Eskraft tardó tres días en volver al claro, y cuando finalmente apareció, no llevaba ya el uniforme de su Rey. Había dejado atrás la armadura imponente, aquella que lo marcaba como la mano derecha de un tirano, y en su lugar vestía como un elfo común. Un chaleco de cuero oscuro cubría su torso, ajustado lo suficiente para permitirle moverse con agilidad, pero sin la rigidez de una armadura. Su camisa de lino, de un tono verde musgo desgastado, se ceñía a sus brazos, dejando ver las marcas de viejas batallas. Los pantalones, de tela gruesa y resistente, estaban sujetos con un cinturón del que colgaba una daga envainada y una pequeña bolsa de cuero, seguramente con hierbas o algún objeto mágico. Sus botas, altas y gastadas, crujieron suavemente contra la hierba húmeda mientras se acercaba, su andar tan silencioso como siempre.
Mientras tanto, en esos tres días de ausencia, yo me había sumergido por completo en el estudio de la magia de Katrinfa. La conexión con la naturaleza, con la tierra misma, se revelaba ante mí de una forma que jamás había imaginado posible. El aire parecía escucharme, las raíces temblaban bajo mis pies cuando cerraba los ojos y me concentraba. No era sólo un don… era como si aquella magia siempre hubiera estado dentro de mí, dormida, esperando el momento adecuado para despertar. Para sorpresa de nadie más que mía, controlar la naturaleza se me daba con sorprendente facilidad, como si siempre hubiera pertenecido a este mundo, aunque mi corazón aún latiera al otro lado de la montaña.
—La magia no debería ser difícil. Es parte de lo que somos, es la esencia misma de nuestra existencia. Nacemos con ella latiendo en nuestra sangre y morimos con ella susurrando nuestro último aliento. No es algo que se aprende, es algo que se recuerda o en tu caso es algo que debes aprender—La voz de Katrinfa flotaba en el aire con una suavidad envolvente, guiándome entre la bruma de mi propia incertidumbre.
—Conéctate con la naturaleza. Siente cada ruido, cada zumbido, cada susurro de las hadas. ¿Puedes oírlas? —su voz era un eco lejano en mi mente, una melodía antigua que parecía entrelazarse con la brisa del bosque—. Respira profundo, muy profundo. No pienses, solo siente— Me esforcé por seguir cada una de sus instrucciones. Mis párpados cayeron pesados, mi respiración se alargó y mi mente comenzó a buscar aquello que se escondía más allá del ruido evidente. Primero escuché su voz, fuerte, clara, sólida. Luego, el murmullo del viento entre las hojas, el aleteo lejano de las hadas, la vibración sutil de la tierra bajo mis pies.
—¿Sientes esto? —su tono cambió, adquiriendo una gravedad desconocida.
Antes de poder responder, un dolor agudo atravesó mi piel, como un relámpago helado surgiendo desde dentro. Abrí los ojos de golpe, con un jadeo entrecortado. Frente a mí, Katrinfa sostenía una rama entre sus delicadas manos… o lo que quedaba de ella. La madera se quebró nuevamente con un chasquido seco, y el dolor volvió a atravesarme, esta vez con mayor intensidad, como si la fractura no estuviera en el árbol, sino en mí.
—Esto será complicado —su mirada se clavó en la mía, intensa y firme—. Debes aprender a controlar tu conexión con la tierra, o morirás de dolor—
—Amar, debes entender de que eres la vida y muerte de este lugar, aun no entiendes la profunda conexión— Eskraft interrumpió a mi maestra, quien se fue de inmediato, dejándonos solos— El problema es que en este mundo se cuentan muchas historias, es difícil saber cuál es la verdadera, así que la tendrás que descubrir poco a poco—
—¿Cual es la verdadera historia para ti?—
—supongo que tu clases te dejan sin magia— Dijo ignorando mi pregunta— hoy entrenaremos, si quieres ser una guerrera debes saber luchar…
Su primer ataque fue directo. Eskraft se lanzó contra mí con la velocidad de un depredador, su mano buscando mi muñeca, pero me aparté a tiempo, girando sobre mi. Apenas pude estabilizarme cuando sentí su cuerpo contra el mío. Era cálido, firme, peligroso.
—No debes huir, pajarita —murmuró cerca de mi oído, su aliento quemando mi piel.
Le respondí con un empujón, no iba a dejar que él tomara el control, me lancé hacia él, mi hombro golpeando su pecho con fuerza suficiente para hacerlo retroceder. Pero Eskraft era más fuerte. Se recuperó en un instante y atrapó mi brazo, tirando de mí hasta que nuestros cuerpos chocaron, su pecho contra el mío, su mano cerrándose en mi cintura.
—Eres persistente —susurró con una sonrisa. Intenté liberarme, pero su agarre era firme, demasiado firme. Podía sentir cada músculo de su cuerpo tenso contra el mío, la intensidad en su mirada, el desafío que ardía en sus ojos. Mi corazón latía con fuerza, aunque no estaba segura si era por la pelea o por lo cerca que estábamos.
Me moví rápido, usando mi pierna para desequilibrarlo, y lo logré. Su cuerpo cayó hacia atrás, pero no me soltó. En el último segundo, giró y me llevó con él, rodando sobre la tierra hasta que su peso cayó sobre mí. Mis muñecas atrapadas, mi espalda contra el suelo, su respiración mezclándose con la mía.
—¿Así es como piensas ganar? —susurró, su nariz rozando la mía.
Mi pecho subía y bajaba con fuerza, la adrenalina ardiendo en mi interior. No podía, no quería quedarme debajo de él. Con un rápido movimiento, levanté mis caderas, usé su propio peso en su contra y lo hice rodar. Ahora era él quien estaba bajo mi control.
Pero cuando mis manos sujetaron sus muñecas, cuando mis piernas rodearon su cintura para mantenerlo inmovilizado, sentí el peligro real, no era la pelea, no era la posibilidad de perder, era la forma en que me miraba. Como si quisiera algo más que una simple victoria.
El silencio entre nosotros se volvió insoportable. Nuestros cuerpos aún tensos, listos para seguir peleando… o rendirse. Entonces, él sonrió, una sonrisa lenta, peligrosa, y con un simple giro de su cuerpo, me hizo caer otra vez, dejándome atrapada debajo de él.