Hemisferio Norte Número Siete

1.

No me lo podía creer. Aquello había ido demasiado lejos. Ni siquiera había hecho algo especialmente malo. Solo unos susurros oídos por la persona equivocada. Hoy en día cualquier persona podía ser un soplón, me estaba dando cuenta de ello a base de bofetadas.

El mundo se había ido a la mierda. Y no precisamente de la manera que creíamos todos: destruido por el progreso humano. Ni medio parecido. Aún no se sabía ni cómo, pero los gobiernos de los países se habían disuelto por completo. Solo había un único gobierno mundial, que nos controlaba a todos. Literalmente. Los militares armados hasta los dientes paseando por cada calle se habían convertido en nuestra imagen de todos los días. Cualquiera que dijera algo en contra de los altos mandos podía considerarse muy, muy jodido.

Todos sabíamos que se los llevaban, pero nadie sabía qué hacían con ellos. Todavía no conocía a nadie que hubiera vuelto. Mi madre decía que el hijo de una compañera de trabajo había sido apresado. No hablaba nunca de él ya que, hoy en día, y después de seis años de la toma de poder, casi era una vergüenza ser un rebelde. Así era como los llamaban. Pues bien, lo único que decía la mujer, según mi madre, es que los mantenían en una especie de academia, para intentar cambiarles sus ideas rebeldes. Supongo que cuando consideraran que estaban “curados” de llevar la contraria los devolverían a la sociedad, ya con sus mentes completamente lavadas. Casi me alegraba de que ninguno hubiera vuelto, significaba que no les habían comido la cabeza todavía.

Cuando me apresaron, lo primero que sentí fue miedo. En ese momento se me olvidó cualquier atisbo de coraje en mí y empecé a sollozar. Los soldados que me sujetaban tenían una pistola de tamaño importante cada uno, y podían usarla en cualquier momento. Aunque no lo hicieron, seguía temblando cuando llegué a una de las comisarías (las llamábamos comisarías, pero más bien parecían salas de interrogatorio) de cerca de mi instituto. Allí esperaba mi madre sentada en un lado de una mesa, en una silla al lado de otra con otros dos guardias, uno a cada lado. Obviamente ahí me sentaba yo.

Enfrente de nosotras, un guardia con un uniforme más elegante se sentaba en una silla giratoria con respaldo. Obviamente era el superior de por allí. En cuanto miré a los ojos a mi madre supe que la había cagado. En ellos solo vi vergüenza. No me había dado cuenta, pero en una esquina de la habitación estaba también mi padre. Ni siquiera me había mirado desde que entré. El superior entonces carraspeó para hacer que todos le miráramos. Tenía tanto miedo que solo empecé a escuchar de verdad lo que decía a mitad de su monólogo.

-…y por tanto, después de ese cuestionario que rellenaron ustedes antes de la llegada de su hija, aprobamos su admisión e inmediato traslado al Hemisferio Norte Número Siete. Ya conocen las normas antes informadas por nuestros hombres, así que la chica no se puede despedir ni cruzar palabra con nadie. Se considera un peligro público en estos momentos y cualquier cosa que dijera podría ser de riesgo para nuestro sistema. Confío en que entiendan la situación.

Los dos asintieron. Sin duda les habían explicado todo antes de mi llegada. Casi se me saltaban las lágrimas ante su impasibilidad. Estaba muda de la vergüenza y la impotencia, y ni siquiera pude protestar por no poder despedirme.

Ese pequeño comentario delante de un par de personas en el pasillo había llevado a que mi supuesta amiga se lo dijera al profesor más cercano, sin importarle que yo estuviera rogándole que olvidara lo que había dicho. El profesor obviamente había ido con el cuento a mis padres y, éstos, pensaba yo que presionados por el instituto, se lo habían contado a un soldado de nuestra calle. A partir de ahí, ellos, debían haber ido a la comisaría para esperar a que vinieran a buscarme al instituto. Al verlos allí, no tuve ninguna duda de que no habían llamado al guardia por presión, sino porque de verdad creían que era una rebelde.

En ese momento después de saber mi destino, ya no me importó no poder decir adiós a nadie. Ese día, cualquier persona que yo habían pensado que me quería, me había traicionado. Con la mirada perdida escuché que no volvería a mi casa, en la Academia me darían todo lo que necesitaba. Además, querían evitar riesgos. La misma frase todo el rato. Evitar riesgos. Decidí que la odiaba la segunda vez (y no la última) que la dijo.

Me hizo un gesto para que saliera de la habitación. Mi madre no se levantó, así que supuse que se me llevaban ya y ellos no iban a acompañarme más de lo necesario. No sabía si querían decirme algo, así que me adelanté yo.

-Me parece que esto es un adiós- dije con voz más alta de lo que quería, el miedo a lo desconocido me estaba afectando.

Mi padre todavía no giró su cara hacia mí, en ningún momento se había molestado en ello. Me madre me miró todavía con vergüenza pero creí detectar algo de pena. Pensé que me lo había imaginado, porque en ese momento se levantó y se dirigió hacia donde estaba mi padre para no tener que hablar conmigo. Había tenido suficiente. No volví a decir ninguna palabra de despedida, ni siquiera un gesto, y les hice caso a los guardias para salir de allí.

Me condujeron por unos cuantos pasillos hasta bajar un par de pisos y acabar en un garaje, donde me metieron en la parte de atrás de un coche como los que se usan para llevar a los delincuentes, separada la parte de delante de la de atrás con una malla que me impedía casi verles. 

Después de unos largos minutos conduciendo por algún sitio (mis ventanas estaban tintadas, no podía ver nada) un guardia me abrió la puerta y antes de descender pude ver el avión justo detrás de él. Parece ser que ni siquiera me enviaban a algún sitio en mi país. ¿Tan peligrosa me consideraban que tenían que mandarme a una cárcel de tan lejos?

No tuve tiempo de hacerme más preguntas. Como me había quedado quieta por el estupor durante unos segundos debieron interpretarlo como que no quería seguirlos, que me estaba rebelando otra vez. Eso era lo último que quería. Si me comportaba bien y conseguía convencerlos de que no era rebelde quizá podría volver pronto a casa. Pues empezaba bastante mal.




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