MARA
—Entonces, ¿cuánto te debo? —le pregunté cuando salí de su apartamento.
Isaac negó. Su cabello se meneó sobre su frente y los piercings en sus orejas brillaron.
—No es nada. Sólo hiciste un par de preguntas, así que no cuenta como una sesión.
En respuesta, arrugué la frente.
—¿Estás seguro? Aunque no pregunté demasiado, te hice perder el tiempo.
Él metió las manos en los bolsillos de sus pants flojos. A diferencia de otros días, recuperó el estilo de la vestimenta holgada, cosa que me trajo nostalgia; sin embargo, algo había cambiado. Antes lo único que se veía reflejado en sus ojos era la ira y tristeza, en cambio ahora parecía capaz de mostrar emociones más complejas y positivas. Sonreía más y, en general, lucía más relajado. Quizás ese era el efecto de poder luchar por la carrera que en verdad quería estudiar. De tan solo pensar en ello, mi humor mejoraba. Estaba genuinamente feliz por Isaac.
—No hay problema. —Su voz me devolvió al presente—. Después de todo, no quería estudiar hoy.
Lo miré con fijeza hasta que me sonrió de lado. Entonces, me pude reír.
—Bueno, pero a la próxima te pagaré y no aceptaré un «no» por respuesta, ¿sí?
Muñoz formó una micro sonrisa y asintió, casi como si le pareciera una locura lo que acababa de decir.
—Nos vemos luego, Mara.
Apreté los labios mientras sentía que mis mejillas comenzaban a adquirir calor.
—Sí, hasta luego.
Subir hasta el quinto piso se sintió como caminar sobre escalones esponjosos. Y no fue sino hasta que estuve en la puerta de mi departamento que tomé consciencia de lo que había pasado minutos atrás. Isaac me tomó la mano —el dedo en realidad—, me miró y sonrió mucho más que cualquier otro día. ¿Por qué? ¿Sería porque accedí a su propuesta de volver a ser amigos? Si era así, era una maldita privilegiada.
Observé la parte donde él apretó mi uña y permití que el rubor invadiera mi cara. Hace unos días atrás él me había visto con Ángel y me tomó la muñeca, ahora volvía a tener contacto sin ningún motivo aparente. ¡Y lo que dijo! Tras pensarlo un poco, había estado segura de que sus sentimientos no podían cambiar de un día para otro, no obstante, una parte de mí quería encontrar una pizca de esperanza a la cual aferrarse.
No, no. Esas palabras tenían un significado distinto para ambos: él me apreciaba como su amiga y yo seguía queriéndolo… Bah, ya no importaba. Me era suficiente el poder estar a su lado sin tener remordimientos.
—¿Te vas a quedar ahí todo el día? —preguntó Aarón a mi lado, sobresaltándome. Me había quedado tan adentrada en mi mundo que olvidé abrir la puerta.
—¡No hagas eso de nuevo!
—Ni siquiera intenté asustarte —refutó—. Solo estabas mirando tu dedo y yo tengo ganas de soltar todo lo que comí.
—¡Iugh! —exclamé y él se rio un poco—. Pasa ya, asqueroso.
—Ah, pero antes… —me dijo cuando pudimos ingresar—. Hoy pasé cerca de la pizzería donde Sonia trabajaba...
Me quedé muy quieta al escucharle, analicé su rostro y, como era de esperarse, el dolor le invadió por un momento. Desde el fallecimiento de su novia, Aarón no había sido capaz de acercarse a ese lugar ni por accidente, encontrando una excusa para evitarlo a toda costa.
—¿Y? —lo animé a seguir.
—Ah, sí. Me encontré con la Chinche. Ángel, me encontré con Ángel —aclaró cuando le di una mirada llena de confusión—. Me preguntó por ti.
—Ah… okay.
—A todo esto, todavía me sigo preguntando lo que hicieron cuando yo no estuve aquí. ¿Ustedes…?
—¡Ya déjalo por la paz! —demandé—. Nunca te he interrogado cuando tú andabas con un montón de chicas.
Mi hermano abrió la boca, impactado. Pasaron varios segundos y él no pudo parpadear y fue así como me di cuenta de mis propias palabras.
—E-Eso quiere decir que tú…
Sin responder, caminé a mi habitación y le puse seguro a la puerta. Me había metido en un terreno peligroso, donde mi hermano mayor no podría dormir tranquilamente.
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No puedo mentir y decir que poseo una inteligencia mayor a la de Einstein. Necesité de la ayuda de Isaac para prepararme para los exámenes del segundo parcial, aquellos que se aplicaron a principios de diciembre. Y pese a que en un principio él no había querido aceptar mis modestos ahorros, tuve que insistir hasta que los tomó. Yo podría ser todo, menos encajosa.
Si no fuera por las increíbles asesorías del profesor Muñoz, estoy segura que mi promedio sería una vergüenza y la beca se habría esfumado junto a mi oportunidad de terminar la carrera. ¿Es una afirmación exagerada? No, no lo es.
Siendo honesta, prefería mil veces los exámenes orales, porque así podía responder conforme a mis conocimientos sin respuestas trampa en los incisos y sin que se me revolviera el cerebro, olvidándome del pánico y quedar en blanco, sin ensamblar palabras en una diminuta hoja y contarlas para que no me pasara del número establecido. No obstante, como los profesores parecían sentir un profundo rencor hacia mí, todos fueron escritos.