Regresé al claro donde Culpulna estaba junto a las demás hadas. Su luz titilante llenaba el aire como pequeñas estrellas errantes, un universo en miniatura danzando entre las ramas, Pero, a pesar de su resplandor, no pude encontrar consuelo aquella presencia que me era tan familiar, por suerte no repararon en mí, ni una sola de ellas. Me ignoraron rotundamente, y por primera vez, me sentí agradecida por ello. No quería sus miradas inquisitivas, no quería que nadie notara lo que estaba pasando dentro de mí.
Porque todavía lo sentía, todavía sentía esa presencia sobre mí, apreté los labios con fuerza, tratando de concentrarme en cualquier otra cosa, pero era inútil. La presencia de Eskraft seguía impregnando mi piel, como un eco vibrante que se negaba a desvanecerse.
Había cometido un error, uno que no podía permitirme, le había abierto la puerta, le había dado la oportunidad de acabar con cada hada en este lugar, de destruir este refugio con la facilidad de quien apaga una vela, incluso de acabar conmigo, el pensamiento me golpeó con una brutalidad inesperada. Cerré los ojos y traté de calmar mi respiración, de acallar el caos que se desataba en mi mente, pero entonces… lo sentí.
Latidos, desenfrenados, Intensos y apresurados, pero no eran míos. Mis ojos se abrieron de golpe mientras el frío de la comprensión recorría mi espalda. No era mi corazón el que palpitaba de esa forma "¿Puedes sentir lo mismo que yo?" Sus palabras me envolvieron de nuevo, suaves y peligrosas, como un veneno que se infiltra lentamente en la sangre.
Eskraft no lo había dicho con burla, ni con provocación. Lo había dicho con certeza y ahora lo entendía, era real.
Estábamos conectados.
No solo por el hechizo, no solo por un error involuntario… sino por algo más profundo. Algo que no podía deshacer, algo que no podía ignorar, mi corazón latía con el suyo y la verdad me paralizó, No era magia común, no era una simple brujería de amor mal lanzada. Era un lazo que trascendía lo que yo creía posible.
El aire a mi alrededor se sentía más pesado, como si el bosque mismo estuviera reteniendo el aliento junto a mí. Las luces de las hadas parpadeaban en una cadencia errática, como si respondieran a la tormenta que se había encendido en mi interior, no sabía qué significaba todo esto, no sabía cómo detenerlo, pero había una certeza que me aterraba más que cualquier otra cosa, si podía sentir sus latidos… él también podía sentir los míos.
—Nuestro plebeyo embelesado por la vida humana comenzó un gran recorrido por los pueblos más cercanos del mundo humano. En cada pueblo se comentaba que una guerra estaba a punto de estallar, una guerra que los humanos desconocían, pero que el sabia que era algo inevitable, nuestro plebeyo se encontraba en un encrucijada, debía tomar una decisión rápidamente, permanecer por toda la vida en el mundo humano o regresar a casa, a su miserable vida como un traidor. En un momento de terror la elección fue lo suficientemente fácil, debía volver al único mundo que conocía, hasta que conoce a una mujer humana, una chica diferente. Luz así se llamaba aquella mujer, su nombre era un reflejo de lo que alguna vez fue: radiante, espléndida, luminosa en todos los sentidos de la palabra. Y en su luz se envolvió nuestro querido plebeyo, cegado por la calidez de su amor, por la dulzura de sus palabras y por la promesa de un futuro que, sin saberlo, estaba condenado desde el principio. Él la amó con la intensidad de un fuego que arde sin miedo a consumirse. La amó con la devoción de quien entrega su vida entera en una sola mirada y Luz… ella también lo amó, no podemos negar que lo hizo, lo amó con la misma pasión con la que la primavera despierta la tierra, con la entrega absoluta de quien cree que el amor es suficiente para desafiar al destino, le dio su corazón, su alma, su cuerpo, pero nada de eso bastó porque había algo que ella sabía, más bien algo que él nunca llegó a comprender del todo. Los elfos solo pueden amar una vez en la vida, un solo amor, uno que no tiene retorno, ni redención, ni segundas oportunidades. Cuando un elfo ama, lo hace con cada parte de su ser, con cada latido de su corazón y cada respiro de su existencia, ama para siempre y Luz lo sabía o creía saberlo, creia que su plebeyo jamás podría pertenecerle realmente, que su amor era una promesa rota desde el inicio, pero aún así, amó, aún así, esperó, esperó que, de alguna forma, el destino fuera más misericordioso con ella, que el amor de su plebeyo pudiera desafiar lo que estaba escrito en la sangre de su raza y que la eligiera para siempre, pero la guerra estalló, el caos envolvió la tierra como una tormenta sin fin. Los elfos cruzaron las montañas con espadas forjadas en odio y juramentos de venganza y entonces, lo inevitable sucedió la verdad se alzó como una sombra sobre ellos, Luz sin ganas de luchar por un amor incondicional que ella desconocía, tomó la decisión que selló su destino, con sus propias manos, entregó al elfo que la había amado, entregó a quien había sido su mundo y lo condenó a la muerte, por una traición que ella no conocía ni entendía— El silencio se adueñó del lugar y aunque pude sentir muchas miradas sobre mi fui incapaz de mirar a alguien, conocia esa historia, la había contado miles de veces. En mi mundo Luz era una mujer admirable, que nos enseñaba a los niños la pureza del amor y en esta parte del mundo ella era una mujer traicionera, que no merecía la incondicionalidad de un Elfo..
—El mundo cambió en ese momento y nació Dafquenca— Dijo la elfa que se había mantenida alejada del primer relato— protegiendo a la salvación del mundo entero, su familia, mi reina, mantuvo generacion tras generacion el mundo en calma, protegiendo a cada ser vivo, manteniendo con vida la naturaleza como tal, pero hoy la historia ha cambiado ¡Tenemos frente a nosotros a la reina del todo! Digame reina ¿Será la heredera de la muerte? o ¿Ser una valiente guerrera?— Por unos segundos me senti como aquel plebeyo que debia decir en que mundo continuar con su vida, este era el momento que debia apostar por una historia totalmente desconocido.