A la mañana siguiente, Kael se dirigió a la casa del anciano con determinación. Necesitaba respuestas, y sabía que el anciano era su mejor opción para encontrarlas.
—Necesito saber de dónde me recogiste —dijo Kael, entrando directamente al grano—. ¿Qué hago en esta isla si nadie me reconoce?
El anciano lo miró con calma, como si hubiera estado esperando esta pregunta. Se levantó lentamente de su silla y se acercó a un viejo mapa desplegado sobre la mesa.
—Te recogí río arriba —dijo, señalando un punto en el mapa—. Este río nace en la montaña más alta de la isla, al noreste. Pasa por la cabaña de Urthanar y atraviesa el bosque.
Kael observó el mapa con atención, siguiendo el curso del río con el dedo.
—¿Y qué hay río arriba? —preguntó, con un tono de urgencia.
El anciano suspiró, como si recordara algo que preferiría olvidar.
—Río arriba está el territorio del clan Hierro Quebrado —dijo, señalando una zona sombreada en el mapa—. En su día fueron uno de los clanes más poderosos del reino, pero ahora están en decadencia. Aun así, son crueles y peligrosos. Te recomiendo que pases por fuera de sus dominios.
Kael asintió, anotando mentalmente la advertencia.
—¿Y después? —preguntó—. ¿Qué hay en la montaña?
El anciano lo miró con seriedad.
—En la falda de la montaña, es cosa tuya. Pero te advierto, no te adentres en la Cueva de la Luna Roja, en la cima. Es una subida peligrosa que necesitaría cuerdas y escalar, pero eso no es lo peor. Hay una maldición en esa cueva. Todo el que ha entrado no ha salido. Evítala a toda costa.
Kael frunció el ceño, sintiendo que cada respuesta generaba más preguntas.
—¿Y si no encuentro más pistas? —preguntó, con un tono de frustración.
El anciano lo miró con compasión.
—Entonces, no puedo ayudarte más —dijo—. Pero recuerda, Kael, algunas respuestas no se encuentran en los mapas. A veces, están dentro de ti.
Kael salió de la casa del anciano con el mapa en la mano y la mente llena de preguntas. Sabía que su viaje no sería fácil, pero también sabía que no podía quedarse en Rumí para siempre.
Decidió prepararse para la expedición. Visitó a Frost para comprar más pociones, a Yaidai para obtener un pergamino elemental de agua (ya que sentía afinidad por ese elemento tras absorber el cristal), y a la herrería para asegurarse de que su espada y escudo estuvieran en perfecto estado.
Zack, al enterarse de los planes de Kael, insistió en acompañarlo.
—No puedes ir solo —dijo Zack, con una sonrisa—. Además, necesitas a alguien que te cubra las espaldas.
Kael lo miró, dudando.
—Es peligroso, Zack. No quiero que te pase nada.
—No te preocupes —respondió Zack, con determinación—. Soy más fuerte de lo que parezco.
Finalmente, Kael aceptó. Sabía que tener a Zack a su lado podría ser útil, y también sabía que no podía negarle la oportunidad de vivir una aventura.
Al amanecer del día siguiente, Kael y Zack partieron hacia el noreste, siguiendo el curso del río. El bosque estaba tranquilo, pero Kael sabía que el peligro podía acechar en cualquier momento.
Mientras caminaban, Kael no podía evitar pensar en la Cueva de la Luna Roja y en la maldición que la rodeaba. Sabía que, aunque el anciano le había advertido que la evitara, algo dentro de él sentía que esa cueva podría tener las respuestas que buscaba.
Mientras Kael y Zack avanzaban por el sendero que llevaba hacia el noreste, siguiendo el curso del río, Zack rompió el silencio con una advertencia.
—Mi maestro me prohibió entrar en la cueva —dijo, con un tono que mezclaba preocupación y respeto—. Y eso haré. Pero puedo acompañarte hasta allí.
Kael asintió, agradecido por la compañía de Zack. Sabía que el joven herrero, aunque inexperto, tenía un corazón valiente y una determinación que podía ser útil en el viaje.
Al salir del pueblo, Mike, el niño que Kael había conocido días antes, los saludó con entusiasmo.
—¡Eh, Kael! ¡Zack! —gritó, corriendo hacia ellos con una sonrisa amplia—. ¿Adónde vais?
Zack, que había jugado con Mike desde que era pequeño, lo saludó con cariño.
—Hola, pequeño valiente —dijo, dándole una palmada en el hombro—. Nos vamos de expedición.
Mike miró a Kael con admiración.
Kael sonrió, recordando la determinación del niño.
—Sigue practicando, Mike —dijo—. Algún día serás un gran guerrero.
Casi llegando a la cabaña de Urthanar, una flecha impactó en un tronco cerca de la cabeza de Kael. Este se detuvo en seco, mirando hacia la dirección de donde había venido la flecha.
—No te muevas —dijo una voz familiar.
De entre los árboles apareció Rossete, con su arco en la mano y una expresión seria.
—Espero que no te importe que me una —dijo, acercándose—. Escuché tu conversación con el anciano. Necesitarás una exploradora en los bosques, o no durarán mucho en la zona de Hierro Quebrado.