El primer recuerdo que tenía sobre su padre era estar con el, hablando sobre las precauciones que debía de tomar, para no sufrir de un "ataque cardíaco".
"Debes de caminar despacio para que no te agites demasiado"
"No corras"
"Evita hacer cosas que necesiten demasiado esfuerzo"
Constantemente deseaba que su estúpido y frágil corazón fuera igual a los demás.
Su niñez se basó en asistir a consultas médicas, evitar jugar con los otros niños y coleccionar pequeños peluches de lana.
Su rutina no se vió muy afectada al llegar a la adolescencia, pues lo único que había cambiado, era su asistencia a un nuevo nivel escolar. Pese a cambiar físicamente, Cadence seguía teniendo la misma mentalidad pesimista de cuando tenía 13 años.
Y es que... ¿Cómo no hacerlo?, Si lo único de lo que podía jactarse era de seguir con vida.
El inicio de su día Jueves fue pésimo, su padre, Abel, tardó tanto en repetirle las medidas de seguridad que debía de acatar, perdió el autobús, así que su madre, la llevó al colegio. Todo iba "bien" hasta que Eva mencionó lo inútil e irresponsable que era. -¿Cómo se te ocurre llegar tarde niña?- La mujer dijo al mismo tiempo en que tomaba el volante y aplicaba rimel en su ojo. —¡Ahora por tu culpa llegaré tarde al trabajo!, ¿¡Qué no sabes!?, ¡A mí me descuentan un dólar por cada minuto que llego tarde!, ¿¡O es qué acaso no te importa!?—Su madre pisa el freno abruptamente, logrando que el coche se detenga, no sin antes, enviar a ambas mujeres hacia delante de un tirón. No había sido el impacto, de eso estaba segura, fue un susto lo que llevó a su corazón a correr como loco y a irregular su respiración. Poco a poco a la castaña el proceso de “inhalar y exhalar” comenzó a resultarle dificultoso, el sudor en sus manos la delataba:
“¡Demonios!, ¡Ahora no!”
Su preocupación se multiplicó, no solo tendría que orar porque un “ataque cardíaco” se presentara, también tenía que orar porque su madre no se pusiera loca. No era la primera vez que algo así le pasaba, muchas veces, gracias a sus descuidos al caminar apresuradamente, este tipo de cosas llegaban a pasar, no obstante, era muy diferente vivirlo con Abel a experimentarlo con Eva; mientras su progenitor procuraba calmarla, su madre tan solo se limitaba a observar, creyendo que el problema desaparecería por si solo o que “no era algo preocupante”.
Lamentablemente, debido a los quejidos de la oji-azul, su madre se dió cuenta. —¿¡Ahora qué!?— Eva grita. —¡Qué conveniente!, ¿¡No!?— La señora pelirroja desabrocha su cinturón de seguridad y voltea hacia Cadence. —¡Justo cuando llegamos a tu escuela te pones así!, ¡Solo lo haces para hacerme perder el tiempo!— Su madre bufando abre su bolso y saca un inhalador, entregándole a su hija el objeto. —Ten aquí esta tu cosa esa— Eva espera unos cuantos minutos a que Cadence regule su respiración, pasado ese tiempo y con la chica de suéter gris ya estable le dice. —Mira niña, no quiero tener problemas con tu padre, así que de la manera más amable te pido que te bajes
del coche— Eva dijo.
Tratando de evitar más peleas, Cadence abre la puerta del coche y se baja lentamente. Su madre se marcha y la deja ahí, en medio del pavimento, ni siquiera cerca de la entrada; aún que quisiera apresurar el paso, no podría hacerlo, no quiere sufrir otro “episodio”, por lo que solo se limita a caminar despacio.
Checa la hora en su reloj, 7:37 AM.
“Con suerte puedo llegar solo un poco retrasada a la clase del profesor Claudio”
Piensa, mientras continúa su camino cabizbaja. Odia admitirlo, pero últimamente no soporta a su madre, no lo hacía antes, cuando solamente se limitaba a mostrase distante y ajena a cualquier situación que le afectase, menos ahora que, simplemente, se dedicaba a gritarle solo por respirar.
Suspira pesadamente, es entonces, mientras levanta la vista, donde nota que ha llegado a su destino, la puerta principal del colegio.
Dispuesta a entrar abre la puerta, topandose con algunos estudiantes, muchos de ellos al parecer, sin preocuparse de si llegarán tarde o no.
Cuando está apunto de comenzar su travesía hacia el salón de cálculo, un brazo detiene su andar, confusa voltea sus ojos, esperando localizar a la persona que interrumpe sus planes. Una oleada de náuseas se presenta cuando logra localizar quien es aquella persona; zapatos mal lustrados, unos pantalones vaqueros azules, una camisa roja, peinado desastroso y unos ojos grises que desprenden irá.
Kenan Boock.
—Vaya, vaya, ¿A dónde ibas tan apresurada?— Kenan pregunta mientras ladea la cabeza.
—Llegaré tarde, por favor, tan solo déjame en paz Kenan— Cadence trata de persuadir al chico.
—¡Oh no!, No puedo dejar que mi chica favorita llegue tarde— El grisáceo finge hacer una mueca de preocupación. —Podría dejarte ir o... Mira, ¿Qué tenemos aquí?— El chico de camisa roja toma la mochila de la castaña y comienza a revisar su contenido. —¿Acaso este no es tu libro de cálculo?— Boock le muestra el cuadernillo a Cadence, antes de que ella pueda intentar arrebatárselo, el chico retrocede bruscamente hacia atrás, quedando a una distancia bastante considerable.
—Por favor Kenan, dámelo, lo necesito— La chica con de suéter gris dice en forma de súplica.
—Pero claro que te lo daré, soy una buena persona, lo único que tienes que hacer es correr hacia mi— Kenan suelta en tono burlón.
Sus compañeros observan la situación, algunos indiferentes, otros en desacuerdo, pocos con aprobación, pero ningún espectador interviene. Muchos chicos y chicas ya habían intentado parar los abusos y humillaciones constantes que sufría Cadence por culpa de aquel bastardo, retirándose del proceso al no poder soportar las golpizas de Kenan, fracasando en contarle a profesores, pues si bien los padres de Boock si acudían a los llamados del director, al día siguiente el chico se ponía de un humor insoportable, era mejor así, nadie se metía, nadie salía herido...