-¡Gracias, mami! ¡Gracias! -Gritaba Sofía a su mamá después de destapar el paquete que traía al muñeco. Era Henry, la niña no le tenía miedo, por el contrario, estaba sumamente feliz.
-Espero que éste No lo vayas a enterrar, Sofía. -Dijo la abuela. -No, abuelita. No lo haré. -Respondió la niña.
Todos estaban reunidos en la sala de la casa. Raúl tenía un carro de carreras, que la mamá de Sofía casualmente también había encontrado en alguna de esas tiendas de coleccionistas. Todos estaban felices. Sofía abrazo a su madre y a su abuela y disimuladamente, mientras jugaba, se metió en el cuarto. Quería estar un rato sola con el muñeco. Miro a Henry con felicidad, acarició su cabello y lo abrazó. Este nuevo Henry tenía una diferencia: su ropa era
azul, contrario que el Antiguo Henry que era verde. Sofía tenía muy claro que Henry realmente no volvería, y que este «nuevo Henry» era tan sólo un reemplazo. La niña tenía la certeza de que no volvería a tener esos sueños mortificantes, y que su vida por fin iban a normalizarse, Pero, de cualquier forma no iba a perdonarse el haber enterrado a Henry.
La niña no se equivocó, pues sus noches volvieron a ser acogedoras, sin gritos, ni lloriqueos. Ya tenía quien abrazar de nuevo.
Lo más raro, mamá. -Habló Betty a la abuela mientras Sofía seguía en el cuarto. – Es que era el único muñeco exhibido en esa tienda, no había más ni siquiera había más juguetes allí.
La abuela soltó un suspiro y dijo:
-Hija, a veces en la vida pasan cosas así de extrañas. Todos sabemos que el verdadero Henry nunca apareció. Es mejor que nos vamos a dormir. Ya son las diez.
Por el contrario Sofía y Raúl sólo quería estar despiertos y jugar con sus juguetes nuevos.
Editado: 03.05.2020