Me había quedado tirado en el sillón todo el día. Hoy no habría flores, ni uvas, ni brindis a las 12, ni calzoncillos amarillos, ni fiestas, ni cena, ni nada. Ni siquiera mis padres estarían aquí, su viaje anual de 22 a 27 se había extendido hasta el 5 de enero.
Estaba completamente solo en esta elegante, fría y grisácea casa. Ni siquiera el enorme cuadro de Monet que mi padre le regaló a mi madre por su aniversario hace dos años, servía como compañía.
Sabía que no recibiría llamadas de amigos para felicitarme a media noche por el nuevo año. No pasaría de "año a año" con nadie que me importase, para variar. Ni mi compañera del Más Allá estaría a mi lado cuando las bombardas empiecen a reventar, anunciando que el viejo año había acabado y que había empezado uno "nuevo y mejor".
Toda la vida estaría solo.
Había encontrado varios vinos, champaña y whiskys en la licorera de mi padre. Él casi nunca bebía, tenía todos esos tragos solo por presumir. Se me ocurrió que sería buena idea llevar mi propia fiesta, conmigo mismo, SOLO.
Empecé a tomar a las seis de la tarde. Abrí su "glorioso vino" del 63. Me demoré demasiado en terminarlo, pensaba que estaría un poco ebrio al final de esa botella, pero no, mi cuerpo quería un poco de masoquismo hoy. El segundo que abrí fue un whisky irlandés que él había conseguido el año pasado. Este era más fuerte y pegaba más duro, pero aún no me sentía lo suficientemente ebrio.
Quería sentirme fuera de esto.
Hace más o menos un año, no hubiese necesitado alcohol para "irme" de aquí, solo necesitaba un relajante polvo blanco que me hacía perderme de la mierda de realidad que tenía. Tal vez dejé ese pequeño vicio demasiado pronto, y recordar la razón por la que lo hice es bastante risible ahora.
Después de la botella de whisky, no quiero seguir bebiendo, quiero sentir la soledad, quiero seguir sintiendo el vacío de esta casa. Odio esta casa. Amaba la que teníamos antes de esta. No quedaba en un barrio exclusivo, no tenía un jardín enorme, piscina o duchas temperadas, pero era mi casa, y éramos felices ahí... Yo era feliz ahí. Siempre pensé que ellos también lo eran, pero no. Ellos solo buscaban una manera desesperada de dejar ese sitio y todo lo que significaba.
Finalmente, habíamos llegado aquí: "Un lugar que no tiene nada que envidiarle a residencias europeas". Mi madre lo repetía una y otra vez durante los primeros meses. Siempre quise pensar que lo hacía porque en el fondo, ella también extrañaba esa vieja casa.
El licor empieza a hacer aflorar esas cosas en mí, esas cosas que quiero olvidar, esa parte de mi vida que siempre creo tener guardada y enterrada pero que sé que están ahí, latentes. Tengo tantas cosas que admitirme, como que extraño a mis padres, a los viejos, a los que vivían conmigo en la casa vieja. Extraño pasar tiempo con mi madre, extraño conversar con mi padre de deportes que no me interesan ni me interesaron nunca. Extraño a mis vecinos, extraño el tiempo que pase ahí, a las personas que conocí, a LA PERSONA qué conocí ahí. Extraño ese tiempo, también extraño a Javi y las conversaciones sobre alguna nueva chica, o sobre las cosas horribles que le hacen sus hermanas. Extraño la manera en que pensaba de él antes de pensar que hizo algo tan terrible. Extraño incluso a la maldita Helena diciendo "Hola, Enzo” “No sé” o “Perdón". ¿Por qué demonios no podía aparecer antes? Necesitaba la compañía de alguien, esa era mi patética realidad, necesitaba de alguien, siempre he necesitado de alguien, mi vida sí es "Miserable", como dijo Helena, más incluso de lo que era capaz de admitir. Por suerte, no conseguí un perro.
Las bombardas empiezan a resonar a lo lejos. En este tipo de barrios no permiten reventar fuegos artificiales, así que sólo queda el eco de la alegría lejana, que viaja a través de una madrugada que siento más fría que nunca. Frío... El frío me hacía pensar en Helena. ¿Qué habrá querido decir con "Solo eras un niño"?... ¡Bah!... Seguramente fue su manera amable de decirme “inmaduro”.
Yo sí soy inmaduro.
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Editado: 01.07.2018