La luz del amanecer apenas comenzaba a rozar el horizonte, tiñendo de rojo las nubes que cubrían el cielo. La calma que precede a la tormenta se sentía en cada rincón de la Academia, en cada paso de los guerreros que se preparaban para el enfrentamiento final. A pesar de todo lo que había ocurrido, de todo lo que había perdido y ganado en este viaje, había algo en el aire que me llenaba de incertidumbre.
La batalla contra el Vacío, contra lo que mi hermano se había convertido, no era solo una cuestión de vida o muerte, sino una cuestión de alma. Aeliano ya no era solo un hermano perdido, era un enemigo imparable, un recipiente perfecto para una oscuridad que había consumido todo a su paso. Y yo, sin quererlo, llevaba esa misma oscuridad dentro de mí. El Vacío no solo había poseído a Aeliano, sino que también me había marcado a mí.
Kael estaba conmigo, siempre a mi lado, siempre protegiéndome. Pero ahora era yo quien debía protegerlo.
La Academia estaba llena de una energía peligrosa. Los Senyars se habían reunido, todos ellos armados, todos ellos preparados para darlo todo. Cada uno de ellos, con su propio áure, estaba dispuesto a enfrentar la muerte, pero sabían que el verdadero reto estaba por llegar. El Vacío no sería fácil de derrotar, y la batalla que se libraría esa noche decidiría el futuro de Valthoria.
La última noche antes de la confrontación había sido tranquila, llena de silencios compartidos entre Kael y yo. Nos entendíamos sin palabras, nuestros pensamientos entrelazados por el vínculo que habíamos formado. Sabíamos que nos arriesgábamos a perderlo todo, pero era un precio que estábamos dispuestos a pagar.
El entrenamiento había terminado. Ya no había más preparativos. Solo quedaba enfrentarnos a la oscuridad.
El consejo de Senyars nos había dado las últimas instrucciones: el Vacío debía ser sellado. Aeliano, sin importar que fuera mi hermano, debía ser detenido antes de que desatara una nueva era de caos y destrucción. Pero eso significaba enfrentarse a lo que había sido una parte de mi alma, enfrentar lo que había sido mi familia, mi vínculo de sangre. ¿Cómo se derrota a un hermano?
Kael estaba más decidido que nunca. La tormenta en sus ojos lo decía todo. No iba a dejar que me enfrentara sola a esto. Lo sentía en cada mirada, en cada gesto que me ofrecía. Él también lo perdería todo si no lograba detener a Aeliano.
El viento soplaba con fuerza, trayendo consigo el sonido de los gritos lejanos y el estrépito de los cañones. El enemigo se acercaba. Y con él, la oscuridad.
Un murmullo recorrió las filas de los Senyars cuando la figura de Aeliano apareció a lo lejos, rodeada de una niebla negra, la misma niebla que había invadido Valthoria en los últimos días. Su rostro estaba cubierto por una capa oscura, pero sus ojos brillaban con un resplandor antinatural, como si ya no fueran los ojos de mi hermano, sino los de algo mucho más antiguo y temible.
La batalla comenzó.
Kael y yo nos lanzamos al frente, nuestras armas brillando bajo la tenue luz del sol naciente. Él con su espada, yo con la magia que ardía en mi sangre, mezclada con la esencia de Nyx. El aire se llenó de energía cruda, el suelo tembló bajo nuestros pies mientras el Vacío comenzaba a expandirse, corrompiendo todo lo que tocaba.
Aeliano no estaba solo. A su alrededor, se levantaron sombras de criaturas que parecían sacadas de las peores pesadillas. Seres que no debían existir, pero que la oscuridad había creado para ser su ejército. No había tiempo para dudar. La batalla era ahora.
Mi áure, Nyx, emergió en su forma completa, su cuerpo envuelto en sombras de fuego. Aquel que pensara que Nyx solo era un ser de oscuridad, se equivocaba. Nyx también era fuego, era destrucción, era la prueba viviente de que la luz y la oscuridad podían coexistir. Y hoy, sería mi aliada en la lucha contra el Vacío.
Los enemigos caían a mi alrededor mientras la magia fluía desde mi interior. El Vacío intentaba consumir todo a su paso, pero yo no era tan fácil de destruir. Cada vez que un golpe de magia oscura me alcanzaba, sentía el dolor en mis venas, el Vacío tocándome, queriendo corromperme también. Pero mi voluntad era más fuerte, y con cada golpe, mi magia se volvía más feroz. No iba a dejar que me destruyera. No iba a dejar que el Vacío ganara.
Kael luchaba a mi lado, su espada cortando a través de los enemigos, protegiéndome en cada paso. Cada vez que una sombra se acercaba a mí, él estaba allí, luchando a mi lado, como siempre. Su fuerza me daba la confianza que necesitaba para seguir adelante. El Vacío podía ser poderoso, pero juntos éramos imparables.
El caos se desató a nuestro alrededor. Los Senyars luchaban valientemente, pero a medida que la batalla se intensificaba, el Vacío parecía dominar más y más terreno. Estábamos perdiendo, y no podíamos permitir que eso sucediera.
Fue entonces cuando vi algo que me heló la sangre. Aeliano.
No era la figura que recordaba. El Vacío lo había transformado. Su cuerpo estaba rodeado de una aura oscura que parecía absorber la luz misma. De sus ojos emanaba un brillo que ni siquiera podía reconocer como humano. Aquel ser, aquel monstruo que se alzaba ante mí, ya no era mi hermano.
Su risa, fría y vacía, cortó el aire. Cada palabra que pronunciaba estaba impregnada con una furia que me dejó sin aliento.
— Elara. — Su voz era profunda, resonante. — Lo que has estado buscando... lo que has estado temiendo... ya está aquí. El Vacío me ha elegido. Y tú también lo serás, algún día.
Mis manos comenzaron a temblar, la magia de Nyx se encendía dentro de mí, dispuesta a luchar, pero también entendía la gravedad de lo que estaba por suceder. Aeliano ya no era el hermano que conocía. Era algo peor.
— Aeliano, por favor. — Mi voz apenas era un susurro, porque sabía que no podía llegar a él. Sabía que el hermano al que había amado ya no estaba.
Pero él solo sonrió, una sonrisa cruel y vacía.
— ¿Crees que puedes salvarme? — Su risa se alzó en el aire, como un eco distante y frío. — El Vacío es el futuro. Y tú eres la llave para desatarlo.
La batalla comenzó con una explosión de energía. El Vacío se desbordó a su alrededor, creando ondas de oscuridad que arrancaban el suelo. Aeliano me atacó con magia negra, con la fuerza de una tormenta oscura, y yo respondí con la furia de Nyx.
La lucha entre nosotros era más que física; era emocional, una batalla de voluntades. Cada golpe que lanzaba contra él, cada conjuro que invocaba, me hería de una forma profunda, más allá del cuerpo. Era mi hermano, y tenía que destruirlo.
Kael estaba a mi lado, luchando contra las criaturas que emergían de las sombras. Con cada golpe, su espada cortaba el aire, destrozando a aquellos que querían atravesar nuestras líneas. Sabía que, en cualquier momento, Aeliano podría decidir acabar con nosotros, pero mi mente solo estaba en la batalla que libraba dentro de mí.
— ¡Elara! — Kael gritó, su voz tensa. — ¡Cuidado!
En ese momento, Aeliano me atacó con un rayo de pura oscuridad. La fuerza del impacto me lanzó al suelo, mi cuerpo sangraba por los cortes que las sombras dejaban en mi piel. El Vacío no era solo magia, era dolor, era vacío en su forma más cruda. Y cada vez que me tocaba, sentía que una parte de mí moría.
Apenas me levanté, mis piernas tambaleaban bajo el peso de la magia, pero algo dentro de mí se despertó. No iba a caer. No podía.
Nyx resonó dentro de mí, una explosión de energía oscura y luminosa. Mi cuerpo ardió con poder, y la magia fluyó a través de mí de una manera salvaje, sin control, sin restricción. La furia del Vacío estaba en mí, y yo no iba a dejar que lo usaran.
Con un grito, lancé mi magia hacia Aeliano. La oscuridad chocó contra la luz. La explosión fue brutal. Un resplandor cegador iluminó el campo de batalla, y por un momento, creí que había ganado. Pero no era así.
El Vacío tenía un poder mucho mayor. Aeliano se levantó, una vez más, rodeado por sombras negras que lo envuelven como una corona. Su risa fría volvió a resonar.
— No me derrotarás, Elara. Soy el futuro. Y tú... tú solo eres una pieza en el tablero.
— ¡Basta, Aeliano! — Mi grito salió con fuerza, pero estaba agotada. Cada vez que me acercaba, cada vez que lo hería, la magia del Vacío se hacía más fuerte. — No eres el futuro.
Mi hermano se acercó a mí, sus ojos brillando con furia.
— Soy lo que debes temer. — La oscuridad en su voz me hizo retroceder. Pero algo dentro de mí se rompió. Yo no iba a temerle más.
De repente, vi una chispa de algo familiar en sus ojos, algo que me recordó el Aeliano que había sido. Algo que me dio fuerzas. Todavía quedaba algo de él.
Lancé todo lo que tenía en ese momento, desatando una onda de energía brutal, una explosión que lo empujó hacia atrás. El Vacío se retorció a su alrededor, pero no desapareció. Sabía que aún tenía fuerzas para resistir. Lo único que podía hacer era sellar esa oscuridad.
— ¡Te voy a detener, Aeliano! — Grité, mi voz llena de determinación.
La oscuridad explotó en una ráfaga final, pero esta vez, mi magia estaba más allá de los límites que me había impuesto antes. Un último esfuerzo, un último intento de recuperar a mi hermano. Y lo hice.
Aeliano cayó de rodillas, sus ojos brillando con un resplandor enfermizo antes de que todo se apagara.
La batalla había terminado, pero no era un final fácil. Lo único que sabía era que el Vacío nunca se iría completamente.
Kael apareció a mi lado, su rostro sucio de polvo y sangre, pero sus ojos llenos de alivio y amor. Habíamos sobrevivido. Juntos.
La luz regresaba lentamente a Valthoria. Pero el precio era alto, y la oscuridad, aunque derrotada, aún susurraba en los rincones de nuestras almas.
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Editado: 13.08.2025