ISAAC
Vi su nombre por quinta vez aquella mañana.
Cada día, desde que Mara ignoró mis mensajes, me quedaba observando nuestra conversación mientras me cuestionaba un sinfín de cosas que no me servían para nada: ¿Dije algo malo? ¿Cómo es que siempre terminaba arruinándolo?
Según recordaba, no había dicho algo ofensivo. En realidad, la habíamos pasado bastante bien hasta que, sin previo aviso, no respondió ni atendió mis llamadas. Nunca imaginé que la frase «no entiendo a las mujeres» iba a quedarme como anillo al dedo en ese momento.
Las siguientes semanas hice todo lo posible para no contactarla de nuevo. Tal vez lo mejor era darle su espacio y que resolviera las cosas que tuviera pendientes… De acuerdo, mi paciencia se esfumó cuando subió unas fotos donde casi abrazaba al payaso ése.
Desde la primera vez que me encontré con el güero presumido, supe que no me caería bien. Trataba a Mara como si fuera de su propiedad y cuando me veía cerca de ella me miraba como si quisiera matarme; aun así se atrevía a fingir que todo estaba bien, el muy hipócrita.
¿Quién se creía que era? ¿Su novio?
Para mi dicha, no lo era.
Sin embargo, verlos así de contentos en la imagen lograba darme jaqueca. No comprendía por qué Mara debía pasar más tiempo con ese sujeto que con la persona que le gustaba.
¿A quién intentaba engañar? Era imposible desobedecer a mis deseos egoístas. Tal vez ese tipejo fuera una buena persona, pero si aún tenía oportunidad, si todavía Mara estaba un poco enamorada de mí, lucharía por ella. Porque su corazón era valioso y deseaba corresponder sus sentimientos adecuadamente.
—¡Buenos días! —exclamó alguien en la entrada del local.
Me levanté de inmediato de la silla donde había estado. Desde que habíamos abierto ningún comensal apareció, por eso me di el lujo de permanecer sentado a la espera, sin embargo, me centré tanto en mi móvil que pude haber ignorado al pobre sujeto.
Falsa alarma: se trataba de Cristian.
—Holi —me saludó cuando llegó a la mesa y tomó la silla frente a mí—. A que no esperabas mi visita.
—¿Quieres algo para desayunar?
—Mmm, en realidad no vine por la comida —admitió—. Vine por ti.
Su descarado coqueteo siempre me pareció de poca importancia, pero con el paso del tiempo había comenzado a disgustarme.
—Tengo trabajo —dije—. No puedes quedarte o me distraerás.
—¿En serio? —preguntó con un brillo en los ojos—. Y yo que pensé que ya no era importante para ti. —Se rio un poco y yo sentí que un tic invadía mi ojo derecho—. No te preocupes, Sam, no voy a interponerme cuando un cliente llegue.
Pasé mi peso de un pie al otro, claramente incómodo porque volviera a llamarme por mi segundo nombre. Un nombre que ni siquiera me gustaba.
—¿No prefieres volver después?
Cris agitó la cabeza para negar.
—Pronto iré con mi familia para Navidad, así que quiero pasar todo el tiempo que pueda con mi amado. Por cierto, ¿ya te dije que vendrá la tía Martina, la del perro cojo? Aish, solo espero que no vaya su hijo porque todavía no soporta el hecho de que yo…
No pude terminar de escucharlo ya que una pareja ingresó y tuve que atenderlos. Al darle el pedido a Joel, Lety me llamó.
—¿Es él? —inquirió y apuntó hacia el chico de rizos oscuros que miraba su teléfono.
—¿«Es él» qué? —cuestioné rígido.
—Ya sabes, tu ex.
Me le quedé mirando por un largo rato antes de poder reaccionar. Cada vez que alguien descubría sobre mi pasado, mi instinto de querer protegerme se encendía y podía perder la cabeza. Por otro lado, Lety siempre me pareció una buena persona y sólo por eso me obligué a mantener la calma.
—¿Cómo lo sabes?
—Joel me lo dijo —aclaró y movió la mano como si no tuviera importancia—. Es muy guapo, eh.
Apreté la mandíbula y maldije al viejo en mi mente.
—Sí —espeté a regañadientes—, es él.
—¿Y? ¿Qué hace aquí? —Entrecerró los ojos como si quisiera verlo mejor—. Puede que sea atractivo, pero por algo ya no están saliendo.
—Tú… ¿No te sientes incómoda? —quise saber, omitiendo decir «asqueada», pues esa siempre había sido la forma en la que el resto de mi familia se había sentido cuando se enteraron de mi relación.
—¿Por qué?
Pestañeé dos veces, desconcertado. La inocencia con la que me miraba no podía ser mentira.
—Lo sabes… Porque salí con un hombre.
Al principio, Lety me analizó de pies a cabeza, muy seria. Asintió, lo pensó un momento y sonrió.
—Nop. No veo por qué debería sentirme así.
Algo en mi interior se removió.
—Pero…
—Mira, Isaac. Yo estoy saliendo con alguien que casi me dobla la edad, así que… creo que a diferencia del resto, para mí el amor es más importante. ¿Qué si te gusta un hombre o una mujer? Aquí lo que cuenta son tus sentimientos. Nada más debe importar.