Había una vez una princesa en un reino no muy lejano. No era ni muy bonita pero tampoco alguien muy fea, más bien su posición estaba más en lo neutro de estas dos categorías.
Aquella princesa quería ser perfecta, una persona amada por todos, con un cuerpo increíble y con la vida soñada. Sin embargo, las cosas eran todo lo contrario y al estar bajo el castigo de ser normal, no conseguía alcanzar ninguna de las metas.
Fue así como ella inició con rituales que había escuchado por ahí de las demás doncellas del pueblo para conseguir lo que tanto anhelaba.
La princesita sabía que matarse de hambre para lograr un cuerpo cabal valía la pena. El problema era que siempre su gran aliada había sido la comida y olvidarla era algo complicado. Amaba comer de a montones pero ella sabía que ese era uno de los maleficios que tenía que pagar, y para romperlo, está era la única opción. Pero que grande sorpresa se llevó la princesa al ver que su hambre voraz tenía más poder que cualquier otra cosa y no le quedó más remedio que buscar otra idea para combatir contra ella. Es aquí donde Mia llegó a hacerle compañía y le enseñó que con sólo dos deditos podía devolver todo lo que había ingerido, rompiendo con el maleficio que la tenía tan desamparada.
Ya con una de las metas cumplidas, debía de poner en práctica las demás. Si ella quería la vida soñada, solo era cuestión de coser una falsa sonrisa en su rostro y de actuar como las demás. O simplemente, el conseguir todas las cosas materiales que la hacían sentir bien.
¿Qué era eso del amor propio? ¿Acaso eso tenía relevancia ahora? Pará la princesa, ya nada tenía sentido ni mucho menos lo que la primera pregunta expresaba. Esas tontas mentiras no le funcionaban a ella y nunca lo harían, porque si ya siendo perfecta ya no le faltaba ni le sobraba nada más.
Estaba muerta en vida y eso ¿que importaba? Lo importante ahora era que volviendose mierda había logrado lo que tanto ansiaba.
La princesa quien Ana se llamaba no dejó de lado su amistad con Mia, ni mucho menos las costumbres que había aprendido en su vida y que un día la dejaría postrada en la cama con sus ojos totalmente cerrados, con su piel pálida y con sus huesos marcandose en su piel, esperando por aquel príncipe azul que la despertará de este profundo sueño y que nunca llegaría.
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Editado: 15.05.2020