Hecho a tu medida

CAPÍTULO 31. ✺No necesito nada más✺

ÁNGEL

Antes de abrir la puerta, revisé mis manos. Sí, estaban sudando tanto como cuando bajé del transporte. Antes de entrar a casa, limpié las palmas con mis pantalones y tomé aire.

Sabía que mi nerviosismo no tenía lógica ya que sólo había pasado una semana desde la última vez que fui de visita. Entonces, comencé a creer que era el resultado por esconder mi temor en la ciudad. Cada vez que abandonaba la casa de mi madre, todas las emociones negativas se ocultaban en lo más hondo y parecían desaparecer, pero era una mentira.

«No, no —pensé—. Los Saavedra nunca nos acobardamos».

Asentí para mí mismo mientras abría la puerta principal. Como lo imaginé, lo primero que me recibió fue el aroma a podrido y humedad. No lo soporté por mucho tiempo y cubrí mi nariz, analizando los alrededores. El interior era demasiado oscuro porque las cortinas estaban cerradas, sin embargo, no era difícil presenciar la ropa sucia, las botellas y las envolturas de comida chatarra esparcidas por el suelo, los muebles y los sillones.

—¿Mamá? —pregunté al aire.

Recibí un gruñido como respuesta, procedente del baño al fondo del pasillo. Fui con paso decidido sin detenerme a apreciar los cuadros viejos que colgaban en las paredes a mi lado.

La puerta del baño estaba abierta y enseguida pude ver a la mujer tirada en el suelo. Cerré los ojos por un momento y pasé saliva, intentando que el nudo doloroso desapareciera. Cuando los abrí, saqué la sonrisa más optimista que encontré en mi repertorio.

—¡Hola, ma’! —exclamé con entusiasmo y me agaché para quedar a su altura.

Ella gruñó de nuevo y se sentó en el suelo. No podía abrir los ojos y se tambaleaba de vez en cuando. Su vestido blanco con flores rojas estaba lleno de suciedad.

—Te traje un poco de comida —dije y levanté la bolsa que llevaba en mi mano. El aroma a pollo rostizado perdía su exquisitez cuando se combinaba con el hedor del vómito en el suelo—. Espero que tengas hambre.

Mamá se quejó en respuesta. Apoyó una de sus manos en la tapa del escusado, intentando ponerse de pie.

—¿Quieres que te ayude a bañarte primero?

De mala gana, asintió.

—Aguarda un momento —pedí y me levanté—. Dejaré la comida en la cocina y ya vuelvo.

Cuando llegué a la puerta, escuché cómo vomitaba de nuevo. Al llegar a la mesa, dejé caer la comida. Aún no tenía las fuerzas necesarias para enfrentarme a ese tipo de escenario. Cubrí mi rostro con una mano y exhalé, aunque sentía los pulmones vacíos y adoloridos.

—Tranquilízate, Ángel —me ordené.

En el transporte me había infundido ánimos para resistir, pero ¿dónde podía encontrar la fuerza para contemplar a la mujer de mi vida de esa forma? ¿Cómo podía conseguir el valor para mirar los ojos de la persona más fuerte que había conocido?

—Olvídalo, ya —me dije—. No necesitas deprimirte justo ahora.

Alcé la cabeza y espabilé. Saqué mi celular y le mandé un mensaje a Eduardo.

«Ya estoy aquí».

Él respondió casi de inmediato.

«OK. Asegúrate de que coma y no dejes que tome más».

Como si fuera fácil, pensé mientras mordía la punta de mi pulgar. Si no fuera por mamá, estaba seguro de que Lalo me ignoraría el resto de su vida.

No, no era momento de pensar en ello.

Entré a la habitación de mi madre para buscar una nueva muda de ropa y volví al baño, sorprendido al mirar que ella estaba dentro de la tina, intentando abrir el agua. Sus fuerzas eran tan mínimas que apenas y podía mantener las manos sobre la llave.

—Espera —dije mientras me acercaba—, te ayudaré.

—Estoy tan cansada —murmuró con los ojos cerrados. Pasó saliva con dificultad.

—¿En serio? —pregunté con una sonrisa forzada, intentando creer que estaba realmente entusiasmado—. Entonces ayúdame a bañarte para que después puedas ir a la cama...

Traté de tomarla del brazo para que se levantara, pero me empujó.

—¡No me toques! —gritó al encontrar fuerza—. ¡Estoy cansada de ustedes! ¿Cómo se atreven a fingir preocupación por mí cuando se abandonaron desde el principio?

—Mamá…

—¡No me llames así! Desde hace diez años que no tengo familia. ¡No los necesito!

—Vamos a bañarte —murmuré con calma—. Después comamos y...

—Eres tan malditamente necio como tu padre.

Salió de la bañera para que pudiera llenarla con agua tibia. Me ayudó a quitarse la ropa y también cooperó cuando enjaboné su cuerpo. Ya se veía más despierta, sus movimientos eran más certeros y sus ojos estaban bien abiertos, aunque perdidos.

—Me encontré con doña Hortencia cuando llegué —le dije mientras masajeaba su cabeza—. Me dijo que ayer te trajo un poco de sopa, pero no quisiste aceptarla. ¿Por qué?

—¿Me estás reclamando?

—Es solo curiosidad —me apresuré a decir.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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