El corazón de la oscuridad late en silencio.
Y no todos los secretos deberían ser descubiertos.
Los muros de la Academia ya no se sentían seguros.
La noche anterior me había dejado marcada, literalmente. Otra runa había surgido en mi antebrazo, ardiente como el hierro al rojo vivo, trazada con líneas negras y profundas que parecían absorber la luz.
Nyx la había llamado una “grieta”.
—No estás canalizando el Vacío… —me dijo esa misma mañana mientras entrenábamos en la Cámara de Resonancia—. El Vacío está canalizándote a ti.
Su voz no era de advertencia, sino de aceptación. Como si siempre hubiera sabido que terminaríamos aquí.
Yo no.
Por eso acepté la propuesta de Kael cuando vino a buscarme en mitad de la madrugada, con ese gesto que decía “confía en mí” sin necesidad de palabras.
—Encontré algo —dijo él en voz baja, su capa aún húmeda por la niebla nocturna—. No en los archivos oficiales. En las catacumbas. Donde guardan los secretos que no quieren que sepamos.
Nos infiltramos bajo la biblioteca mayor, más allá del Salón de los Ecos. Bajamos escaleras talladas en piedra antigua, donde las antorchas se encendían solas al paso.
Nyx se mantuvo cerca, en forma de sombra líquida que serpenteaba por los muros, atento a cualquier señal.
Al fondo, una puerta cerrada por un sello arcano nos detuvo. No había cerradura ni runa visible, solo una superficie negra como obsidiana.
Kael me miró.
—Prueba con tu marca —dijo.
Extendí mi brazo. La runa reciente, aún enrojecida, palpitó. Apenas lo toqué, la puerta se desvaneció como humo al viento.
Y lo que encontramos al otro lado lo cambió todo.
La sala no parecía parte de la Academia. Era más antigua, con paredes cubiertas de escrituras olvidadas. En el centro, una esfera de cristal suspendida en el aire, dentro de la cual se arremolinaban sombras puras.
Kael se acercó primero.
—Esto no es magia elemental —dijo, tocando la base del pedestal—. Es anterior a todo eso.
Yo no podía dejar de mirar la esfera. Las sombras dentro se movían como si tuvieran vida propia, como si estuvieran atrapadas, presas de su propia esencia.
—Eso no es solo Vacío —dije—. Es una memoria. Una prisión.
Kael giró lentamente hacia mí.
—Según los textos que encontré, hace siglos existía una fuerza más allá del equilibrio elemental. Algo que ni los Senyars ni los arcanistas podían entender. La llamaban Umbra Magna. Y según los textos… los áures del Vacío son sus herederos.
Me quedé en silencio. Todo encajaba: mi vínculo con Nyx, las runas que aparecían por sí solas, los cazadores que surgían desde la oscuridad como si fueran atraídos por mi sangre.
—¿Y la Academia? —pregunté—. ¿Lo sabía?
Kael asintió con gravedad.
—Saben más de lo que admiten. Y ocultan más de lo que deberían.
Se acercó a mí. Lo sentí muy cerca, la tensión entre ambos apenas contenida por el peso de lo que acabábamos de descubrir.
—No eres una cadete más, Elara.
—Ya lo sabía —dije, tratando de sonar segura. Pero por dentro, sentía que estaba en caída libre.
Kael me tomó la mano, como si esa conexión fuera la única certeza entre tantas mentiras.
—Tú y Nyx no solo estais vinculados. Habéis sido elegidos por algo más antiguo. Más oscuro. Algo que muchos quieren destruir… y otros quieren desatar.
Mis ojos se encontraron con los suyos. Por primera vez, no había juicio en su mirada. Solo comprensión. Y… algo más.
—¿Por qué me estás diciendo todo esto? —pregunté.
Su respuesta fue un susurro, casi perdido entre las sombras que nos rodeaban.
—Porque no quiero que estés sola. Porque, de todos los caminos que podría haber tomado… siempre te seguiría a ti.
La conexión entre nosotros se volvió tangible. Como un hilo de magia oscura y viva que nos envolvía. No era solo atracción. Era pertenencia. Algo más profundo y más peligroso.
Entonces, la esfera comenzó a vibrar. Un murmullo antiguo se filtró entre las paredes. Nyx gruñó.
Las sombras dentro de la esfera se arremolinaron y, de pronto, se lanzaron hacia mí.
Kael gritó mi nombre y me sujetó, envolviéndonos con su capa. Pero era demasiado tarde.
Una oleada de energía oscura me golpeó el pecho. Otra runa se grabó en mi clavícula, tan dolorosa que me hizo gritar. No era una runa común. Era una palabra. Un nombre antiguo. Una marca de la Umbra Magna.
—¡Elara! —Kael me sostenía con fuerza, su rostro cerca del mío, sus ojos reflejando el resplandor negro que emanaba de mí.
Las sombras retrocedieron. La esfera estalló. Y en el silencio que siguió, solo quedó un eco.
“Umbra Magna… despierta.”
Kael apoyó su frente contra la mía.
—Te tengo. No voy a soltarte.
Y mientras las sombras se retiraban del todo, entendí que el verdadero poder no era luchar sola… sino decidir quién merecía luchar a tu lado.
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Editado: 13.08.2025