Hell

4.

Todo marchaba bien para los Tower que permanecían en la casa. Amelie habiendo curado su herida, se resignó a que no podría usar aquella cajita que le resultaba tan atractiva como joyero, seguramente después de aquella estrepitosa caida se rompió sin remedio, pero aunque cabía la posibilidad de que no fuese así, no se atrevía a subir al ático a comprobarlo y después del susto de la diminuta y repugnante cucaracha no volvería allí por un largo rato. Su hermano se había encerrado en su cuarto desde el incidente, y a juzgar por el estridente bajo que sacudía la casa y los vestigios de metal que trascendían la pared entre habitaciones, el botón de volumen de las cornetas no le daría para más. Lucas a diferencia de los chicos no le dio más importancia al suceso luego de ver vendada Amelie y se fue a tomar su siesta de la tarde, ya estaba acostumbrado a que cuando Daniel se molestaba ponía la música a todo volumen, siempre sucedía, confiaba en que después de quince o veinte minutos de canciones pesadas la quitaría para ponerse a leer algo. 

La tarde transcurrió rápidamente para todos. Como había predicho Lucas, Dani quitó la música tiempo después y centró toda su atención en el libro entre sus manos. Su mente se encontró toda la tarde navegando el Misisipi junto a una compañía de teatro muy peculiar. Solo se percató del avance del  tiempo cuando ya no tuvo la suficiente iluminación en su habitación para continuar la historia y se vio forzado a levantarse para encender la luz. La casa pemanecía en un grato silencio el cual solo fue roto por el pitido del teléfono de la sala.

— ¡El teléfono!— Avisó el muchacho sin reparar en ir a contestar, su padre siempre lo hacía. Aguardó un momento tras la puerta para ver si su padre o Amelie atendían, pero nadie lo hizo y el aparato siguió emitiendo el escandaloso sonido.— siempre tengo que hacer todo yo...— musitó el chico antes de salir a grandes zancadas a la sala para contestar el teléfono rápidamente.—Buenas noches, casa de la familia Tower...—dijo pero no recibió respuesta alguna—¿hola...?—insistió pero, la llamada se había cortado. Daniel miró el aparato extrañado, la luz roja que indicaba que estaba encendido ya no brillaba, ni se escuchaba el rítmico pitido. Sin previo aviso, una mano se posó sobre su hombro haciendolo girarse de un brico, y encontrarse cara a cara con su padre, quien tenía los ojos adormilados, evidencia de que acababa de despertarse. Daniel soltó un suspiro de alivio.

— Perdona hijo, ¿Te asusté?— preguntó su padre retirando la mano de su hombro.

— No, no. Solo, no te escuché llegar.— explicó Daniel intentando recobrar la compostura.

— Me quedé dormido, se suponía que me iba a despertar a las tres para ver el partido pero seguí de largo, el teléfono me despertó. ¿Quién era?— preguntó Lucas estrujándose el rostro para espantar el sueño.

— No sé, se calló la llamada y de repente el teléfono dejó de funcionar. ¿fue un bajón de luz?

— No, la luz estaba perfecta... ¿Qué hora es?

— Como las seis ¿Por qué?

— ¡Ay, no me digas eso! Debió ser la agencia de transportes, estuve esperando esa llamada todo el día. Díjeron que nos avisarían cuando llegara el vuelo que se retrasó con las maletas que faltaban. Tu mamá va a matárme.— se lamentó el hombre.— ¿Y cómo que se apagó? estaba funcionando bien esta mañana— Daniel se encogió de hombros y se apartó para que su padre pudiese comprobar el estado del aparato. — ¡Ash se dañó!. Tendré que llevarlo a reparar mañana. Maldición, intentaré llamarlos desde el celular, si no retiramos las maletas a tiempo se van a perder.— exclamó el hombre corriendo escaleras arriba, le pasó por un lado a Amelie quien venía bajando mientras se peinaba el cabello húmedo y goteante. Cargaba unos shorts y una camiseta de andar por casa que poco combinaban entre sí.

— ¿Qué te pasó, por qué no contestaste el teléfono?— quiso saber el mayor.

— Me estaba bañando. No iba a salir empapada de la ducha para venir a contestar el teléfono. — se excusó ella pasando junto a su hermano en dirección a la cocina. Daniel negó entre resoplidos disgustados y se fue a su habitación dejando la extaña experiencia a un lado. Pronto llegaría su madre del trabajo y aún debía ordenar su cuarto antes de que lo viera. Ya eran las seis de la tarde.

Un par de horas después, Samanta llegó a su casa exhausta tras una larga jornada en la que tuvo que memorizar, archivar y copiar datos acerca de su paciente, Hellbran. Todo el mundo murmuraba acerca de su llegada al Instituto Mental de Riderich como si fuese una adolescente entrando a una nueva escuela. Guindó su abrigo en el perchero junto a la puerta, mejor sería decir que lo lanzó sobre él, con lo cansada que estaba, poco le importaba cómo aterrizara la prenda. Imaginar que tendría que hacer la cena, bueno, para ocasiones como aquella se había inventado el cereal con leche.

— ¡Ya llegué! — anunció.— ¿Lucas, Amelie, Daniel...? ¿Dónde se habrán metido?— Se preguntó al no encontrar a nadie en la sala o la cocina. Subió hasta la segunda planta en donde se encontró la escalerilla del ático desplegada y la luz encendida, subió a inspeccionar.—¿Lucas, qué estas haciéndo aquí arriba a esta hora?— Se preguntó la mujer viendo a su marido acunclillado con su caja de herramientas junto a él. El hombre estaba tan distraido que ni siquiera se percató cuando su mujer entró al pequeño cuartito.

El hombre se giró sonriente al escucharla, la saludó y le explicó rápidamente el incidente sucedido en la tarde y su plan para hacer que sus hijos hicieran las paces definitivamente, porque Lucas sabía cómo era Daniel con su hermana, aunque estuviese fúrico con ella no se lo diría pues no quería hacerla sentir mal luego, lo haría sentirse culpable. Era muy sensible en ese aspecto. 

— Ya veo, entonces pretendes que Dani le de la caja a Amelie.—Concluyó la castaña dirigiéndole una sonrisa cómplice a su marido. Lucas afirmó. 



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En el texto hay: sangre, demonios y misterio

Editado: 15.04.2020

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