio, pues era un hombre de palabra.

Tan pronto me acerqué a la mesa, el sospechoso se alejó unos pasos. Tomé el hombro de Mara y lo sujeté para que ella descubriera su rostro escondido. Habría pensado que se durmió si no fuera porque movía la cabeza al ritmo lento y romántico de las canciones de banda.

Hasta ese momento me percaté de lo tarde que era. Era lógico, después de todo, en la noche era cuando la mayoría lloraba por sus ex’s.

—¡Mara! —grité para que pudiera escuchar. Hice una mueca cuando alguien comenzó a gritar… perdón, dizque cantar—. ¡Oye, Mara!

A duras penas escuché su quejido. Aun así, no se atrevió a alzar la cabeza.

—Es hora de irnos, vamos —insistí, sacudiendo su hombro con fuerza.

—No quiero…

A juzgar por su voz, estaba perdida. Hice una mueca y sentí una opresión en el pecho. No me gustaba.

—Es tarde. Debemos irnos si queremos tomar un taxi.

Mantenía la esperanza de que aún transitaran después de las 11 p.m.

—¡Noooo! —chilló y me dio un manotazo en la cara.

Bueno, al menos se ha erguido, pensé con el ardor en la nariz. Luego inhalé profundamente. Si no quería por las buenas, tendría que ser por las malas.

Con mis brazos le rodeé la cintura y la impulsé hacia arriba hasta ponerla de pie. Como era de esperarse, se movió como un gusano con sal e intentó darme golpes que logré evadir por su falta de fuerza y coordinación. Puse todo de mi parte para que caminara. Hasta que estuvimos por salir, una voz femenina llamó a Mara. Al girarnos, Laura se abalanzó contra su amiga.

—¡No puedes irte todavía!

—¡Quiero quedarme! —lloriqueó la otra—. No quiero irme sin ti.

—¡Ni yo sin ti! Eres mi mejor amiga en el mundo.

—Es increíble, ¿verdad? —Octavio rodó los ojos luego de perseguir a la castaña.

—¿Siempre son así? —inquirí tras ver cómo ambas se agarraban de la cara mientras lloraban y susurraban cosas que no logré escuchar.

—No —sentenció él, muy serio y casi impresionado—. Las separaré antes de que hagan el ridículo todavía más.

Se acercó a Laura con valentía e intentó despegarla de Mara. En respuesta, recibió un codazo en la boca del estómago. Incluso para mí, aquello resultó doloroso.

—¡No me toques! —siseó Laura.

—Bueno, esto sí es común en ella —señaló el rubio, aparentando estar bien—. A Lauraña le encanta la violencia.

—¡MARA, ERES MI MEJOR AMIGA! —hipó la susodicha, abrazando a la que ya no tenía fuerzas para estar de pie.

Octavio y yo nos miramos, tomando una decisión. Cogí a Mara de los brazos mientras él jalaba a la otra hasta que soltó a su amiga.

—¡Nooo, déjame pulpo! —gritó mientras arañaba los brazos de mi pobre amigo, quien no paraba de hacer muecas de dolor.

El escándalo era tal que llamamos la atención de algunos borrachos que, gracias a Dios, estaban casi tan perdidos como ellas y no pudieron tomar evidencia de esto. No me imaginaba el rostro de mi padre al ver fotos de su hijo en medio de eso.

Los chicos con los que habíamos ido se acercaron para ayudar: el tal Cristian y Mauricio. No creía que el flacucho fuera de mucha ayuda, pues parecía que se rompería un hueso al instante. Detrás de ellos iba el despeinado. Él no dijo nada, sólo se quedó mirando a Mara intensamente, logrando que me estremeciera. ¿Era su acosador o algo?

Después de un rato, Octavio, Cristian y Mauricio lograron que Laura se tranquilizara y accediera a irse. Les agradecí por la ayuda y cuando me giré para irme, el acosador entreabrió la boca sin decir nada.

—¿Necesitas algo? —pregunté, incapaz de ocultar mi desconfianza.

Por primera vez sus ojos se despegaron de Mara y me analizaron sin amabilidad. Pude detectar su enojo, como si le hubiera escupido o algo parecido. Meneó la cabeza y se alejó.

—Pero qué rarito —mascullé y salimos.

Como el bar estaba alejado de la calle principal tuvimos que caminar por un sendero solitario que no estaba pavimentado. Las casi inexistentes viviendas a nuestros lados apenas iluminaban el camino.

A mitad de recorrido, Mara se cansó de mí, me empujó y logró mantenerse de pie por su cuenta. Empezó a tararear canciones de una forma que no pude entender si las había combinado o no. De un momento a otro, se detuvo y yo hice lo mismo. Se viró hacia mí, observándome con sus ojos caídos y opacos por el alcohol y me señaló con su dedo.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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