Al principio del cuarto semestre pensé que el universo me había sonreído por primera vez porque me otorgó la casualidad de que Isaac Muñoz fuera mi compañero de clase. En ese momento, de pie frente a él, me planteé la posibilidad del error que había cometido al pensar en ello, pues el universo nunca había sido amable con alguien como yo.
A sabiendas de eso, apreté mi agarre en la perilla de la puerta y él me extendió la mochila. Entonces obligué a mis manos para que dejaran de temblar tanto y la tomé sin mirarle a los ojos.
No sabía qué decir. El día anterior había soltado cosas que nunca debió escuchar, luego me emborraché hasta ser incapaz de caminar por mi cuenta y supongo que no volvimos a mediar palabra. Tan sólo deseaba que Isaac no hubiera tenido que verme en mi peor estado. Suficiente tenía con el enorme malentendido con Ángel como para tener más humillaciones ese día.
—Gracias por traerla —murmuré sin quitar los ojos del pequeño cierre del morral.
—¿Tienes un minuto? —preguntó, sorprendiéndome—. Necesito hablar contigo.
—Si es sobre lo que dije ayer, puedes olvidarlo. —Me impresionó escucharme tan serena y apática—. No necesito ni quiero escuchar una respuesta ahora.
—Pues yo necesito y quiero hablarlo.
¿Qué era esto? ¿El día de impresionar a Mara? Nunca antes había escuchado una demanda de su parte.
Mi asombro no duró demasiado. Rápidamente el desagrado lo reemplazó. Sí que estaba ansioso por rechazarme.
—Mira, justo ahora no tengo mucho tiempo, así que…
—Seré breve —insistió.
Titubeé. Tal vez si quería superar mi fallido romance por completo debía escucharle. ¿Qué tan malo podría ser escuchar un «lo siento, no eres mi tipo»?
—Está bien —suspiré—, hablemos. Pero no aquí, por favor.
—Sí.
Dejé que me guiara escaleras arriba. Sentí tres dolorosos golpes en el pecho cuando descubrí que iríamos a la azotea, aquella donde por primera vez había sentido que la distancia entre los dos empezaba a disminuir.
Esa vez no me di el lujo de contemplar las plantas ni de disfrutar la calidez del sol pegándose en mi piel, pues para mí aquel lugar comenzó a teñirse con una capa fría, como si estuviera a punto de llover, pese a que ninguna nube grisácea amenazaba el cielo.
Isaac extendió su mano, ofreciéndome un asiento. Sin embargo, al ver que me quedé de pie y con los brazos cruzados, se rindió.
—Muy bien, ¿qué tienes que decir? —cuestioné con porte desafiante.
Él no se quedaba atrás, estaba igual de firme que yo.
—Ahora sólo hablaré yo, ¿de acuerdo? Nada de interrupciones.
—Sí, continúa —dije encogida de hombros.
Isaac tomó aire. No sabía si su determinación era una máscara para ocultar su nerviosismo, pues lo hacía bastante bien.
—Lamento si te lastimé —dijo casi en un susurro—. Nunca fue mi intención hacerlo.
Fruncí las cejas un poco. Deseaba escuchar algo que no sabía. No importaba cuánto había llorado por este chico, al fin y al cabo yo tuve toda la culpa por ilusionarme sin mirar a mi alrededor.
—No voy a mentir y decir que no sospechaba que te gustaba.
Parpadeé un par de veces antes de poder reaccionar. ¿De verdad fui tan obvia?
—Espera, ¿qué?
—Sí —asintió—. No estaba seguro, a veces me daba la impresión… —Meneó la cabeza para espabilar—. Al principio fue un poco incómodo hablar contigo sabiéndolo, pero con el tiempo me acostumbré a esa atención. Es más, me gustaba saber que aunque no iba a fijarme en ti, siguieras ilusionada...
Hundí los dedos en la piel de mi brazo. ¿Por qué estaba escupiendo toda esa mierda? Preferiría mil veces escuchar un: «No me gustas, no quiero verte de nuevo, adiós».
—Y estuvo mal —continuó— porque nunca me paré a pensar en tus sentimientos. Sé que todo esto suena mal y que parezco un imbécil.
No se lo podía negar.
—Lo mejor es que… —comencé a decir antes de que me detuviera al extender su mano.
En su rostro se reflejaba con claridad la confusión, como si estuviera ordenando sus pensamientos.
—Dijiste que escucharías hasta el final —alcanzó a decir.
¡Es que era peor de lo que imaginé! Apreté los dientes y meneé la cabeza para concederle la palabra. Entre más rápido terminara de soltar su mierda, más rápido terminaría la tortura.
—En resumen, después de hablar un par de veces contigo, me di cuenta que eres una buena persona. —Hizo otra pausa que comenzaba a sacarme de quicio. ¿Es que nunca antes había hecho algo como esto? Me daban ganas de demostrarle cómo funcionaba—. Aprecio tus sentimientos, sin embargo, no puedo salir con nadie ahora mismo. No eres tú...
—¡Alto, alto, alto! —exclamé—. Juro que hice todo lo posible por no intervenir, pero, ¿es en serio? ¿Vas a decir esa frase tan rebuscada? Al menos deberías ser más original si quieres decir que no te gusto.