Heredera del Vacío

Capítulo 12.

El peso del aire en la sala me oprimía el pecho mientras esperaba, de pie, en el centro de la sala del Salón de la Verdad. Los ojos de los Senyars estaban fijos en mí, y la tensión era palpable. Había cometido un error. No solo al irrumpir en la biblioteca prohibida, sino por lo que había descubierto, lo que Nyx y yo habíamos desvelado. Los secretos que el resto de la Academia había estado ocultando durante tanto tiempo ahora pesaban sobre mis hombros.
Kael estaba a mi lado, en silencio, como una roca que me sostenía en este mar de incertidumbre. Su presencia, tranquila pero firme, era la única razón por la que no me hundía. Sabía que si caía, él también caería conmigo. Pero lo peor de todo era que no sabía si eso nos salvaría o nos destruiría.
Seraphine Valdor, la líder de la Academia Arcana, observaba con una mirada fría. Pero no era ella quien me preocupaba ahora. Ya sabía que nunca habría simpatía entre ella y yo, no cuando los secretos de mi familia, y el hecho de que había sido criada lejos de la política y los poderes de la Academia, me ponían en su contra. Lo que realmente me aterraba era que no conocía a fondo el poder que estaba por venir, el poder que Nyx despertó en mí. No solo eso: no sabía quién estaba observando desde las sombras, esperando el momento adecuado para aprovecharse de mis debilidades.
- ¿Tienes algo que decir en tu defensa, Elara Drayven? - La voz de Seraphine resonó en el aire, implacable
- Lo que hicimos fue un error. No puedo negar eso -, respondí, mi voz firme, aunque mi estómago ardía con una mezcla de ansiedad y rabia. - Pero la información que descubrimos, lo que Nyx y yo vimos, no fue algo que pudiéramos ignorar. Sabemos que la Academia no está diciendo toda la verdad.
Un murmullo recorrió la sala. No era una acusación directa, pero las palabras de Seraphine eran claras. Los Senyars no perdonaban, ni a los mejores guerreros, ni a los traidores.
Kael se adelantó y habló en voz baja pero clara, sin titubeos.
—No buscamos traicionar a la Academia. Pero lo que descubrimos es más grande que nosotros, más grande que las reglas que nos imponen. Algo debe cambiar, y si no lo hacemos nosotros, entonces ¿quién lo hará?
La tensión aumentó, pero había algo en sus palabras que resonó dentro de mí. En algún lugar, en las sombras, había una verdad que ninguno de nosotros quería admitir.
Seraphine, sin perder la compostura, levantó una mano. El aire en la sala se volvió denso y frío. No era solo la influencia de la magia de los Senyars lo que nos rodeaba, sino algo más profundo, algo que sentía en los rincones oscuros de mi mente.
—Sois muy jóvenes, Elara, Kael. Muy jóvenes para comprender lo que realmente está en juego. Tal vez por eso os atrevisteis a romper las reglas. Pero ahora deberéis enfrentaros a las consecuencias. Debéis demostrar que sois dignos de ser Senyars. Si no podéis hacerlo, seréis expulsados y perderéis todo lo que habéis logrado hasta ahora.
En ese momento, algo dentro de mí se quebró. Sabía que esta no era solo una amenaza vacía. Sabía que sus palabras significaban que nuestra lealtad estaría bajo escrutinio. Sin embargo, las palabras de Kael resonaban en mi mente. “Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?”
Mi mirada se encontró con la de Kael. Había algo en él que no había visto antes, una especie de compasión reprimida. Algo que solo podía compartir conmigo. Y en ese momento, supe que no importaba lo que pasara, yo no estaba sola.
Seraphine suspiró, y su rostro se endureció aún más. Algo en su expresión me decía que ella sabía más de lo que había dicho. Podía ver los hilos invisibles de poder que se movían entre todos nosotros. Ella no era la única que tenía secretos.
—Por ahora, no hay castigo —dijo, su tono tajante. - Pero recuerden, el tiempo de la verdad siempre llega. Ustedes deben demostrar que son dignos de estar aquí.
Salimos de la sala en silencio, y el pasillo que conducía a nuestras habitaciones parecía interminable. No había palabras que decir, no había excusas que pudieran cambiar lo que acababa de suceder.
Kael caminó junto a mí hasta la puerta de su habitación, su presencia imponente, y en algún punto, nuestras manos se rozaron sin decirlo. Nos miramos brevemente, y un gesto que no se decía con palabras pasó entre nosotros. Algo más que un acuerdo, algo más que un pacto: una promesa. Una promesa que no podía romperse.
La puerta se cerró tras de mí con un suave clic, pero el sonido resonó como un eco en mi mente. El peso de la conversación en el Salón de la Verdad aún colgaba en el aire, denso, como si cada palabra pronunciada por Seraphine estuviera marcada en mi piel. Pero más que la condena que nos esperaba, lo que realmente me ahogaba era la cercanía de Kael. Su presencia lo llenaba todo, y algo dentro de mí temía lo que ese "algo más" podría significar.
Estábamos de pie, a un paso de distancia, pero la cercanía entre nosotros era tan abrumadora que me sentí perdida. El susurro de su respiración llegaba hasta mí, suave pero inconfundible, como si fuera un lazo invisible que nos mantenía atrapados en un espacio sin salida. La habitación estaba en silencio, pero el aire entre nosotros zumbaba, cargado de todo lo no dicho.
Lo miré. Había algo en su expresión, en la forma en que sus ojos oscuros se posaban sobre mí, que me desconcertaba. Su rostro, tan seguro y distante en ocasiones, ahora estaba marcado por una lucha interna, una batalla que no había mostrado a nadie más que a mí. Sus labios, tan cerca de los míos, parecían ser el único refugio en este momento lleno de incertidumbre.
— ¿Por qué haces esto? — mi voz salió casi sin querer, suave y quebrada por la intensidad del momento. No quería saber la respuesta. No quería abrir esa puerta a lo que podría suceder después, pero no pude evitarlo. —Podrías seguir adelante sin mí, Kael. Tú sabes que podrías. No tienes que arriesgarlo todo por alguien como yo.
No me esperaba la respuesta inmediata, el paso hacia mí con una determinación que, en un principio, me asustó. Él no contestó con palabras. No había necesidad de hacerlo. En lugar de alejarse o decirme algo que me tranquilizara, se acercó, tan cerca que podía sentir su calor, la energía de su cuerpo vibrando con la mía. En un abrir y cerrar de ojos, mi respiración se entrecortó, mi pecho se levantaba con fuerza, y su proximidad me hacía sentir más vulnerable que nunca.
En ese instante, algo quebró dentro de mí. Fue como si una muralla invisible cayera de repente. La fría lógica, el miedo a perderme en lo que sentía, desapareció por completo, y solo quedaba el deseo de sentirlo, de saber que no estábamos luchando contra nosotros mismos, sino contra el destino. Contra lo que el mundo nos imponía.
El momento estaba cargado de electricidad. Cada segundo se estiraba hasta el infinito, pero no lo suficiente como para prepararme para lo que vendría. Vi cómo sus ojos se bajaban, recorriendo mis labios con intensidad, como si estuviera contemplando algo que necesitaba, algo que me pertenecía solo a mí. Y antes de que pudiera pensar en retroceder, sus manos tomaron mi rostro, sus dedos fríos en contacto con mi piel cálida, y la delicadeza de su toque me hizo cerrarme aún más en ese espacio entre nosotros.
Fue un roce sutil al principio, como si ambos estuviéramos midiendo la distancia que quedaba entre el miedo y la necesidad. Pero el roce se volvió más firme, más urgente. Sus labios se encontraron con los míos en un suspiro, un toque que no pedía permiso. Fue un beso robado, salvaje en su delicadeza, que hablaba de todo lo que no podíamos decir. Era como si la energía que nos rodeaba, la magia de lo desconocido, nos obligara a fundirnos el uno en el otro, a entregar todo lo que no podíamos expresar con palabras.
El contacto de sus labios me quemaba, tan suave y feroz a la vez, que sentí que todo el peso del mundo caía sobre mis hombros, solo para desvanecerse en la nada, como si el universo entero se hubiera detenido por un instante. No había nada más. Solo él. Solo yo. Solo este momento entrelazado en una danza frenética de sensaciones.
Mis manos, temblorosas, buscaron su cuello, aferrándose a él, como si fuera el único ancla que me mantenía viva en medio de esta tormenta de emociones. Sus manos se deslizaban por mi espalda, presionándome más cerca, como si la distancia entre nuestros cuerpos no fuera suficiente para lo que ambos necesitábamos. Y, mientras nuestras bocas se movían con desesperación, sus labios se tornaron más exigentes, más impacientes. Como si todo lo que había sido reprimido entre nosotros estuviera estallando en este beso.
Sentí la electricidad recorrer mis venas, el latido de mi corazón acelerado, y, por un momento, me olvidé de todo. De los Senyars. De la amenaza que se cernía sobre nosotros. De las cadenas del pasado que aún nos mantenían prisioneros. Todo se desvaneció en ese contacto, en ese beso.
Me separé lentamente, con los ojos cerrados, mi respiración descontrolada, mi cuerpo temblando ligeramente. La realidad volvió a mí de golpe, y no pude evitar el sudor frío que recorrió mi frente. ¿Qué significaba esto? ¿Lo había hecho por impulso? ¿O era el comienzo de algo más?
Kael también estaba agitado, su respiración rápida, casi ronca, y su mirada, perdida por un momento, me hizo sentir como si hubiéramos compartido algo más allá de un simple beso. Había algo entre nosotros que no se podía ignorar. Algo que no podíamos seguir eludiendo.
— No me voy a arrepentir de esto —dijo Kael, su voz grave y baja, como si esa declaración fuera más importante que cualquier otra cosa que hubiera dicho antes. — Y no dejaré que nada ni nadie te lastime, Elara.
Mi mente estaba llena de confusión, pero, al mismo tiempo, sentí que había algo nuevo entre nosotros. Una conexión más profunda que un simple pacto de lealtad o una lucha por la supervivencia. Algo más. Y lo peor —o lo mejor— era que, por una vez, no me importaba.
Nos miramos el uno al otro, y aunque ninguno de los dos dijo una palabra, no era necesario. El beso había hablado por nosotros, y aunque todo lo demás estaba por decidirse, algo dentro de mí sabía que no había vuelta atrás.




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