Hecho a tu medida

CAPÍTULO 50. ✺El agitado Año Nuevo✺

Los días siguientes me la pasé pensando enteramente en Ángel y su confesión. Por más que recordara sus palabras, lo único que encontraba como respuesta era una pregunta: ¿por qué?

Era injusto. Cuando por fin creí haber encontrado un amigo con el cual podría hablar sin temor a lastimar a nadie, resultaba que estaba equivocada. ¿Qué se supone que debía hacer en esos casos? Todavía seguía enamorada de Isaac y no quería dejar de ser amiga de Ángel porque lo apreciaba, porque ya me había acostumbrado a verlo, porque era divertido pasar tiempo con él.

Entonces, ¿por qué tuvo que arruinarlo?

Todos esos pensamientos, cargados de un toque egoísta, me persiguieron sin descanso. No podía hacer algo que me distrajera por completo ya que tarde o temprano las palabras de Ángel se repetían en mi mente sin descanso. Ni siquiera la actualización de Besos Prohibidos me levantó los ánimos como hubiese querido. Tan mal estaba que no dejé ni un sólo comentario pese a que Kyle puso en su lugar al tonto Dylan.

La peor parte fue cuando recordé la conversación que había escuchado del otro lado de la puerta. Cynthia y él ya habían salido un par de veces, sin embargo, desconocía el tiempo en que eso ocurrió. ¿Podría haber sido antes de reencontrarnos? ¿O después? Siendo así, dudaba que sus sentimientos fueran reales. Tal vez era el tipo de persona que jugaba con dos al mismo tiempo.

El treinta y uno de diciembre fui a encontrarme con Isaac en la base de las combis. Mientras iba hacia allá, caminé con sumo cuidado, viendo por todas direcciones con la esperanza de no encontrarme con Saavedra. Fue un alivio que aquel encuentro incómodo no sucediera.

En cuanto divisé a Isaac esperando en un banquillo corrí hasta él. No podía negarlo: se veía terriblemente guapo. Desde que se había cortado el cabello y cambiado el estilo con el que vestía parecía una estrella de rock por la cual cientos de personas caerían rendidas.

—¡Hola! —saludé cuando me paré frente a él. Me acerqué para darle un corto beso en la mejilla y escuché los latidos de mi corazón retumbar en mis oídos—. ¿Cómo te ha ido?

—Perfecto —respondió con un tenue rubor en su rostro por el frío que estaba haciendo.

Nos encaminamos a casa a paso lento. Eran pasadas las diez, por lo que la calle estaba iluminada por las farolas y muy pocas personas se encontraban fuera. Desde la banqueta se podían escuchar los ruiditos de las luces navideñas que adornaban las casas y las voces de las familias que para ese entonces ya estaban comiendo.

Isaac me preguntó cómo me había ido en la escuela los últimos parciales, así que aproveché para agradecerle por su ayuda, pues pude pasar todas las materias. Claro que no le dije que apenas y pasé, porque eso no era genial y yo quería verme como alguien increíble frente a él.

—Es una gran noticia. —Me regaló una pequeña sonrisa—. Si necesitas más ayuda, no dudes en hablar conmigo… Aunque sólo podré ayudarte hasta el siguiente semestre.

En lugar de responder a ello, las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba.

—Pareces estar más feliz que antes —señalé.

—¿En serio? Es que me ha ido bien, y estoy emocionado por festejar el Año Nuevo contigo.

Vaya… ¿Qué fue lo que lo hizo cambiar de esa manera? No sólo sus sonrisas eran más recurrentes, sino que sus palabras eran mucho más directas hasta el punto de dejarme sin respuesta.

—Yo también estoy emocionada —me limité a decir, tratando de que no notara el enrojecimiento en mis mejillas.

Aceleré el paso en un intento desesperado de que la brisa fresca bajara la temperatura de mi rostro.

Para cuando llegamos a casa, mamá y papá estaban esperando por nosotros en la entrada. Al principio Isaac se mostró sorprendido, después comenzó a buscar en el interior de la mochila que traía, sacando una botella de sidra.

No soy una crítica de bebidas, así que desconocía si aquella era costosa o no. Al menos pasó la inspección de papá, quien al mirarla movió el bigote y la tomó, sin quitar su gesto serio. Desde el principio fue el menos contento de tener a Isaac en casa.

Cuando mis progenitores entraron los seguimos por la espalda. Muñoz se giró hacia mí con una mirada brillante, tal vez emocionado por haber pasado la primera prueba de aceptación. Le di una sonrisa amable y asentí con la cabeza.

—Y bien… —Papá se sentó en una de las mesas colocadas en el jardín, con una postura desafiante—. ¿Desde cuándo conoces a mi hija?

—Hace medio año.

Me sorprendió la seguridad de Isaac al responder porque, bueno, el rostro serio de mi padre siempre había intimidado a las personas.

—Ajá… ¿Cuáles son tus intenciones con mi hija?

—Ya déjalo Pablo, lo estás incomodando —reprendió mamá, colocando en la mesa un plato con pozole frente a él—. Sólo es un amigo de la facultad.

Aunque una parte de mí estaba agradecida con mamá, la otra habría pagado lo que fuera para escuchar la respuesta de Isaac.

Ayudé a mamá a repartir la comida, mientras que a lo lejos pude ver que mis primos pequeños trataban de hablar con el chico nuevo, sin embargo, él sólo asentía o negaba ante sus preguntas, y en algunas ocasiones apenas sonreía. En ese momento podía comprenderlo mejor: se sentía cohibido al estar en medio de un ambiente atestado de personas desconocidas.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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