La avasallante oscuridad lo consumía todo. En ese lugar misterioso al que estaba confinado, el sol no tenía ningún fulgor, siempre estaba el cielo oscurecido por nubes grisáceas. La niebla a su alrededor se hacía cada vez más densa y lo envolvía todo, como si deseara llegar a tomar la forma de una sólida pared en su camino. La triste y casi insipiente atmósfera era más que suficiente para robarle la alegría y la esperanza hasta al más eufórico de los humanos. Y luego estaba el silencio, ese silencio ensordecedor que tanto eco hacía en sus oídos. Pasó mucho tiempo en ese lugar inóspito, tanto que no escuchaba otra cosa que el sonido de sus pisadas, su respiración y el viento recorriendo las arenosas colinas, quizás por eso aún conservaba aquella forma humana, porque era tangible. A pesar de que poseía todas las cualidades físicas de un humano, boca, manos, pies, no se molestaba en emitir sonido alguno para romper el silencio, la razón era un misterio. Lo cierto es, que solo le bastaba con sostener esa forma física para mantener su retorcida cordura, involuntariamente lo hacía meditar.
Esa forma... La forma de la última persona a la que asesinó. Aparte de la del hombre que lo encerró, esa cara era la única a la que se había tomado la molestia de recordar. No sabía por qué pero, esa última persona le resultó peculiar, algo que en todos sus siglos vagando por la tierra no había visto, algo siniestro y de cierta forma familiar para él. Quizás fue porque ni siquiera se sorprendió o inmutó ante su presencia, como si ya lo conociera de antaño, pero era imposible. No emitió súplica alguna cuando asesinó a los suyos, su rostro jamás reflejó miedo. Era como si fuese solo un cascarón vacío, sin sentimientos, sin humanidad. Quizás por eso lo dejó para el final, quería ver si conseguía alugna respuesta o gesto por su parte pero ni siquiera cuando lo tuvo frente a frente con su verdadera forma aquellos ojos verdes reflejaron algo. Estaba intrigado. Parecía estar muerto, pero su corazón latía, cada uno de sus órganos estaba en perfectas condiciones, no padecía ninguna enfermedad, ni fíisica, ni mental.
El ceniciento suelo se alzaba en polvo cada vez que daba un paso. Las pesadas cadenas que arrastraba y envolvían todo su cuerpo una vez pretendieron contenerlo, ahora yacían rotas y no llegaban a hacer más que volver más lentos sus pasos. Eran el vestigio del sello que habían puesto sobre él para intentar adormecerlo para siempre en aquel lugar. Bien sabido era que no podrían matarlo o desaparecerlo, así que no tuvieron más opción que sellarlo, pero no fue suficiente. En ese desierto de polvo y penurias se encontraba algo, algo valioso para él, algo que representaba su salvación y al mismo tiempo su encierro. En la cima de una colina se encontraba una puerta negra que no daba a ningún sitio. Aquella era la única entrada o posible salida de ese lugar. Pasó sus dedos sobre ella, apartando el polvo que la cubría en una gruesa capa blancuzca. Era un tortuoso recordatorio de que había una forma de escapar, pero que ni con todo el poder que poseía podría abrirla. ¡Estaba atrapado eternamente por culpa de un humano! Los dientes se le apretaron de la ira incontenible que sentía. Desencadenó su furia en un frenesí de ataques a la puerta con el brazo de su verdadera forma, las garras que poseía eran dignas comparar con dagas. Deshaogó su ira contra la puerta. El polvo que se había levantado a causa de la revuelta se fue dispersando una vez que se detuvo. La madera se encontraba intacta, sin el más mínimo rasguño. Calló de rodillas al suelo, las cadenas a su alrededor aún absorbían gran parte de su energía, solo se desharía completamente de ellas cuando saliera de ese lugar.
Deseaba salir de ese sitio con todas sus fuerzas, deseaba tomar venganza de aquel que lo encerró a él y a sus hermanos en aquel horrido sitio, destinados sin remedio a vagar lejos del mundo que una vez estuvo bajo su control. El mundo exterior... ¿Cuánto habría cambiado en su ausencia? Rozó el picaporte con la punta de los dedos y lo sujetó por un momento, intentar abrirla sería en vano, ya conocía el resultado, lo había intentado más de un millón de veces. Giró con suavidad la manija y le dio un delicado empujón a la puerta, ésta se abrió en un chirrido gutural. El resultado no había cambiado para nada, solo seguía siendo una puerta inútil en medio de la nada, no daba a ningún sitio. Atravesó el marco con pasos erráticos, como si estuviese ebrio, canturreaba una melodia que pocos podían recordar, una melodía que era de familia. Soltó un suspiro de frustración, había perdido ya la cuenta de sus intentos fallidos. La opción lógica y sensata en esa situación era rendirse, pero a él le daba exactamente igual la sensatez en ese momento, si iba a pasar la eternidad en ese sitio lo haría intentando escapar, de todos modos, tiempo era lo que le sobraba.
Su paso vacilante lo había llevado nuevamente frente a la puerta donde se detuvo nuevamente a contemplarla con su expresión fría y seria. Se dio la vuelta para irse, no tenía nada qué hacer en ese lugar, ya volvería al día siguiente y lo intentaría otro rato, a fin de cuentas, tiempo era lo que sobraba. Pero en cuanto lo hizo, se detuvo. Una sutíl brisa sopló desde sus espaldas, no necesitaba girarse para saber lo que significaba. Involuntariamente se dibujó una sonrisa de boca cerrada en su rostro, había extrañado ese metálico aroma...