Heredera del Vacío

Capítulo 19.

No había dolor.
No había frío ni calor.
No había tiempo.
Solo oscuridad.
Elara no sabía si respiraba. No sabía si su cuerpo seguía siendo suyo o si solo quedaba conciencia, flotando a la deriva en un abismo sin forma. Todo era negrura líquida, un océano sin fondo ni orilla, poblado por ecos de cosas que ya no estaban… o que quizás nunca estuvieron.
Batallas. Voces. El beso. La caída de Aeliano.
Kael.
Fragmentos de vida flotaban a su alrededor como trozos de un espejo astillado, reflejando sus errores, su poder, su dolor. Nada era sólido, pero todo pesaba.
Y entonces, entre la sombra más densa, emergió Nyx.
Su forma estaba apagada, su fuego extinguido, sus alas recogidas como si temiera desplegarse. Ya no brillaba como antes. Ya no ardía. Pero su mirada —si bien opaca— aún la reconocía.
—Esto no es un lugar —dijo en su mente, su voz temblando entre pensamiento y sentimiento—. Es un límite.
Elara trató de incorporarse. No había suelo, pero aun así sus pies se afirmaron en algo invisible. Caminó. O pensó que caminaba. No importaba. El vacío cedía a su voluntad, como si respondiera a su existencia.
A su alrededor, luces negras parpadeaban. Eran fragmentos de recuerdos:
Ella misma, de niña, sola bajo la lluvia.
Ella, enlazándose con Nyx por primera vez.
Su padre, destrozado.
Su madre, mirando sin ver.
Kael, sangrando.
Kael, besándola.
Y entonces lo sintió. Una vibración que no era sonido, sino presencia.
Una figura emergió de la oscuridad. No caminaba. Flotaba. No tenía rostro, pero todo en ella gritaba poder. Sus ropajes eran sombras puras, moviéndose con un viento que no soplaba. Su voz no era una, sino muchas, como si cada palabra resonara desde los rincones más antiguos del universo.
—El verdadero Vacío ha comenzado —susurró—. Y tú, hija de la oscuridad, eres su guardiana.
Elara abrió la boca, pero lo único que salió fue un hilo de luz que se deshizo al instante. Una runa ardió en su espalda. Gritó. Fue como si su carne fuera desollada desde dentro, como si algo antiguo y primitivo despertara en sus huesos.
—¿Quién eres? —logró preguntar, jadeando, aferrándose al no-suelo.
—Soy lo que fuiste. Lo que serás. Y lo que el mundo teme que despiertes.
La figura extendió una mano. En su palma flotaban runas como planetas diminutos, girando lentamente. Una de ellas se encendió y se lanzó hacia Elara. Cuando la tocó, su piel se abrió como si el fuego viviente la reclamara.
Cayó de rodillas. No por debilidad, sino por la magnitud de lo que estaba sintiendo.
—¿Por qué yo?
—Porque sobreviviste. Porque no te doblegaste. Porque el Vacío no es destrucción. Es el eco original. La raíz. El equilibrio. Y tú eres su llave.
La figura se disolvió en sombras, pero su mensaje quedó grabado, no solo en la piel de Elara, sino en su esencia.
Ella no había muerto en la batalla.
Había sido reclamada.
Reclamada por algo que no era ni enemigo ni aliado, sino el pulso primordial de la existencia.
Nyx se acercó a ella, más sólido ahora. Sus ojos brillaban con un nuevo fulgor, y su sombra acarició a Elara como un manto protector.
—Elara —susurró en su mente—. No estás sola. Nunca lo estuviste. Y nunca lo estarás.
Entonces, desde el límite de la nada, algo la empujó hacia atrás. Una fuerza invisible la arrancó de ese mundo de sombras. Cayó.
Y cayó…
… de regreso.




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