MARA
Fue un milagro no haber parado en el hospital luego de ingerir tanto alcohol.
Y no, no me estoy quejando. De hecho, agradecí haber dormido plácidamente. En cuanto desperté, en lugar de tener una jaqueca inaguantable, me sentía liberada. Quizá la confesión hacia Isaac fue lo bastante horrible como para que mi cuerpo me diera tregua. O tal vez el efecto llegaría después... ¿Qué crees? Tuve razón, la migraña llegó al día siguiente. Bueno, lo importante es que cuando me estiré en la cama, agradecida por no tener un dolor físico y cuando sentí que mi mano chocó contra algo suave y calentito, mi relajación terminó de golpe. Abrí los ojos y de soslayo vi una figura masculina descansando a mi lado.
Me senté de inmediato y me alejé del intruso. Sentí cómo toda la sangre de mi rostro desapareció como el agua al evaporarse. ¿Qué había pasado? ¿Qué mierda había hecho? ¿Por qué Ángel Saavedra estaba en mi cama, sin camisa y tal vez hasta sin pantalones?
Escudriñé los alrededores en busca de la evidencia que demostrara que algo pudo haber pasado la noche anterior: ropa tirada en el suelo, o condones… De tan sólo pensar en ello se me revolvió el estómago. Pese a haber jurado que podía recordar las cosas aun estando ebria, era imposible que lo hiciera después de beber tanto. Estuve tentada en golpearme hasta morir, pero todo parecía estar en orden.
Restregué las manos en mis mejillas, impotente. No era la primera vez que algo así me ocurría. En el pasado, exactamente quinto semestre de preparatoria, después de una alocada celebración, amanecí en la cama junto a un chico desnudo. No está de más decir que su habitación olía a orín de zorrillo.
Volví a mirar a Ángel, quien poco a poco fue despertando al igual que mi pánico. Miré por todos lados en busca de un lugar para esconderme y, cuando estaba por ocultarme debajo de la cama, él abrió ya estaba mirándome.
—Buenos días —me dijo muy risueño mientras se tallaba un ojo.
—H-Hola… —Sin querer, mi voz tembló.
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
—Perfecto. —Bostezó y se sentó, dejando al descubierto la mitad de su cuerpo desnudo. A diferencia de Isaac, él tenía menos masa muscular y unos pocos vellos en el pecho y estómago—. ¿Tienes algo para desayunar?
Asentí despacio.
—Hay cereal y fruta.
—Ok. Me ocuparé de ello entonces. —De un movimiento se bajó de la cama y ¡por el universo mismo! Efectivamente, no llevaba pantalones.
Cubrí mi boca con ambas manos, ahogando una carcajada.
Ángel bajó la mirada donde yo y suspiró.
—No te burles —dijo con una dolorosa lentitud para hacerme ver la advertencia.
Como si me dijera lo contrario, estallé en risotadas. No podía dejar de ver el estampado de su bóxer holgado azul pálido con A's y alitas blancas repartidas por todos lados.
—¿Es en serio? ¿Son calzoncillos personalizados o algo?
Puso sus brazos en jarra y con el mentón bien levantado respondió:
—Pues claro. Es un regalo de mi sacrosanta madre.
Volví a reír con fuerza y, un rato después, cuando él ya iba a irse, lo detuve.
—Oye, oye, oye. ¿Qué fue…? ¿Por qué dormiste en mi cama?
Ángel levantó una ceja y sonrió con burla.
—¿Por qué? ¿Crees que nosotros…?
—¡No, no, no, no, no, no! —le interrumpí—. No es eso, sólo es curiosidad.
Bajé la mirada para que no notara el incontrolable rubor en mi rostro. ¿Cómo no iba a pensarlo? Había leído suficientes novelas adolescentes, visto miles de telenovelas y cometido ese error como para no sospechar.
—Serviré el cereal.
—¡Espera!
Había cerrado la puerta ya, dejándome sola. Aproveché esa oportunidad para comenzar con mi investigación detectivesca. Me sumergí en las sábanas para buscar la evidencia pero, un minuto después, Ángel entró. Ahora sí llevaba su ropa del día anterior encima.
—Eh… ¿Estás bien? —inquirió casi como si me temiera. Yo sólo asentí—. Sí, bueno… Para tu cereal, ¿quieres fresas o chocolate?
—Ambas están bien.
—Ok.
—Ok.
En cuanto salió otra vez las alarmas en mi cabeza chillaron. ¿Fresas y chocolate? ¿Esos no eran afrodisíacos? Además, si lo analizaba más a detalle, según las telenovelas uno de los dos involucrados preparaba el desayuno del otro como una felicitación por lo que había pasado la noche anterior o algo así.
Intenté correr afuera, sin embargo, cuando noté que los pantalones que tenía puestos no eran los mismos que utilicé la noche anterior, me detuve. En lugar de los fríos y algo duros pantalones de mezclilla, tenía uno suave, holgado y con un par de agujeros. Luego me percaté que llevaba una de mis blusas preferidas para salir en la calle, y que la había utilizado para dormir.
«¿Qué es lo que…?»
Tambaleante me dirigí a la cocina. Ángel ya estaba poniendo los platos en la mesa, sin embargo, cuando escuchó que arrastraba los pies, me miró por encima del hombro.