Heredera del Vacío

Capítulo 18.

El campo de batalla estaba en silencio.
Donde antes rugían bestias, se alzaban hechizos y el suelo temblaba bajo la furia de la magia, ahora solo quedaban cenizas y cuerpos. El aire olía a hierro, a humo, a pérdida.
Aeliano yacía entre los restos de su poder, su cuerpo destrozado, irreconocible. El Vacío había devorado lo que quedaba de su humanidad… y, en su caída, también se había llevado una parte de mí.
Caí de rodillas junto a él. El rostro de mi hermano, aunque manchado por la guerra y la corrupción, tenía una paz imposible. Como si, en su último suspiro, hubiera recuperado algo de lo que fue. Mis dedos temblaron al rozar su mejilla. Estaba frío.
— Te fallé —susurré, con la voz hecha trizas—. Pero no dejaré que esto haya sido en vano.
El rugido de Nyx resonaba todavía en mi interior, pero no con furia. Con lamento. Mi áure había comprendido lo que acabábamos de perder. Lo que yo acababa de sacrificar. La conexión con Nyx no se había roto... pero se había transformado.
El cielo, ahora despejado del eclipse, volvía a tornarse gris. No era la calma después de la tormenta. Era la presencia de algo más profundo. El Vacío no se había ido del todo. No mientras yo siguiera respirando.
Porque había algo más dentro de mí. Lo sentí en el momento en que lancé el último hechizo, en la fracción de segundo donde el corazón de Aeliano dejó de latir. El Vacío me había mirado, me había entendido… y me había elegido.
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Horas más tarde, el Consejo de Senyars se reunió entre los muros rotos de la Academia.
Habían sobrevivido. Pero no sin consecuencias.
— No podemos ignorarlo —gruñó el Alto Senyar, un hombre mayor con una cicatriz atravesándole el rostro—. Elara Drayven ha sido tocada por el Vacío. Su poder es inestable. Podría ser un peligro aún mayor que su hermano.
— Ella salvó Valthoria —respondió Kael, con voz cortante, avanzando un paso—. No fue el Vacío el que ganó esta guerra. Fue ella. Y ustedes le deben la vida.
— ¿Y qué pasa cuando ese poder despierte de nuevo? —intervino otra Senyar, joven, con la mirada dura—. ¿Qué pasa cuando el Vacío reclame lo que queda en su interior?
Nadie respondió.
Porque todos sabían que ya lo había hecho.
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Esa noche, mientras la luna ascendía silenciosa sobre los escombros, Kael me encontró en lo alto de la torre más alta de la Academia. Estaba sentada sola, con las piernas colgando hacia el vacío. Literal y simbólico.
La cicatriz de una nueva runa ardía en mi espalda, trazada sin mi voluntad. Como todas las anteriores, había aparecido tras la batalla final. Y esta dolía más. Era la marca del Vacío reclamando lo suyo.
— Lo sientes, ¿verdad? —susurré sin mirarlo, sabiendo que estaba allí.
— Sí. Pero no me importa.
— No deberías estar aquí. Ellos creen que puedo convertirme en algo peor que Aeliano. Que es solo cuestión de tiempo.
— No voy a dejarte. No ahora.
Lo miré entonces. El rostro de Kael estaba endurecido por el dolor, la batalla, el peso de todo lo que habíamos perdido. Pero sus ojos… sus ojos eran fuego, claridad, verdad.
— Elara… —Su voz se quebró un segundo—. No sé cómo... pero voy a salvarte.
Mi garganta se cerró.
— No puedes salvarme, Kael. No de esto. El Vacío está en mí. Ya no soy solo yo.
Él se arrodilló frente a mí y tomó mi rostro con ambas manos. Sentí el calor de su piel, la vida que aún había en su tacto. En ese gesto, no había miedo. Solo determinación.
— Entonces buscaré una forma. Aunque tenga que desafiar al Consejo. Aunque tenga que cruzar dimensiones prohibidas o enfrentar a dioses. No dejaré que te pierdas.
Una lágrima, involuntaria, recorrió mi mejilla.
— Promételo, entonces —le dije, con la voz hecha pedazos—. Prométeme que, si me convierto en aquello que no puedo controlar… tú terminarás lo que yo no pueda.
Kael me miró largo, en silencio, y después asintió. No con resignación, sino con dolor. Y amor.
— Lo juro.
Cuando Kael se alejó, no pude evitar sentir que el futuro que deseábamos estaba condenado. Porque algo en mí había cambiado de forma irreversible.
Yo era el recipiente del Vacío ahora. Y tarde o temprano, ese poder querría desbordarse.
En la oscuridad, Nyx se manifestó a mi lado, su cuerpo enorme, alado, envuelto en un humo etéreo que chispeaba con restos de magia. Su mirada era la de un dios antiguo, incomprensible.
“¿Y si esto fue solo el comienzo?”, susurró en mi mente.
Yo no respondí. Porque en el fondo... lo sabía.




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