Helrim: El despertar del paladín

Capítulo 10: La sombra de Ryukan

El viento del este llevaba ceniza.

Los cuatro jinetes —Ryukan, Kala, Rossete y Zack— avanzaban por los caminos secundarios del Imperio, evitando patrullas y oídos curiosos. En cada aldea, el rumor crecía como hierba mala: rebelión en el oeste, un bastión llamado Lago Negro, un líder cuyo nombre algunos susurraban con esperanza y otros con miedo.

—Dicen que el desertor de la Guardia Carmesí lidera a los rebeldes —comentó un posadero mientras servía una sopa aguada—. Ryukan, se llamaba.

El hombre que llevaba ese nombre no levantó la vista del plato. A su lado, Kala sonrió con dulzura calculada.

—¿Y qué más dicen de él?

—Que mató a diez hombres de Marquis con solo una espada —el posadero bajó la voz—. Pero el soldado Darian lo busca. Juró colgar su cabeza en las puertas de la capital.

Zack atragantó con la sopa. Rossete le clavó una rodilla en el muslo bajo la mesa para silenciarlo.

Esa noche, mientras acampaban en un bosque de abedules, Zack se acercó a Kala con manos temblorosas.

—Es para ti —murmuró, extendiendo la daga de mineral azul—. Por... protección.

El brillo lunar del metal iluminó la expresión de Kala: ternura, exasperación y algo más profundo.

—Es un regalo hermoso, Zack —respondió, devolviéndosela con suavidad—. Pero Rossete la usará mejor.

La cazadora, que observaba desde su rollo de mantas, bufó.

—¿Me das el regalo de enamorado que te rechazaron? Qué halagador.

—¡No es...! Es que tú... —Zack enrojeció hasta parecer una amapola—. ¡Ah, maldita sea!

Kala rió, un sonido raro y precioso como cristal quebrado. Ryukan, desde la otra fogata, apretó el puño sin saber por qué.

En la última aldea antes de las tierras baldías del este, el nombre de Darian resonó como un trueno pero no conseguía recordarlo.

—Darian ofrece cien piezas de oro por información sobre Ryukan —susurró una niña a Zack mientras le vendía manzanas—. Dice que es un traidor a la Guardia Carmesí.

Kala fingió indiferencia, pero sus uñas se clavaron en las palmas.

—¿Y por qué lo busca?

—Por orden de la Reina. Y porque... —la niña miró alrededor— Ryukan sabe dónde está Vuthakorth, el Portador de Helrim.

El aire se cortó.

Ryukan sólo era un hombre que había huido con su nombre y su culpa.

—Darian está en Brumacen —informó Rossete esa noche, estudiando el mapa—. Justo en nuestra ruta a Vorthal.

—No podemos evitarlo —Kala cruzó los brazos—. Si busca a Vuthakorth...

—Es nuestra mejor pista para encontrar a Helrim —terminó Ryukan, la voz ronca—. Pero no podemos arriesgarnos. Si Darian me reconoce...

Todos entendieron lo no dicho: La Guardia Carmesí no tomaba prisioneros.

1. Rossete y Zack entrarían primero a Brumacen como mercenarios buscando trabajo.

2. Kala, con su capucha baja, averiguaría qué saben de Halarf y los no-muertos.

3. Ryukan esperaría fuera, oculto. Si Darian lo reconocía, sería una masacre.

—Y si descubrimos que Vuthakorth está cerca... —Zack jugueteó con su nueva daga—. ¿Qué hacemos?

Kala miró a Ryukan.

—Si aparece Vuthakorth... —murmuró Ryukan, los nudillos pálidos al aferrar el pomo de su espada—, espero que el Paladín despierte lo suficiente para aguantarle el combate.

—La última vez en Rumí apenas duraste unos segundos antes de desmayarte.

—Porque no era una batalla, fue una emboscada —gruñó él—. Vuthakorth me supera en destreza, y con Helrim en sus manos... No terminó la frase. Todos habían visto las cicatrices en el escudo de Ryukan, hendiduras profundas como si hubiera sido golpeado por un gigante.

Kala colocó una mano en su hombro.

—No estarás solo. Mi magia puede igualar el campo.

Ryukan no respondió. Sabía que ni el fuego de dragón ni los vientos más furiosos serían rival para la espada que podría cortar montañas.

La bruma de Brumacen envolvía las casas de madera tallada como un velo plateado. El aire olía a hierbas húmedas y corteza fresca, pero Ryukan no podía apreciar la belleza del lugar. Cada paso hacia la aldea era un recordatorio: Darian estaba aquí. Y si lo reconocía, la sangre correría.

Rossete y Zack entraron primero, fingiendo ser mercenarios en busca de trabajo. La taberna era acogedora, con vigas de roble y un fuego crepitante. En un rincón, un grupo de soldados jugaba a los dados.

—Darian está en la casa del herrero —susurró Rossete al regresar—. El tipo tiene la cara quemada y falta de partes. Parece un recluta, pero los locales dicen que llegó hace dos semanas con una escolta de la Élite Carmesí.

Kala asintió. Era su turno.

La casa del herrero olía a metal y ungüentos medicinales. Darian estaba sentado junto a la ventana, la mitad de su rostro convertida en una máscara de carne retorcida. Su ojo bueno, de un azul desvaído, se posó en Kala cuando entró.



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En el texto hay: medieval, dragones magia, épica aventura

Editado: 27.10.2025

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