El cuarto estaba sumido en una oscuridad sofocante, pero no era desconocido. Era mi cuarto. Mi refugio, mi hogar… o lo que quedaba de él. Pero algo estaba mal.
El aire era espeso, impregnado de un hedor a putrefacción que me golpeó con fuerza, como un puñetazo en el estómago. Mis entrañas se retorcieron, y un amargo ardor subió por mi garganta. Tragué en seco, obligándome a contener las náuseas. Algo se estaba descomponiendo aquí. Algo que no debía estarlo.
Mis manos temblaban cuando avancé, cada paso crujía contra el suelo cubierto de escombros y polvo. Las paredes, que antes resguardaban mis secretos y sueños infantiles, estaban ennegrecidas, manchadas con lo que parecía hollín… o tal vez algo peor. No había rastros de vida, ni siquiera el eco de mi propia respiración.
Y entonces, un destello. El reflejo del sol golpeó mi viejo espejo frente a la cama, un brillo efímero que me atrajo como un faro en la tormenta. Me acerqué con cautela, esperando encontrar mi rostro, una prueba de que aún era yo, de que aún existía. Pero el reflejo no era mío. O, al menos, no de la niña que alguna vez había vivido en este cuarto.
Mi vestido estaba sucio, ennegrecido por la tierra, pegajoso por manchas oscuras y viscosas. Sangre. Mi corazón se detuvo un instante antes de latir con furia. Mis manos temblorosas tocaron mi pecho, mis brazos, mi cuello… La sangre estaba seca en algunos lugares, fresca en otros. No sabía de quién era.
Un escalofrío me recorrió la espalda, me giré y ahí estaba él.
Mi padre.
Tendido sobre mi cama como una marioneta rota, sus manos y piernas amarradas con gruesas cuerdas que le mordían la piel. Su rostro, pálido y cubierto de un sudor frío, apenas se movía, pero una delgada gota de sangre descendía lentamente desde su frente hasta la almohada sucia.
—Debes huir… —su voz era apenas un murmullo, un eco de lo que alguna vez fue. Mis piernas casi cedieron bajo mi propio peso. Me lancé hacia él, mis manos buscando desatarlo, buscar un corte, buscar algo, cualquier cosa que pudiera salvarlo.
—No, padre, podemos salir de aquí, Juntos— Pero él negó con la cabeza, sus ojos vidriosos reflejaban algo peor que el dolor. Resignación.
—No, vete. Conoces este castillo, sabes cómo salir… vete— Mi corazón latía con furia. No podía dejarlo aquí, no podía abandonarlo.
—No, no, no, no. No sin ti.
—Vete, Amar… vete, para que pueda estar tranquilo— Y entonces, la sangre que era solo una gota se convirtió en un río. Brotó de su boca, de su cuello, de su pecho, tiñendo las sábanas y el suelo. Mi cuerpo entero se paralizó de terror. Mi grito se ahogó antes de nacer, la habitación comenzó a hundirse en la negrura, el mundo desapareció.
Y yo caí en la nada.
La luz del día fue una bendición tras despertar tan asustada. Odiaba esa sensación de ausencia, de miedo, más bien de abandono. Las pesadillas me arrastraban de vuelta a los recuerdos que me perseguían incluso en la vigilia, reviviendo lo que una vez fue mi vida, lo que perdí, lo que me arrebataron. Nunca pensé que extrañaría tanto la calidez del sol en mi rostro, la sensación de libertad en el aire. Pero al abrir los ojos y ver el cielo filtrándose entre las hojas, sentí, por primera vez en mucho tiempo, que aún no pertenecía a este mundo, más bien a ningún lugar. No estaba atrapada en un palacio ni en una celda, no tenía cadenas ni sombras acechando mis pasos. Era libre. Libre para respirar, para caminar sin miedo, sin tener que pensar en cada palabra, aunque no me puedo engañar, una historia inconcluso me persigue, persiguió a mi familia durante todos nuestros años de exilio, soy libre es un hecho, pero este bosque no será parte de mi vida, más bien debe ser un comienzo, hace muchos años fue la esperanza del mundo y hoy debe significar algo distinto.
—Es una lastima admitir que en este lugar la persona con menos experiencia en la magia es nuestra Reina, Amar sabe hechizos muy básicos, no sabe profundizar en ellos, solo hay un hechizo que sabe a la perfección y es muy eficaz, puedo asegurar que nos podría curar a todos al mismo tiempo, aunque probablemente le sangre la nariz o quizas se desmaye, dependera de que tan heridos estamos— Aunque Culpuna habló con mucho orgullo pude notar la mirada juzgadora de los elfos que estaban frente a mi.
—Me llamo Katrinfa, soy una elfa de la naturaleza. Los elfos podemos manejar todo tipo de magia, pero siempre tendremos una debilidad, por ejemplo se me da pésimo curar a la gente de mi pueblo, pero manejar a la perfección todos los elementos de la naturaleza, aunque supongo que si todo vuelve a la normalidad mi magia sera aun mas fuerte, podemos comenzar con esto, será lo más fácil, debes tener una conexión innata con la naturaleza, es parte de ti— Katrinfa se acercó a mi y hizo una pequeña reverencia y me regaló una pequeña sonrisa que no intenta ocultar lo ansiosa que estaba por enseñar su magia. No puedo negar que mi primera impresión de ella había cambiado por completo con solo una sonrisa.
—Mi nombre es Ecfon, soy un elfo de magia control y me he esforzado mucho para poder controlar a las personas, puedo entrar en su mente sin necesidad de usar algún tipo de droga. Es una magia complicada, pero estaré encantado de enseñarle, Mi Reina— Ecfon tomo mi mano entre las suyas y luego dio un corto beso en ellas.
-Muchas gracias por querer ayudarme, pero se perfectamente con quien aprenderé magia, si voy aprender todo lo que necesito, será Eskraft quien me enseñe ¡Sal de escondite, ratoncito! ¡Tienes una nueva orden y no es una de tu Rey!— Sabía que provocarlo era la única oportunidad de que cayera en mi juego, porque sabía que él estaba cerca, podía sentir sus latidos, su mirada, incluso su extraña calidez.