Mi confusión no duró un día o dos, sino que entre más tiempo pasaba, menos quería ver a Isaac porque mis pensamientos y emociones seguían estando como remolino incontrolable.
Por primera vez desde que lo conocí, lo único que quería era dejar de pensar en él por un momento. Para lograrlo, cuando Lina me mandó un mensaje para invitarme a la boda de su hermana, Catalina, sin dudar acepté.
Cuando el 20 de diciembre llegó, interrogué a Aarón hasta el cansancio. Una de las preguntas que más se repitieron fue:
—¿Estás seguro que estarás bien estando solo?
—¡Santa Virgen de las Madres Solteras, Mara! —exclamó melodramáticamente—. Soy un hombre adulto, sé cuidarme.
Apreté los labios, no muy segura de lo que acababa de decir.
—Sí, Mara. No puedes traerlo como si fuera un niño… aunque lo parezca —se mofó Lau a mi lado, terminando la trenza de cordón que me estaba haciendo.
—Muy graciosa —dijo Aarón mientras arrugaba la nariz y mostraba su lengua.
Mi amiga le correspondió y yo rodé los ojos. Vaya par de infantiles.
—Además, hoy saldré con unos amigos. —Al ver que le dirigí una mirada más preocupada, completó—: Tranquila, será algo relajado. Prometo no tomar de más.
—Más te vale —advirtió la chica—, porque esta vez te toca cuidar de Mara.
Ambas nos reímos y, aunque Aarón protestó y dijo que no debía de tomar porque aún era muy joven, lo ignoré por completo y huimos.
La casa de Lina quedaba a media hora del edificio, así que tomamos un taxi. En el camino me iba planchando la falda del vestido con mis manos, impaciente por llegar, pues si me quedaba más tiempo al lado de Lau era capaz de soltarle todo lo que Octavio me había dicho sobre ella, es decir, que le gustaba. Desde entonces no paré de fantasear sobre lo hermoso que sería verlos juntos. Ambos se complementaban tan bien. Lástima que existieran personas como Fabiola.
Una vez llegamos a casa de Paulina, pasamos directo al jardín trasero, mucho más grande que mi apartamento, y mucho más lindo que la azotea del edificio. Como había sido una boda en grande el lugar estaba infestado de mesas y personas que se arremolinaban de un lado a otro, con una tarima y un grupo amatéur tocando cumbias en el fondo.
—Chicas, ¿cómo están? —Nos saludó la madre de Lina y nos envolvió en un fuerte abrazo—. Pasen detrás de esa mesa, por allá está Pau.
—Muchas gracias y con permiso —le dije con una sonrisa comercial y arrastré a Lau entre el mar de gente, apenas sobreviviendo.
En una mesa escondida y próxima a las grandes bocinas que debían medir como dos metros, se encontraban Lina y su hermana pequeña. Nos apresuramos a llegar hasta ellas para saludarlas.
—¡Qué bueno que vinieron! Necesito presentarles a alguien. —Se giró hacia atrás y, aún sentada, jaló el saco de un chico regordete. Al girarse, nos encontramos con un rostro alegre y amable—. Amigas, este es César, mi querido novio; César, mis amigas.
—Oh, es un placer —dijo el chico, dándonos la mano.
—Ahorita les traigo su comida —avisó Lina, poniéndose de pie—. Mientras tanto, las dejo en las manos de Carol.
Ambas asentimos, viendo como nuestra amiga se abría paso entre la multitud.
—¿Cómo has estado, Carol? —preguntó Lau, sentándose al lado de la chica. Ella ya la conocía desde hace un buen tiempo debido a que era mucho más cercana a Paulina.
Por mi parte, ella era un rostro nuevo a conocer.
—La verdad... —dijo como si quisiera guardarlo en secreto, pero el ruido de la música no le permitió susurrar— estoy un poco angustiada porque ya debo estudiar para los exámenes de ingreso.
—Oh, sí, esos exámenes —espeté con irritación, recordando la época en donde estaba más que estresada por tener que estudiar para la prueba de ingreso a la universidad—. ¿Qué vas a estudiar?
—Quería Comunicación, aunque también me gustaría Ingeniería Civil.
—¡Qué suerte tienen los cerebritos! —exclamó Lau en un tono actoral—. Ustedes tienen posibilidades de ser todo. Deberías irte por la que más te convenga y luego estudias la que quieres, es una técnica infalible.
—Lo consideraré —respondió apartando la mirada. Al parecer, era muy tímida.
Segundos después llegó Lina con nuestros platillos. Pasé la lengua por mis labios al ver tal manjar: espagueti, frijoles y una pieza de pollo bañada en mole rojo. ¿Qué más podía pedir en esta vida?
Ni siquiera esperé a que dijeran más y comencé a comer. No había desayunado sólo por ese momento, pues Lau solía presumir lo buena cocinera que era la madre de Lina. La verdad es que sí lo era. Estuve tan fascinada con el sabor que diez minutos fueron suficientes para que terminara de comer todo, con tortillas incluidas. Me recosté en el espaldar de la silla y acaricié mi barriga llena. Fue entonces cuando pensé que no debí haberme llevado un vestido que apretaba mi cintura.
—Provecho —dijo una voz masculina detrás de nosotras.
—Gracias —respondimos en el acto. Cuando volteé para sonreírle al desconocido, me petrifiqué.