El viaje comenzó. Heraidis realmente estaba un poco impaciente. El miedo, de un momento a otro, se le esfumó como humo; parecía una niña pequeña mientras cabalgaban hacia las montañas del norte.
Estas montañas —como su nombre lo indica— estaban situadas al norte de Opicia. También las conocían como Montañas Blancas, puesto que todo el año estaban cubiertas de nieve. Heraidis no podía contener su emoción; Andéria se miraba más seria, como si esto lo hubiera hecho en el pasado muchas veces.
Heraidis se acercó a Hilgárth y quería despejar algunas dudas.
—¿Cuánto nos tardaremos para las montañas?
—Si vamos a buen paso, llegaremos al amanecer.
—Tengo muchas preguntas, Hilgárth, y espero que me las respondas —comentó.
—Media vez sepa de qué se trata, te las responderé. De eso no tengas preocupación.
—Siendo honesta, no sé cómo preguntar, pero no entiendo bien lo de los magos.
Hilgárth sonrió y explicó:
—Los magos tienen cierta manera de medir sus poderes. Cada uno se rige por colores. Por ejemplo, la bruja Páfosth tiene el color de sus ojos de un verde oscuro; esto debido a que ella posee la habilidad de controlar aspectos de la naturaleza y se le nombra por el color de sus ojos. Sívrath es una cambiante, pero como sus ojos son de color violeta, se convierte en animales. Piloth —como se mencionó— es una bruja que cambia formas, pero humanas; necesita ver a la persona y, a veces, contacto físico para poder imitar su aspecto. Algunos pueden imitar su voz y, en caso de imitar a un mago, con años de entrenamiento pueden llegar a copiar poderes, pero esto gasta su magia.
Ahora bien, la magia es algo similar a la resistencia de los seres humanos: entre más la trabajes, más resistencia tendrás. La magia es igual; entre más entrenes, tu nivel mágico subirá. Algunos incluso llegan a desarrollar poderes con los cuales no nacieron, sino que, con entrenamiento, aprendieron a utilizar.
Mientras Heraidis iba en camino, Piloth habló con el rey y le mencionó sobre Heraidis. El rey le dio toda la información que tenía de ella, incluso quién era Andéria. Al escuchar con detenimiento, decidieron enviar a un buen número de guardias para poder capturarlas. El rey les dijo dónde estaba su casa. Páfosth y Metarth se fueron junto con los soldados.
Al llegar a la casa vieron que había luces dentro, así que llamaron a la puerta, pero no respondieron. Al final, la tumbaron y, cuando entraron, se dieron cuenta de que habían dejado las velas encendidas y que la casa estaba vacía. La guardia regresó al castillo y ambos magos iban frustrados. Fueron hacia donde la reina estaba y dieron su reporte.
—No había nadie en la casa. Creemos que se marcharon hace poco. Esperemos que Sívrath no se tarde —dijo Metarth. Este tomó un poco de vino y se sentó—. Estamos tomando muchas molestias para un fugitivo.
—Asesinó al rey, no es un simple fugitivo —dijo Piloth—. Además, no sabemos con quién tiene lazos, tampoco si trabaja para alguien. Tenemos que capturarlo.
—Lo hubiéramos ejecutado cuando tuvimos la oportunidad —comentó el mago.
Por la ventana entró Sívrath. Esta les comentó que no había salido nadie recientemente, aunque preguntó en la puerta noreste de la ciudad —por la cual sí habían salido—, pero le preguntó a Triamo y este negó todo.
Los magos estaban cabizbajos. Páfosth ya estaba un poco harta de todo esto y se le notaba.
—Llevamos ya un tiempo siguiendo su rastro. ¿No creen que ya deberíamos dejar esto y regresar al reino?
—¿Tengo que volver a repetir lo que hizo? No podemos dejarlo libre, tiene que pagar por sus crímenes. Además, tampoco el reino me puede ver como una mala gobernante.
—¿Qué sabemos nosotros si fue consciente de lo que hizo? —dijo Sívrath—. No esperamos a escuchar sus declaraciones.
—¿Lo defiendes? —replicó Metarth—. También podemos tomar tus declaraciones como traición y tendrías el mismo destino.
Sívrath se indignó porque la consideraran una traidora.
—Eres un imbécil.
Sívrath salió de la habitación por la ventana y se fue hacia el techo del castillo. El resto se retiró a sus aposentos. Piloth iba a enviarlos a llamar cuando regresaran los otros dos magos restantes.
Heraidis llevaba las riendas de la carreta. Andéria se había recostado para dormir en la parte de atrás, junto a Nubror. Aunque era silencioso el trayecto, el rostro de Heraidis parecía gritar de emoción. Pero, aparte de emoción, estaba comenzando a tener mucha intriga por Hilgárth, puesto que era un hombre misterioso.
Hilgárth llevaba la mirada perdida; no miraba al camino, sino más allá. Parecía incluso que murmuraba cosas para sí mismo. Heraidis sabía que algo estaba escondiendo. La conocía desde antes, sabía también quién era Andéria, y esto más le retumbaba en la cabeza.
Al ser alguien curiosa, se acercó a Hilgárth, pero este seguía con la mirada perdida.
—¿Puedes hablarme de ti?
Hilgárth regresó en sí, parecía que había olvidado dónde estaba.
—Por lo que noté, tienes más de un poder mágico. ¿Con qué habilidad naciste?
—La de poder visitar el tiempo, pero he practicado más el rayo y el hielo; por eso no ves color verde en mis ojos.
—Entiendo… No sabía que había magos que pueden ver el futuro.
—No siempre. Yo veo más el pasado que el futuro, aunque se puede lograr visitarlo. No es por mucho; requiere mucha energía y, ya de por sí, viajar al pasado es agotador. Ver el futuro lo es el doble. Muy pocos lo consiguen.
—Por cómo hablas, parece que tú lo has hecho.
—Así es, pero lo que he visto me tiene confundido. Antes del asesinato le hablé a mi maestro, el gran mago Griéthmag. No pude recibir su respuesta hasta que escapé. Hemos hablado por cartas, pero hasta ahora lo podré ver en persona. Iremos a su santuario.
La plática parecía que terminó ahí, pero Heraidis tenía una inquietud, y se notaba. Hilgárth lo notó.
—Habla —dijo—. No tengo que leerte la mente para poder saber que tienes una inquietud. Pregunta.
—Puede que suene un poco infantil, pero quisiera ver a mi padre. Él nos abandonó cuando aún era una niña y quisiera saber qué le pasó, si tuvo familia, si aún me recordaba y también si sigue vivo.