No lo voy a negar, al saber que tendría una cita hice mi mejor esfuerzo para lucir bonita.
Me coloqué un vestido nuevo, me esforcé en el maquillaje y me puse unos zapatos que había dejado de usar hace mucho tiempo. Cualquiera pensaría que saldría a una fiesta, pero contando con que ese día era especial para muchas personas, nadie se fijaría en mí.
Está bien, Octavio sí se sorprendió al verme así de arreglada.
—Te ves preciosa —halagó—. ¿Alguna cita importante?
—No realmente —dije en un intento de parecer interesante, tomando un mechón y jugando con él.
—¿Desde cuándo eres del tipo de chica desinteresada y cool?
—Tal vez no lo hayas notado, siempre he sido cool —refuté, manteniendo esa expresión de genialidad que no iba conmigo.
—Uy, sí, claro.
Por otro lado, Lau me felicitó y preguntó sobre el afortunado. Pese a que al principio me rehusé, terminé contándole y ella sonrió emocionada.
—¡También debes contarme todo!
—Ya lo sabes.
Todo apuntaba a que sería un día perfecto. Los profesores no habían encargado trabajos para el día siguiente, mostrando por primera vez en la vida un cachito de empatía. No había visto a Fabiola, lo que ya era bastante bueno. Y había promociones en la cafetería.
Sí, todo habría sido espléndido si no fuera porque a partir de las once una gran ventisca arruinó el clima, trayendo consigo una lluvia fuerte y tardía.
Me mordí el labio, temerosa de que la lluvia no parara cuando debía ir a la azotea. Al parecer, el dios de la lluvia atendió mis súplicas porque se detuvo media hora antes de que la clase terminará. Aun así, seguía haciendo un frío de muerte y yo apenas me había llevado un suéter de lana que no abrigaba nada.
—¿No quieres que te preste mi abrigo? —ofreció Octavio cuando las clases terminaron.
—No te preocupes, no tengo frío —mentí—. Bueno, tengo que irme ahora.
Me despedí de él y caminé rápido para irme. En cuanto ingresé al edificio, el guardia que reemplazó a Carla no me saludó, tan distraído en su teléfono que apenas y me abrió la puerta.
Como aún faltaba un poco para reunirme con Isaac, fui a mi departamento para comprobar que todo siguiera en orden. Sin embargo, en cuanto ingresé un aura oscura rodeaba la sala. Y al fijarme con detenimiento vi a mi hermano recostado en el sofá, comiendo frituras y viendo programas infantiles.
—¿No ibas a jugar videojuegos con tus amigos?
No se inmutó al oír mi voz. Se levantó cuando empezaron los comerciales y pude ver su gesto enfurruñado.
—Me cancelaron —dijo—. El muy maldito consiguió una cita para hoy.
—Entonces…
—La hija del profe Franco me invitó a salir hoy y por supuesto no acepté, así que me quedaré aquí todo el día.
—Ah… okay.
Traté de alejarme del ambiente depresivo para ir al baño, no obstante, Aarón me detuvo al preguntar:
—¿Vas a salir con alguien?
—Algo así —dije casi sintiendo culpabilidad.
En lugar de responder, me analizó por un rato más y se dejó caer en el sillón. Después agitó la mano para que yo me fuera.
Cuando entré al baño me percaté de que mi cabello se había esponjado un poco gracias al clima, así que lo peiné de nuevo y en cuanto llegó la hora convenida salí en dirección a la terraza.
El espacio superior del edificio no había cambiado: seguía teniendo un montón de plantas y una mesita en medio con vista hacia el resto de casas y las montañas más allá de la ciudad. Lo único diferente era la comida sobre la mesa y el chico que se movía alrededor de ella con nerviosismo, como si estuviera comprobando que todo estuviera en su lugar. Me acerqué a paso lento, impresionada porque habían buenos platillos y deseando que las nubes grises que cubrían el cielo no lo arruinaran.
Hasta que estuve a unos pasos detrás de él, Isaac se percató de mi presencia.
—Ah, hola.
—¡Hola! —saludé efusivamente.
—¿Cómo estás? —me preguntó y se acercó para darme un beso en la mejilla.
Algo en mi interior se derritió cuando sentí la suavidad de su boca tocar mi mejilla.
—Fantástico —logré decir—. Hoy no dejaron tarea.
—Me alegra escucharlo. Por cierto, hoy te ves muy linda.
—Ah… —Sentí cómo toda mi cara se calentó más—. Gracias.
Aunque se suponía que debía decir que él se veía bastante atractivo, no pude hacerlo gracias a mi nerviosismo. Tal vez no estaría así de intranquila si tan solo las palabras de Laura dejaran de repetirse una y otra vez.
«Tranquila, tranquila —pensé—. Esto no es una cita para confesar sus sentimientos por mí. No lo es».
Sacó una silla y con la mano me invitó a que me sentara. Acepté un poco tímida y de inmediato me entregó mi plato. Era como una ensalada con camarones y un montón de cosas más. Sonreí porque sospechaba de dónde lo había obtenido.