Tal como le había prometido a mamá, asistí a la reunión.
Horas antes del desastre que me hizo prometer no volver a socializar con mis antiguos compañeros, aproveché para decirle que un amigo iría en Año Nuevo. Al principio ella no estaba muy contenta porque haya invitado a una persona sin su autorización, sin embargo, terminó por aceptarlo.
Me alegré de que lo hiciera, porque si no habría hecho el drama del siglo sobre lo injusto que era que Aarón llevara a sus amigos en Navidad y yo no.
Sí, sé que esos eventos son familiares, pero Isaac podría convertirse en uno más…
Hasta yo estaba comenzando a ser una buena bromista.
En realidad, ni siquiera estaba segura de qué era lo que esperaba de Muñoz. Pese a que estaba emocionada porque iba a ir a mi casa en una fecha importante y porque se quedaría a dormir en el cuarto junto a Aarón, ¿eso significaba algo? Para él podría ser sólo un avance en nuestra amistad, para mí… no tenía la más mínima idea.
Todo ese embrollo surgió gracias a Octavio. Desde que conversamos la última vez no paraba de pensar en lo que Isaac sentía. ¿De verdad no le gustaba ni un poquito? No, claro que no, sería absurdo.
A él le gustaban los chicos y debía respetarlo.
Eso sólo me hacía desear nunca haberme acercado, porque era mucho mejor cuando sólo se trataba del «chico parecido a Kyle».
Cuando llegué a la casa de Ramiro, la mente maestra de esa molesta reunión, apachurré mis mejillas con las manos. Estaba cansada de darle vueltas al asunto. Para alguien como yo, ese tipo de problemas eran demasiado.
Después de golpear la puerta le di otra mirada a mi atuendo. Aunque me gustaría decir que no me importó en lo absoluto cómo me vestiría, la verdad era otra: me la pasé media hora pensando en lo que debía ponerme, algo que no fuera exagerado pero tampoco descuidado. Al final escogí una blusa de manga larga y unos pantalones blancos.
—Mara, ¡qué gusto! —saludó Fanny, quien, con el paso de los años había bajado mucho de peso hasta el punto de verse desgastada y algo vieja.
—Hola, ¿cómo has estado? —pregunté cordialmente a la vez que cruzaba la entrada.
—Un poco cansada. Ya sabes, con eso de que Dieguito llora todas las noches.
—¿Dieguito?
—Ah, sí, es mi hijo.
Casi me atraganté con mi propia saliva. ¡Apenas teníamos veinte años! Intenté no mostrarme tan sorprendida y me limité a sonreírle.
Conforme me iba topando con antiguos conocidos, nos saludamos. Pude notar la sinceridad o falsedad en cada gesto. Apenas había llegado y ya quería regresar, sobre todo cuando alcancé a escuchar los murmullos de algunas chicas que criticaban mi ropa, alegando que yo me había «alzado».
Cuando pensaba que había sido una pérdida de tiempo asistir, apareció Gustavo junto a su novia. Bueno, al menos vería un rostro conocido mucho más agradable. ¿Lo malo? Que no parecía muy contento.
—Así que has decidido venir hoy —dijo mientras se cruzaba de brazos sobre su pecho.
—Sí, el otro día me surgió un inconveniente —respondí dubitativa. Tal vez habría sido mejor asistir a la tonta reunión que al cumpleaños de Isaac. Al menos así no habría tenido que sufrir una decepción.
—No hay problema —suspiró cuando notó mi culpabilidad y apoyó su mano en mi hombro como consuelo—. A fin de cuentas, fue bastante aburrido… como ahora.
—Es cierto —concedió Samantha, mirando con despectividad al grupo que no paraba de criticar a lo primero que se le paraba enfrente—. Ojalá pudiéramos irnos, pero en un rato llegan las cervezas y… uf.
No pude reprimir mi sonrisa. A pesar de que tuve una buena relación con esta chica de cabello esponjoso, al distanciarnos había olvidado lo divertida que era. Aunque a simple vista parecía intimidante, al acercarte te dabas cuenta de la nobleza de su corazón. Mucho mejor que ese grupo de cuervos.
—¡Hasta que llegaron! —gritó el anfitrión a la entrada—. Llevamos media hora esperando, esto comenzaba a aguarse.
Muy contenta, Samantha aplaudió e insistió a su novio para que se acercaran, invitándome de paso a ir. No muy ansiosa como ella, di pasos cortos, sobre todo cuando me di cuenta que entre los que habían traído las bebidas estaba él.
Maldita sea, ¿es que no podía pasar un día sin tenerle cerca?
—Ey, Mars —me llamó Ángel con una sonrisa radiante, dejando que los demás se encargaran de repartir las cervezas—. ¿Cómo has estado?
—¿Qué haces aquí? —pregunté un poco sorprendida.
—Me tocaba pasar el Año Nuevo con mamá y con mi hermano —relató, para después bajar la mirada hacia mi brazo—. ¿Cómo sigue la herida?
Sin siquiera pedir permiso, tomó mi mano para observar el vendaje nuevo.
—Está un poco mejor, aunque quedará una pequeña marca.
A diferencia del día de la boda, esta vez iba más despeinado y llevaba una camiseta con un bolsillo pequeño en el pecho, en donde había un dibujo de un gatito asomándose. Además llevaba unos jeans azules y unos tenis negros que, por primera vez, parecían ser normales.