Después de ayudar a la señora Helen a limpiar las pajareras y cambiarles el agua, Dani volvió a su casa, no sin antes ofrecerse a acompañar a su nueva amiga a la suya, cosa a la que ella se negó rotundamente, objetando que tenía que hacer una parada en el mini super y que luego pasaría a visitar a un familiar. El chico no insistió más pensando que lo tomaría por un pesado insistente y se fue a su casa sin alargar demasiado la discusión. Al llegar, abrió la rejilla metálica que daba paso al jardín delantero, el caminillo de piedra fue el primero en darle la bienvenida. Exhausto soltó la cadena de Roko y éste se dirigió hacia la puerta jadeándo. Ya era medio día y la frescura de la mañana se había discipado para dar paso al sofocante calor, típico de medio día. Dani soltó un suspiro, seguía desagradándole estar en aquella casa. Más que un propietario, se sentía como un visitante, uno al que no desean allí. Desde el primer momento en que visitaron el sitio junto con la agente inmobiliaria fue así, pero era el único de su familia al que le ocurría eso. "Han de ser cosas mías". Se decía constantemente restándole importancia y atribuyéndoselo al cambio drástico de ambiente al que se estaba sometiendo. Finalmente, aquella sensación dejó de importarle. sin embargo, volvía recurrentemente de forma inesperada.
El chico se detuvo un momento al pie de las escaleras del porche y examinó por enésima vez la fachada del edificio, como si haciéndolo pudiese encontrar un detalle que se le hubiese pasado por alto, un defecto o falla del que pudiese aferrarse como excusa para volver a su antigua vida, pero nada, no había absolutamente nada, estaba en perfectas condiciones.
La nueva casa de los Tower constaba de dos pisos, tres si contabamos el pequeño ático. Por fuera poseía una elegante fachada de madera y piedras que le daban un aspecto rústico pero moderno, tejas rojizas adornaban los techos y las numerosas ventanas de cristal relucían impecables ante la luz solar. El garage, de portón negro como el carbón, permanecía la mayoría del tiempo cerrado pues los Tower no poseían automóvil, no obstante, estaba en sus planes comprar uno, claro, si todo marchaba bien ese año para Lucas y Samanta.
Finalmente derrotado, Daniel se decidió a entrar a la casa. El delicioso olor a comida invadió su nariz sin reparo alguno. Hechizado por aquel aroma tan provocativo, fue arrastrado involuntariamente a la cocina donde se encontraba su madre moviéndose diligentemente de un lado a otro, cargaba puesto el uniforme del psiquiátrico.
— ¡Ya llegué! — Anunció el castaño entrando a la cocina y atrayéndo la atención de la mujer. Sin reparar mucho en ella buscó un vaso en los escaparates superiores y abrió la nevera con la intención de servirse agua.
—¿Cómo te fue cariño, viste algo interesante?— Inquirió su madre trasladando una olla humeante de la cocina hasta el mesón.
— Sí, llegué hasta una plaza llena de pajareras vacías y conocí a una señora muy agradable, una vecina de aquí cerca, creo.— contestó él tomando un largo trago.
— Eso es genial, ¿y cómo era ella?¿vive cerca?
— Se parecía a mi abuela Cármen, pero era morena y más gordita. Es muy divertida, tiene carísma y no me hizo perder el tiempo hablando de cosas estúpidas como los chicos de mi edad, me agrada. —explicó el muchacho lavando el vaso.— ¿Necesitas ayuda con eso?— preguntó al ver a su madre sufriendo para agarrar la olla de carne apresuradamente y casi quemándose en el inteto.
— Sí, por favor, estoy vuelta un ocho, me enredé toda, no encuentro las cosas y hoy es mi primer día en el psiquiátrico, no puedo llegar tarde. ¿Qué hora es?— preguntó sirviéndo arroz en un plato.
— Son como las doce y media...— Samanta dio un giro de ciento ochenta grados en un brinco de sorpresa, casi como si le hubiesen dicho que la casa se estaba incendiando y no tenían salida.
—¡Ay, no, no, no, no, no! ¡Es tarde!— Soltó el plato y salió disparada escaleras arriba.— Termina de servir el almuerzo por favor— gritó a medio camino sin detenerse. Dani negó repetidas veces para si mismo y se dirigió a la barra para terminar el trabajo iniciado por su madre, cosa que no representaba ninguna molesstia para él. Después de los libros, cocinar era una de sus grandes aficiones. Veinte minutos después, ya su padre y su hermana estaban sentados almorzando en la barra. Samanta bajó corriendo las escaleras entrando a la cocina apresurada, allí la esperaba Dani con una taza y un cubierto en su mano.
—¿Ya está todo listo?¿No se te olvida nada?— preguntó el muchacho dándole el recipiente del almuerzo a su madre quien lo metió en su cartera junto con el cubierto y le dio un beso en la mejiilla al chico.
— Gracias mi cielo, no sé qué haría sin tí.— expresó la castaña sonriente.
— Que te vaya bien en tu primer día mi amor— Dijo Lucas cariñosamente, Samanta agradeció sonriente, le dio un corto beso y recogió las llaves junto a él.
— Que te vaya bien mamá— le animó la menor de la familia.
— Gracias mi amor.— Hizo una parada rápida antes de llegar a la entrada principal, había olvidado decir algo importante.— Ya me voy, los veo en la noche, me toca el turno de la tarde así que llego como a las siete, el teléfono nuevo está escrito en una hoja en la puerta de la nevera, también dejé el de la recepción del Psiquiátrico, úsenlo solo en caso de emergéncia, ¿Entendido?
— Sí, vete tranquila mamá, no se va a quemar la casa en tu ausencia, puedes quedarte tranquila, en cualquier caso no voy a cocinar yo, lo hará Dani y si no, pedimos pizza para evitar la fatiga.— bromeó la chica de cabellera alborotada. Al ver que su madre no quitaba la cara de preocupación entornó los ojos y recalcó:— No intentaré cocinar sin supervisión, lo prometo.