Herederas en el Tiempo

Capítulo 2 – “Antes de que firmen mi condena"

La noticia llegó con una sonrisa envenenada.

El Papa ha elegido esposo para vos, Madonna Lucrezia. —anunció su doncella, mientras la peinaba con manos temblorosas.

Jennifer mantuvo la compostura. Pero su interior ardía.
Sabía lo que venía.
Sabía quién era Giovanni Sforza.
Sabía lo que ocurriría si no actuaba.

No iba a casarse con un hombre veinte años mayor.
No iba a dejar que su padre y su hermano la vendieran como una pieza de ajedrez.
No esta vez.

Ese mismo día, durante un paseo por los jardines, observó con atención las hierbas del borde del sendero.
La naturaleza escondía secretos que los hombres nunca se molestaban en aprender.
Ella sí.

Belladona. Estramonio. Mandrágora.
Sabía cómo mezclarlas.
Recordaba documentales, libros de botánica, incluso videojuegos que la habían entrenado para sobrevivir en mundos hostiles.
Y ahora… estaba dentro de uno real.

🌙 La noche del banquete

Todo estaba dispuesto para recibir al emisario de Giovanni Sforza, enviado a probar los manjares de la futura esposa.

El comedor relucía bajo la luz de los candelabros.
Los cardenales, los embajadores, los Borgia… todos reunidos.
Una celebración para sellar un pacto.
Una condena.

Jennifer, en su nuevo cuerpo de Lucrecia, jugaba su papel a la perfección.
Cabellos recogidos, sonrisa suave, ojos de doncella obediente.
Pero sus manos no temblaban.

La infusión que preparó esa tarde había sido vertida en una copa especial.
No para su prometido directamente, sino para su hombre de confianza.

El primero en caer.

La música sonaba.
Los sirvientes servían.
Y entonces, el sonido.

Un golpe seco.
Metal contra mármol.
Un cuerpo desplomado.
El hombre se retorció en el suelo, espuma en los labios, los ojos en blanco.

—¡Envenenado! —gritó alguien.

El caos estalló.
Copas caídas, mujeres gritando, el Papa de pie, rojo de furia.

¡Que nadie se mueva!

Jennifer bajó la cabeza. Inocente. Silenciosa.
Pero en su mente, solo una frase:

Uno menos.

🔥 Horas después…

La puerta de su alcoba se abrió de golpe.
César Borgia.

Imponente.
Elegante.
Peligroso.

—¿Qué hiciste? —espetó, sin rodeos.

Jennifer alzó la mirada.
Una niña. Pero no una cualquiera.

—¿Yo? Nada, fratello. ¿Por qué me acusas?

—Ese hombre era clave. No para ti. Para el Papa.
—¿Y yo qué soy? ¿Una herramienta? ¿Una ofrenda?
—Eres mi hermana.
—¿Y eso me convierte en carne para intercambiar?

César la observó en silencio. Había algo nuevo en su mirada: miedo.

—Algo cambió en ti. Desde hace días. Desde…
—Desde que abrí los ojos. —respondió ella con calma—. Desde que decidí que mi vida me pertenece.

Un silencio tenso.
Un paso de César hacia ella.
Y una advertencia no dicha, flotando en el aire.

Jennifer no se movió.
Ni retrocedió.
Ella también sabía jugar.

🧵 Esa misma noche…

Mientras Roma dormía, Jennifer escribía.
Un cuaderno oculto bajo el colchón.
Tinta negra, letra firme.

Las hijas de Minerva.
Mujeres invisibles. Manos calladas. Ojos que ven sin ser vistas.
No serviremos. No seremos moneda.
Seremos red.”

Y así empezó la revolución más discreta del Renacimiento.
Con una copa envenenada.
Una sonrisa fingida.
Y una niña de trece años que recordaba el futuro.

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En el texto hay: venganza, fantasia epoca

Editado: 10.06.2025

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