El aire pesa sobre mí cuando me obligan a arrodillarme en la plaza ceremonial de la Academia Arcana. Mis muñecas están atadas con un lazo de energía dorada, un hechizo de restricción que arde contra mi piel.
No debería estar aquí.
Los otros supervivientes de la Prueba del Eclipse están de pie a mi alrededor, expectantes, cansados, con los rostros cubiertos de sudor y sangre seca. Ellos han ganado su lugar como Senyars en entrenamiento. Yo, en cambio, estoy siendo juzgada.
Seraphine Valdor, la Directora de la Academia, se encuentra frente a mí, su túnica negra ondeando con el viento. Sus ojos dorados me escrutan con un interés peligroso.
—Elara Drayven —su voz es firme, con un tono que corta el silencio como una hoja afilada—. Explica cómo utilizaste un poder que no debería existir.
No respondo de inmediato. Mi mente trabaja rápido, buscando la mejor manera de salir de esto con vida.
No pueden saber la verdad.
No pueden saber lo que soy.
Pero antes de que pueda hablar, el suelo tiembla.
Una ráfaga de viento oscuro recorre la plaza y una sombra líquida empieza a formarse frente a mí. Un murmullo inquieto se extiende entre los presentes. Algunos retroceden instintivamente, otros llevan las manos a sus armas.
Porque todos sabemos lo que está ocurriendo.
Un áure ha respondido a mi llamado.
Pero no un áure común.
La sombra se alza, alargándose hasta tomar forma. Primero, surgen sus alas inmensas, hechas de neblina y tinieblas. Luego, su cuerpo se materializa: esbelto, elegante, con garras como filos de obsidiana. Sus ojos, de un brillo carmesí, parecen tragarse la luz a su alrededor.
No es un dragón, ni un grifo, ni un fénix oscuro.
Es algo más.
Es Nyx.
Y con su llegada, mi destino se sella.
Las llamas de las antorchas alrededor de la plaza parpadean, debilitadas por la presencia de Nyx.
Seraphine frunce el ceño. El Comandante Ronan Vaelis lleva la mano a su espada.
—Esto no es posible —susurra alguien.
Porque Nyx no es un áure común.
Los áures provienen de los elementos primordiales: fuego, agua, viento, tierra y sombra. Todos ellos siguen las reglas de la magia, reflejando el alma de su jinete.
Pero Nyx… Nyx es del Vacío.
No es una criatura de este mundo. No debería existir.
Sin embargo, está aquí. Y me ha elegido.
Nyx me observa, su cabeza ladeada con curiosidad, como si estuviera evaluándome. A pesar del temor que emana de los demás, no siento miedo. Siento… conexión.
Lo sé con certeza.
Nyx y yo estamos vinculados.
Mi mente se llena de fragmentos de recuerdos que no son míos: un abismo infinito, una oscuridad que susurra, un poder que consume. Pero en medio de esa vorágine, siento algo más fuerte: aceptación.
Nyx me ha reconocido. Y con ello, he sellado mi destino.
Seraphine da un paso adelante, con el rostro tenso.
—Esto no puede ser permitido —declara—. Un áure del Vacío es un peligro para todo Valthoria.
Los murmullos a mi alrededor aumentan. Algunos quieren que me ejecuten en ese mismo instante.
Estoy a punto de hablar cuando una voz rompe la tensión.
—Déjenla.
Es Kael Rhyen.
Se abre paso entre los espectadores, con la seguridad de alguien acostumbrado a ser obedecido. Su capa oscura ondea tras él, y sus ojos—fríos, calculadores—se clavan en los míos.
—Si ese áure la ha elegido, significa que es digna de él. Las reglas no establecen qué tipo de áure es permitido. Solo establecen que el vínculo debe ser auténtico.
Seraphine entrecierra los ojos.
—Y tú, ¿qué sabes sobre el Vacío, Kael Rhyen?
Él no responde de inmediato. Pero yo veo el destello en su mirada.
Kael sabe más de lo que está diciendo.
Su intervención parece calmar a algunos, pero Seraphine y Ronan aún me observan con desconfianza. Finalmente, la directora exhala lentamente y cruza los brazos.
—Muy bien. Pero si Elara Drayven pierde el control, su vida será nuestra responsabilidad.
La sentencia está clara: me vigilarán cada segundo.
Pero al menos, por ahora, sigo viva.
Kael se acerca a mí cuando los demás comienzan a dispersarse. Su presencia es abrumadora de cerca, su postura tensa, su mirada helada.
—No sabes lo que has hecho.
Su tono no es de ira, sino de advertencia.
—No es solo un áure. Es una maldición.
Lo miro, desafiante.
—Entonces dime, príncipe exiliado… ¿qué es lo que sabes sobre Nyx?
Kael duda. Por un instante, veo algo en su expresión: duda. Miedo.
Pero al final, solo sacude la cabeza.
—Solo ten cuidado. El Vacío no obedece a nadie. Y si crees que lo controlas… te devorará.
Se aleja sin esperar respuesta, dejando en el aire un rastro de misterio y advertencias sin explicación.
Observo a Nyx, que aún está a mi lado, inmóvil pero alerta.
Y por primera vez en mi vida, siento que mi destino ha dejado de ser solo mío.
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Editado: 13.08.2025