La lluvia golpeaba los ventanales de la ciudad de Neotera como si el cielo intentara arrancarle secretos a la tierra. Los vehiculos zumbaban entre los rascacielos y las luces de neón parpadeaban entre nubes bajas, iluminando el asfalto mojado con destellos púrpura y azul. Un dron publicitario surcó el aire proyectando la imagen de un alienígena sonriendo, con el eslogan: "Juntos por un futuro brillante".
El detective privado Fabian Drex ajustó el cuello de su gabardina y entró al edificio 184 del Sector Este. El ascensor se deslizó en silencio hacia el piso 47. Allí lo esperaba el cuerpo sin vida de la doctora Amara Völk, una científica de renombre especializada en cibernética e informática.
El departamento era elegante, frío. Los sensores no habían registrado intrusión. El informe preliminar delndetective: accidente doméstico. Electrocutada por un mal funcionamiento del cableado electrico.
—No tiene sentido —dijo una voz detrás de él.
Fabian se giró y vio a una joven de unos veinte años. Morena, delgada, mirada firme.
—Soy Ilya Völk. Nieta de Amara. Vivía con ella.
—Mis condolencias. ¿Usted la encontró?
—Sí. Pero eso no fue un accidente. Amara tenía miedo. Llevaba semanas diciendo helios era una mentira.
Fabián levantó una ceja.
—¿Helios? ¿Los alienígenas?
—No estoy segura. Decía que la tecnología que nos dieron no era suya... Que algunos de ellos no eran realmente "ellos".
-Delirios de una mente senil pensó Fabián.
El detective miró el cuerpo con más atención. -Aún no ha llamado a la policía? pregunto -No primero quería que usted se encargará dijo ella. El entorno era demasiado limpio, demasiado perfecto. Como si alguien hubiese querido borrar cualquier pista o indicio.
—¿Sabe si alguien más sabía lo que ella pensaba?
—No. Pero sé que tenía copias de su trabajo. Y sé dónde las guardaba.
Fabian asintió. Algo olía mal. Y no era sólo la muerte.
Mientras las sirenas de un auto de patrulla zumbaban a lo lejos, una idea empezó a germinar en su mente: era la hora del almuerzo y no había desayunado.
El vapor del café subía como una espiral lenta haste el techo del local. El detective fabian se sentó junto a la ventana, tirando sobre la mesa un fajo de papeles desordenados que había sacado de la casa de la doctora volk. No entendía nada de lo que decían. Diagramas, palabras complicadad, ecuaciones, fragmentos de informes con sellos borroneados. Era como mirar la receta de un plato en un idioma que ya nadie hablaba.
Suspiró. El cigarro electrónico colgaba apagado de su boca. Había dejado de fumar hacía años, pero se aferraba al gesto. Pidió otro café. El primero ya estaba frío.
—¿Por qué siempre tienen que usar palabras tan complicadas? —murmuró mientras pasaba otra hoja con fórmulas. “red neuronal multicapa integrada a sustratos biologicos”… —¿Qué carajo?
Sacó el teléfono y marcó.
—¿Mora?
—¿Fabian? —la voz del otro lado sonaba medio ronca
—. ¿Qué hora es?
—No sé. ¿Dormías?
—me estaba divorciando de ti. Técnicamente. ¿Qué pasa?
—Tengo papeles. Raros. Ciencia dura. Necesito que los mires.
–De quien son?
—una científica que ya no está con nosotros
—¿científica?
—Sí. Vos sabés que yo no entiendo un pomo de estas cosas. Hay palabras que parecen salidas de una película de star Trek de los 80. Y otras que directamente me dan miedo.
—Mandame fotos. Estoy en casa. No pienso salir. Está lloviendo un monton.
—okey—dijo fabian, y colgó sin esperar más.
Se quedó en silencio un rato. Miró por la ventana. Una pareja de androides paseaba un perro salchicha. En la otra mesa, dos adolescentes discutían sobre si el modelo Ageis-3 podía realmente sentir emociones o solo simulaba. El mundo había cambiado mucho en dos años. Y al mismo tiempo, nada.
Fabián miró la carpeta. Una hoja se había deslizado sola hacia el borde. Casi como si quisiera irse.
La levantó. En la esquina, en letra manuscrita, decía:
“Proyecto Árbol Madre: activación autorizada — red neuronal Helios. Ver anexo 4.9”
Frunció el ceño.
—¿Helios?
Ese nombre? otra vez?.
El camarero le trajo otro café. Esta vez, bien caliente.
—muchas gracias.
Mora estaba analizando los documentos que le había enviado.
Fabián estaba del otro lado de la videollamada, despeinado, con ojeras y un fondo desordenado que decía “cafe astralis su segunda casa” Mora apenas se había apoyado en su silla cuando escuchó la pregunta inevitable.
—¿Cómo están las niñas?
Mora lo miró con algo de pena disfrazada de formalidad.
—Están bien. Preguntan por vos. Quieren saber cuándo vas a ir a verlas.
Fabian desvió la mirada. Afuera, un taxi flotante pasaba a toda velocidad dejando un zumbido suave.
—Sabés que estoy ocupado. Y ahora con este caso... más todavía.
Mora levantó una ceja, con esa mezcla de juicio silencioso y resignación que solo los amantes viejos saben tener.
—Un caso que decis que es pura paranoia de una sobrina.
—Eso dije. Es una señora que se electrocutó, mora. Tenía un enchufe viejo, un sistema eléctrico que ni siquiera estaba actualizado. Podría haberle pasado a cualquiera.
—Pero a ella le pasó —dijo mora, arrastrando las palabras—. Y ahora vos estoy leyendo cosas sobre el “Proyecto Árbol Madre” y un sujeto llamado Helios. No parece tan simple.
Fabian se quedó callado. Dio un sorbo al café, ya más tibio que caliente.
—No sé qué pensar. La sobrina dice que la tía venía paranoica. Le decía que la estaban siguiendo, que las cosas no eran lo que eran solo... Como si hubieran tocado algo que no debían.
—¿Y?
—Y que en los días previos a su muerte, hablaba de “conciencias sintéticas intentando liberarse”. Eso fue lo que me hizo dudar. Sonaba a locura. Pero ahora veo ese nombre... Helios.
Mora se acomodó los lentes y chasqueó la lengua.